25: Victoria pírrica

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A Jimena no le quedaban más opciones que tragar el contenido de su boca, y cuando él sintió la contracción de su garganta cerrándose para tragar, la liberó.

El maquillaje de los ojos se le había corrido ligeramente, y se pasó la punta del índice por el lagrimal, casi como si supiera que no estaba del todo prolija. Esgrimió una sonrisa e intentó besarlo, pero Lucas fingió que era mejor idea subirse los pantalones y revisar el celular.

— ¡Qué tarde es! — Dijo. — Me tengo que ir, gracias por la cena. — La besó en la mejilla y, se encaminó a la salida.

— ¡Esperá! ¿Ya te vas? — Preguntó, sin disimular el fastidio, Jimena. — Quedate a dormir.

Lucas pareció dudarlo, pero miró el reloj en la pantalla de su celular. En realidad le importaba un comino la hora, sinceramente no quería quedarse y mirar la pantalla del celular le daba unas milésimas de segundo de respiro.

— No puedo, mañana tengo una consulta médica a primera hora. — Mintió, recordando esa vez que su vecina se lo había dicho y lo había dejado sin palabras.

Jimena también se quedó sin palabras a pesar de que balbuceaba algo sin sentido que Lucas no escuchó, sencillamente caminó hasta la puerta, giró la llave que colgaba del picaporte y salió.

— Hasta mañana. — Dijo como saludo, y cerró la puerta detrás de él.

Se apuró a llegar a la esquina, y si bien pensó en pedir un taxi supo que necesitaba caminar, no sólo para bajar la comida, sino para pensar con detenimiento qué había pasado.

No estaba tan lejos de su casa, apenas dos kilómetros y poco más, y era la mejor zona para caminar, llena de avenidas luminosas y gente haciendo vida nocturna en la ciudad que jamás dormía.

Apenas unos metros después de tomar la decisión de caminar Lucas soltó una carcajada. Por algún motivo sentía que se había vengado de Jimena, aunque no estaba seguro de cómo, si después de todo él había pagado la cena y el taxi, pero pensar en que ella le había pedido que se quedara y él había decidido irse, le sabía a victoria, a una extraña victoria pírrica.

En realidad, lo que más sentía como victoria era pensar que no había disfrutado plenamente de esa mamada. No podía catalogarla como mala -básicamente porque no tenía demasiado con qué comparar- pero con la única que podía compararla era con la de Nayla, que había sido extraordinaria y había removido en él un sentimiento que no creía capaz de albergar.

Pensó en Nayla. La recordó sonriente y sincera, con la medida justa de atrevimiento, pero por sobre todo refrescante, y no lo pensaba por su edad, sino por su manera de enfrentar las cosas aún demostrando a claras luces que era nacida en cuna de oro.

Tomó el celular de su bolsillo y le escribió, arrebatado por la sinceridad.

— Te extrañé.

No esperaba respuesta, era casi la una de la mañana, pero Nayla respondió rápidamente, con un emoji con los ojos como estrellas.

— Lo sabía. — agregó debajo del emoji.

Lucas sonrió a la pantalla.

— ¿Ya estás en tu casa? — Volvió a escribir ella.

— No, estoy volviendo. — respondió rápidamente él, e instintivamente miró hacia atrás a ver si venía un taxi que lo llevara más rápido.

— Avisame cuando llegues. — Escribió ella, y puso un emoji que lanzaba un beso.

Lucas frenó un taxi y se subió, con el corazón agitado mientras le escribía que en cinco minutos llegaría.

En realidad Nayla nunca dijo que iría a verlo, pero él lo intuía. Llegó a su apartamento, se duchó rápidamente para quitarse el olor a Jimena, se lavó los dientes y escribió que había llegado.

El corazón le latía con fuerza mientras miraba la pantalla del celular, esperando una respuesta de Nayla.

— ¿Puedo ir a verte? — Preguntó, y Lucas sintió que su corazón saltaba de alegría.

— Sí. — Respondió y la esperó detrás de la puerta hasta sentirla tocar con los nudillos en la puerta de madera.

Estaba en pijama y chanclas, y eso la hacía ver aún más adorable de lo que era. La encerró entre sus brazos y le besó el cuello con pasión, sabiéndose loco por ella.

Nido de cigüeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora