54: Compras

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Se encaminó, decidida a la habitación de él. Todo estaba como la última vez que había estado ahí. Revisó las mesas de luz y los cajones, nada que delatara la presencia de una mujer. Abrió el ropero con decisión, pero sólo estaba ahí la ropa de Lucas. Espío el cuarto de baño, seguro iba a encontrar una liga de pelo o un cepillo de dientes... pero nada, a no ser por esa pulsera de cuentas que descansaba al lado del espejo.

La reconoció a simple vista, era la que Lucas tenía puesta la noche que había bebido. La tomó en la mano y la miró con asco, era una pulsera de cuentas coloridas y letras en blanco y negro que decían: cruel summer. Resolvió que sólo una mujer podía regalar esa estupidez, y no cualquier mujer, sino una mujer muy estúpida.

Recordó los mensajes que había leído en el celular de Lucas de aquella mujer y sintió rabia. Sin pensarlo, estiró la pulsera con ambas manos y las cuentas salieron volando por todo el lugar. El sonido de tintineo de las cuentas cayendo retumbó con eco en el cuarto de baño y se miró al espejo mientras las sentía rebotar por el suelo.

— Ups. — Dijo en voz alta para su propia imagen en el espejo, y salió del cuarto de baño sin preocuparse a recoger nada.

No necesitaba más pruebas, sin dudas esa otra estaba enamorada de él, sólo necesitaba saber qué sentía Lucas por ella. Su instinto le decía que se quedara tranquila, pero, a su vez, sentía que no podía relajarse.

Para ese momento, Lucas exponía su trabajo en el proyecto en una sala de reuniones ante sus jefes directos y los superiores. No estaba muy seguro de por qué lo habían citado con tanto apuro, pero suponía que no podía ser bueno, por lo que estaba más que convencido de que tenía que defender el proyecto en el que había trabajado con tantos contratiempos con uñas y dientes.

Jamás pensó que en realidad querían ofrecerle el liderazgo del proyecto y cuando recibió la propuesta se quedó absolutamente en blanco.

No era exactamente una promoción o un ascenso, pero sí venía con un aumento de sueldo junto con el aumento de responsabilidades. Aceptó, no tenía nada que perder y la experiencia le sumaba puntos a favor.

Estaba contento consigo mismo y cuando salió de la oficina supo que tenía que festejar. Su primer pensamiento fue comprar algo para brindar, pero Nayla no podía beber alcohol así que descartó la idea velozmente. ¿Sushi? Buscó en google lo que ya intuía: las embarazadas no deben comer pescado crudo.

<<¿Cómo se festeja algo con una embarazada?>> pensó, e inmediatamente se le ocurrió una posible respuesta: cosas dulces.

Buscó la chocolatería con mejores calificaciones de la ciudad y se sorprendió al ver que también tenían helados. Eligió un surtido enorme y variado de chocolates y también varios sabores de helado, y mientras pagaba recordó que hacía unas pocas horas atrás la había retado por desayunar demasiada azúcar.

Pensó en compensar la situación con un almuerzo y una cena saludables, y mientras pensaba de camino a casa qué cocinar, vio un local de ropa para bebé. Se detuvo ante la vidriera llena de ropita de todos los tamaños y miró con detenimiento.

Adentro había muchas más cosas expuestas, y entró a ver. Estaba mirando unos maniquíes diminutos que simulaban las edades de los bebés, y se preguntó qué tamaño tendría el bebé de Nayla cuando naciera.

— ¿Qué talle busca? — Preguntó la dependienta, una señora mayor con lentes de ver gigantescos.

— No lo sé... aún no nació. — Se sinceró.

— Entonces lo mejor es algo de recién nacido. — resolvió la señora, y moviéndose lentamente puso sobre el mostrador algunos modelos variados de ropita para recién nacido — En mi época se preguntaba si era nene o nena, ahora ya no se puede preguntar más. — Musitó, quizás un poco enfadada. — Por suerte casi toda la ropa de bebé es neutral, verde, amarilla, gris...

— Me llevo este. — Dijo Lucas, señalando un conjunto blanco con dibujos de conejitos grises. — Y este. — y señaló uno con perritos marrones.

La señora los apartó a un costado después de doblarlos y le preguntó si necesitaba algo más.

— No sé... ¿qué más puede necesitar un recién nacido? — Preguntó con sinceridad.

— ¡Muchas cosas! — Rió la dependienta. — Pero supongo que medias, algo de abrigo, una manta...

Lucas asintió con la cabeza, iba a llevar todo eso que la señora decía. Sabía que Nayla no tenía nada para el bebé, y la idea de que el bebé se adelantara y estuviera desnudo lo mortificaba más a él que a ella.

Se fue de la tienda con varias bolsas más de las dos que ya traía de la chocolatería, ansioso por mostrarle a Nayla todo lo que había comprado. 

Nido de cigüeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora