CAPITULO 26 - ROJO, ROJO, ROJO

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Una vez hubo estacionado su vehículo, Thomas anduvo hacia el lugar del encuentro y se adentró en el salón de aquella majestuosa casa. Desde el momento en que entró, no paró de escuchar murmullos a su alrededor. Había un ambiente festivo pero aún no se sentía demasiado alboroto.

Analizó a los invitados, y notó una muy marcada división entre hombres y mujeres. Siempre era habitual que los hombres acabaran reunidos en otra sala para ciertos temas, pero desde que puso un pie en aquella casa pudo sentir la acentuada separación. Ellas en algunos rincones cuchicheando entre ellas y ellos por toda la sala conversando con furor. Había un grupo en cuestión que parecía conversar con emoción, y quiso aprovechar para pegar el oído y averiguar de qué tema se trataba.

-Es guapísima...-comentó uno.
-Realmente bella...-admitió otro.
-Su cuerpo es perfecto...-sentenció un tercero.

Según parecía, hablaban de alguna de las mujeres allí presentes. Todos miraban hacia la misma dirección y tanto revuelo había conseguido despertar la curiosidad de Thomas. ¿Sobre quién hablaban? Siguió con sus ojos la trayectoria de la mirada de esos hombres, sólo para encontrar otro pequeño grupo de hombres que rodeaba a una mujer con una esbelta figura. Ella estaba mirando en otra dirección, por lo que, desde allí sólo podía alcanzar a verle la espalda. Llevaba un vestido largo y rojo, de corte sirena. En la parte de atrás llevaba un escote infinito, dejando a la vista una esculpida espalda. Su piel parecía lisa y suave.  Tenía una larga cabellera castaña, moldeada con algunas ondas, echada sobre su hombro izquierdo. A pesar de no haberla visto bien, ni de cerca, el primer pensamiento que cruzó la mente de Thomas fue que aquella mujer irradiaba elegancia. Desde luego, tuvo que admitir que los comentarios y el revuelo no eran infundados. No recordaba haber visto una mujer así en mucho tiempo. Quizás nunca.

Un camarero se cruzó en su camino y aprovechó para coger una copa de whisky de su bandeja. Le dio un pequeño sorbo y comenzó a caminar para acercarse. Cuando le faltaba aproximadamente un metro para llegar a donde ésta se encontraba, vió cómo ella sacaba un cigarrillo y lo sujetaba entre sus dedos. Llevaba las uñas pintadas de un rojo tan intenso como su vestido. Todos los hombres a su alrededor sacaron rápidamente de sus bolsillos sus encendedores o prendieron una cerilla, dispuestos a darle fuego como acto de caballerosidad. Thomas soltó una mueca ante tal escena. Cuán estúpidos podían llegar a ser los hombres, pensó.

Ella se debatía indecisa entre cuál de aquellos hombres sería el elegido para prender su cigarro; y en ese momento, vio aparecer una mano más delante de ella, una mano que sujetaba un encendedor de metal entre sus dedos, justo a la altura de su cara.

-La dama ya tiene fuego, gracias caballeros...-escuchó decir a una voz que reconoció de inmediato. Sus músculos se tensaron sólo con pensar en el encuentro que finalmente iban a tener, tras unos días sin verse.

No pudo evitar sonreír mientras observaba a los demás hombres dispersarse con rapidez, dejándolos solos. Caroline prendió su cigarro y se giró, quedando cara a cara con Thomas, quien levantó las cejas con expresión de sorpresa a la par que ella expulsaba el humo de sus primeras caladas.

-¡Caroline!-exclamó sorprendido, estaba totalmente boquiabierto-. No te había reconocido...-añadió aún atónito. Las palabras parecían atragantárseles. No pudo evitar echarle un vistazo de arriba a abajo. Y de abajo a arriba otra vez. Se fijó también en su cara, que llevaba un maquillaje más marcado y llamativo de lo habitual. Sus ojos enmarcados por un delineador negro y unas pestañas abundantes y voluminosas. Sus labios de un rojo intenso como su vestido captaron su atención durante unos segundos más de la cuenta. Se veían diferentes. Carnosos, voluminosos, brillantes...apetecibles...
Bajó la mirada por su cuerpo hasta los pies. El vestido le favorecía tanto por su forma como por el color. Se ajustaba a su cuerpo como un guante. Y la parte de alante tenía un escote que dejaba intuir la redondez de sus firmes y voluminosos pechos; de los cuales nunca se había percatado al estar estos siempre bajo una blusa abotonada hasta el cuello. Casi le empezó a faltar el aire, y se notó algo acalorado.

Un Amor NocivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora