61: Vaca

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Lucas fue a verla al cuarto de baño, preocupado porque estaba tardando más de la cuenta. Golpeó la puerta y le preguntó si estaba bien.

Nayla abrió la puerta, seguía con las tetas al aire y con rostro preocupado.

— No deja de salir. — Reconoció, algo angustiada, y Lucas pudo ver como las gotas de leche se formaban otra vez en sus pezones.

— Tranquila, es normal, lo acabo de googlear. — Le dijo, y le mostró la pantalla de su celular. — Incluso hay protectores para lactancia, voy a comprarte un paquete y ya vuelvo.

Nayla se puso a llorar antes de que él terminara de hablar. Lloraba con lágrimas tan gruesas como las gotas de leche de sus pezones.

— Ey, no llores, Nay, ¿qué pasa? — Lucas no entendía qué pasaba, hasta hacía dos segundos estaba hablando normalmente y ahora era un mar de lágrimas.

— ¡Soy una vaca! — Gritó, angustiada.

Lucas la abrazó para contenerla.

— No sos una vaca...

— ¡Sí! ¡Estoy enorme y gorda y ahora doy leche! ¡Soy una vaca horrible! — Se quejó, sin dejar de llorar con tanta angustia que le temblaba el cuerpo.

Lucas intentó calmarla, pero no había cristo que le hiciera entender que lo que le pasaba era algo positivo.

— ¡Tengo la cara deformada también! ¡Soy una vaca monstruosa! — Dijo cuando se vio al espejo del cuarto de baño y se fue de ahí, sosteniéndose las tetas con el brazo, directo a su habitación.

Lucas tenía la remera completamente mojada, por la leche y por las lágrimas de Nayla, y se lamentó no tener ya nada de ropa en la casa de ella. Fue hasta su habitación a consolarla, ella seguía llorando, se había colocado una toalla sobre los pechos para evitar seguir mojando todo.

— ¿Queres que vaya a buscar los protectores para lactancia a la farmacia? — Le preguntó con suavidad. Nayla asintió con la cabeza mientras se sorbía los mocos. — ¿Querés algo más?

Ella negó con la cabeza y Lucas se fue a comprarle lo que necesitaba. Antes de ir a la farmacia se cambió la camiseta en su casa, la mancha de leche comenzaba a ponerse pegajosa al contacto.

Consiguió fácilmente lo que buscaba, descubrió que los protectores para lactancia eran de uso común, incluso estaban en las góndolas y no necesitaba pedirlo a la farmacéutica. Aprovechó a recorrer los pasillos para buscar algo más para llevar. El sector de bebés era inmenso y había muchísimas cosas. Una muchacha con un bebé muy chiquito en el cochecito de bebé miraba los productos a un metro de distancia, tenía otro niño de la mano, de poco menos de tres años, con la cabellera enrulada y un chupete -chupón- en la boca.

Observó lo que tenía en la cesta de compras: llevaba pañales, jabón, un paquete de algo desconocido y leche maternizada.

— ¿De osito o de conejo? — Preguntó la muchacha al niño que llevaba de la mano y le mostró dos modelos distintos de chupones.

El niño señaló el conejo y ella coincidió con que eran más lindos los conejos que los osos y siguieron haciendo compras en otro sector.

Lucas tomó un paquete de pañales y lo metió en la cesta de compras y miró los chupetes. No estaba seguro de qué pensaba Nayla sobre los chupones, no todas las madres estaban de acuerdo, pero eligió el de conejo en el tamaño más pequeño y pensó que lo guardaría hasta saber su opinión, lo último que quería era hacer estallar su sensibilidad por una tontería, es más, ni siquiera le iba a dar los pañales que estaba por comprar... miró la góndola otra vez: era cierto, podía comprar lo que él quería y tenerlo guardado hasta el momento oportuno. Descubrió que el paquete desconocido que llevaba la muchacha eran toallitas húmedas para bebés, y tomó dos paquetes, eligió un biberón anticólicos -no tenía idea cuál era la diferencia con uno normal pero le pareció prudente tener uno-, un corta uñas diminuto, un porta chupete con forma de conejo y un set de baberos con figuras geométricas. Pensó que si Nayla no iba a ver las cosas que estaba comprando hasta dentro de mucho tiempo quizás podría llevar algo más propio del sexo del bebé. Estuvo muy tentado, pero sentía que así traicionaba a Nayla, ella no podía enterarse que el día que había estado internada, después de que se negara a saber el sexo del bebé frente a la doctora que le había hecho el ultrasonido, Lucas la había buscado en el pasillo de la clínica para devolverle un bolígrafo que se había olvidado, y sin más preámbulo le preguntó si él podía saber el sexo del bebé.

— ¡Claro! — Río la doctora después de recibir el bolígrafo que se había olvidado, y lo anotó en una hoja de recetario y se lo dio doblado después de firmarlo. — Te lo doy así, por si querés pensar un poco más antes de saber.

Lucas recibió el papel doblado, esperó a que la doctora se fuera para abrirlo... y leer lo que había escrito.

Nido de cigüeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora