III

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Estaba sentada en mi cama, rodeada por la oscuridad de la madrugada, con la única compañía de la débil luz de mi lámpara de escritorio. Había perdido la noción del tiempo hacía horas, absorta en la música que intentaba desesperadamente plasmar en el papel que tenía frente a mí. Mi coleta, que había empezado bien recogida, estaba ahora hecha un desastre, con mechones de cabello cayendo sobre mi rostro. La guitarra descansaba sobre mis piernas, pesada por el cansancio acumulado, mientras mi mano derecha sostenía un lápiz que ya casi no tenía punta. Delante de mí, un papel arrugado estaba lleno de tachones y anotaciones dispersas, rastros de una melodía que se me escapaba una y otra vez.

Llevaba toda la noche luchando con los acordes, buscando esa combinación perfecta que parecía estar siempre a un paso de mí, pero que se desvanecía cada vez que creía alcanzarla. Cada nota que tocaba me llenaba de un efímero sentido de logro, solo para ser seguido por la frustración al darme cuenta de que aún no era lo que buscaba. A pesar del cansancio que me envolvía, no podía parar. Había algo en esa madrugada silenciosa, en esa soledad, que me impulsaba a seguir, como si la próxima nota pudiera ser la clave para descifrar todo.

De repente, un ruido suave en la puerta rompió la burbuja en la que me encontraba. Un golpecito apenas perceptible, pero suficiente para sacarme de mi trance. Levanté la vista y vi cómo la puerta se abría lentamente. Allí estaba Sarah, mi hermana pequeña. Bueno, pequeña para mí, porque ya tenía veinte años. Nos llevábamos solo tres de diferencia, pero en momentos como ese, parecía una eternidad. Su expresión me lo dijo todo antes de que abriera la boca: estaba molesta, y no podía culparla, en este tipo de situaciones parecía ella la hermana mayor.

—¿Otra vez no has dormido, Olivia? —dijo, cruzándose de brazos mientras me lanzaba una mirada que mezclaba preocupación y reproche.

Suspiré, sabiendo que no tenía sentido mentir. Ella siempre sabía cuándo no había pegado ojo.

—No podía parar, Sarah. Estaba tan cerca de terminar esto... —dije, mi voz sonaba ronca por la falta de sueño. Bajé la mirada al papel arrugado en mis manos, como si eso pudiera justificar mi obsesión.

Sarah soltó un suspiro de exasperación y se acercó a mí, sus pasos resonando en la habitación silenciosa. Me quitó el lápiz de las manos con delicadeza, pero también con una firmeza que no daba lugar a objeciones.

—Olivia, mírate —dijo mientras dejaba el lápiz a un lado y tomaba el papel para colocarlo junto a la lámpara—. No puedes seguir así. Necesitas descansar.

Intenté resistirme, pero estaba demasiado agotada para ponerme a discutir. La veía moverse por la habitación, casi como una madre preocupada. Sabía que tenía razón, pero la frustración de no haber logrado terminar la canción me corroía por dentro.

—Lo sé, lo sé... —murmuré, más para mí misma que para ella—. Pero siento que si dejo de intentarlo, la melodía se me escapará para siempre.

Sarah se detuvo un momento, mirándome con esos ojos que siempre lograban atravesar mis defensas. Luego se sentó a mi lado en la cama, alcanzando la guitarra que aún tenía sobre mis piernas. Con suavidad, me la quitó de encima, depositándola contra la pared con una delicadeza que me sorprendió.

—La melodía no va a irse a ninguna parte, Olivia. —Su voz sonaba tranquila, casi susurrante—. Pero tú sí, si sigues forzándote de esta manera. Necesitas descansar. Más tarde podrás retomarlo con la mente fresca. Quizá ahí encuentres lo que estás buscando.

Asentí, aunque me costaba aceptar sus palabras. Sabía que tenía razón, pero la terquedad en mí me pedía seguir, arañar un poco más en esa creación que no terminaba de tomar forma.

—Sé que piensas que parar es rendirte —dijo Sarah, como si leyera mis pensamientos—. Pero no lo es. A veces, dar un paso atrás es lo que te permite avanzar.

𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂 𝐎𝐅 𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐒-𝐎𝐧𝐚 𝐁𝐚𝐭𝐥𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora