Era mucho más tarde de lo que había planeado. El tiempo en casa de Olivia había pasado rapidísimo, entre risas, charlas interminables y la sensación de estar en un espacio donde el mundo exterior dejaba de existir por un rato. Pero la realidad volvió a golpearme cuando miré la hora.
Suspiré con resignación mientras me levantaba de la cama. Olivia también se puso de pie, consciente de que la velada había llegado a su fin. Nos dirigimos juntas a la puerta, intercambiando bromas sobre lo difícil que siempre era despedirnos. Había algo en nuestra amistad que hacía que el tiempo pareciera un concepto lejano y poco importante, pero esa noche me esperaba un frío implacable afuera.
En cuanto crucé el umbral, un viento helado me envolvió, arrancándome un escalofrío involuntario. Me crucé de brazos sobre el pecho, tratando de retener algo del calor que mi camiseta fina ya no ofrecía. Apenas había dado un par de pasos cuando escuché la voz de Olivia llamándome desde la puerta.
—Ona, espera—me gritó, su tono mezclando preocupación y una pizca de regaño—. Vuelve un momento.
Me detuve, dudando por un instante. Sabía que si volvía a entrar, sería más difícil aún marcharme, pero el frío que me rodeaba era tan intenso que terminé cediendo. Volví sobre mis pasos, sintiendo la calidez de la casa envolviéndome de nuevo al cruzar la puerta. Olivia no perdió el tiempo. Desapareció por el pasillo antes de que pudiera protestar, dejándome plantada en la entrada.
Regresó al cabo de unos segundos, con una sudadera en la mano. Era la sudadera que había visto llevarla tantas veces, la misma que siempre se ponía cuando nos quedábamos hasta tarde hablando. Me la tendió con una sonrisa suave, como si el gesto no tuviera mayor importancia.
—Toma —me dijo, como si fuera lo más natural del mundo—. No puedo dejar que te congeles ahí fuera.
La risa se me escapó casi sin querer, pero no era solo por la sorpresa. Sentí un calor repentino en el pecho, algo que iba más allá del simple alivio de combatir el frío. Recibir esa sudadera no era solo un gesto amable, era una muestra silenciosa de lo que significaba nuestra amistad. Olivia siempre estaba pendiente, siempre sabía lo que necesitaba sin que tuviera que pedirlo.
Al ponerme la sudadera, sentí el suave tejido contra mi piel y el aroma familiar de Olivia impregnado en la tela. Era como llevarme un pedazo de nuestra noche conmigo, como si en ese simple acto de prestarme su sudadera, me estuviera diciendo que siempre estaría ahí, para cuidarme, para asegurarse de que estuviera bien.
—Gracias, Olivia —le dije, mi voz un poco más suave de lo que pretendía. No era solo gratitud por la prenda; era por todo lo que significaba. Ella me devolvió la sonrisa, como si entendiera perfectamente lo que pasaba por mi mente.
Cuando finalmente salí, ya no me importaba tanto el frío exterior. Sabía que, con su sudadera puesta, llevaba conmigo algo más que solo ropa, llevaba la calidez de su amistad, algo que me acompañaría mucho más allá de esa noche.
El sol ya estaba alto cuando abrí los ojos, y de inmediato sentí una oleada de pánico. Me había quedado dormida, el partido era en menos de una hora y aún tenía que vestirme, desayunar y llegar al campo. Sin pensarlo dos veces, salté de la cama y corrí hacia el armario. No había tiempo que perder, así que agarré lo primero que vi: unos pantalones, una camiseta, y cuando busqué algo para abrigarme, mis dedos se cerraron sobre una tela suave que no reconocí de inmediato, pero me la puse sin pensarlo.
Mientras salía de casa casi a la carrera, mi mente solo estaba concentrada en llegar a tiempo. Ni siquiera me detuve a revisar cómo me veía o qué llevaba puesto. El reloj avanzaba y cada segundo contaba. Cuando finalmente llegué al vestuario, jadeando, mis amigas ya estaban allí, charlando y preparándose para el partido. Me dejé caer en un banco, aún recuperando el aliento, mientras sacaba mis zapatillas de la mochila.
—Ona, ¿de dónde has sacado esa sudadera?-Preguntó Alexia mirándome curiosa.
Me giré para mirarla y noté que todas tenían los ojos puestos en mí. Confundida, bajé la mirada y me di cuenta de lo que llevaba puesto: la sudadera de Olivia. La misma que me había prestado la noche anterior, cuando hacía tanto frío. Me congelé un segundo, recordando cómo había salido a toda prisa, sin prestar atención a lo que me ponía.
—Oh, esto… —dije, sintiéndome un poco tonta—. Es de Olivia, me la prestó anoche y, bueno, con las prisas ni me di cuenta de que la tenía puesta.
Al principio, mis amigas se limitaron a sonreír y hacer comentarios típicos sobre "robar" ropa de amigas, pero la conversación no se quedó ahí. Mientras me amarraba las zapatillas, noté que Mapi intercambiaba una mirada cómplice con Jana, siendo ellas dos sabía que en cualquier momento dirían algo. Sentí un pequeño nudo formarse en mi estómago cuando las vi sonreírse de esa manera.
—¿Así que es de Olivia? —preguntó Mapi, alargando el nombre con un tono claramente juguetón.
—Sí, me la prestó anoche, ya sabes, hacía mucho frío cuando salí de su casa —contesté con naturalidad, aunque por dentro empecé a sentir un leve cosquilleo de nervios.
—Vaya, vaya —dijo Sara, levantando una ceja—, entonces pasaste la tarde en casa de Olivia ¿eh?
—Sí, pero no fue nada, solo estuvimos hablando—respondí, pero noté cómo las palabras sonaban más defensivas de lo que pretendía.
Las chicas se rieron entre dientes, pero no fue una risa cruel, sino más bien cargada de una especie de picardía. Sabía a dónde querían llegar, pero intenté ignorarlo mientras me concentraba en atarme las zapatillas.
—Ona, no nos engañes —dijo Carla, sonriendo—. Te estás poniendo roja solo de hablar de ella. Eso no es solo amistad.
—Por dios, no emepceis—solté, tratando de sonar despreocupada—. Olivia es mi amiga, eso es todo.
Pero en el fondo, mientras las escuchaba bromear, no podía evitar que una pequeña voz en mi cabeza empezara a cuestionarme. La forma en que me había sentido cuando ella me dio la sudadera, cómo me había quedado con su aroma mientras corría hacia el vestuario... ¿Era posible que estuviera empezando a ver a Olivia de una manera diferente?
Las chicas siguieron con sus comentarios, cada vez más divertidas.
—Tal vez la próxima vez te quedes con más que una sudadera, ¿no, Ona? —dijo Jana, guiñándome un ojo.
Me reí con ellas, pero había una parte de mí que no dejaba de darle vueltas al asunto. ¿Podría ser que ellas vieran algo que yo aún no había querido reconocer? Recordé cómo había sentido un calor especial cuando me dio la sudadera, algo que iba más allá de la simple gratitud. Una calidez que me acompañaba incluso ahora, cuando debería estar concentrada en el partido.
Mientras las chicas seguían bromeando, me di cuenta de que no podía dejar de pensar en Olivia. Quizás, solo quizás, había algo más creciendo dentro de mí, algo que iba más allá de la amistad que habíamos compartido. ¿Y si ellas tenían razón? ¿Y si ese simple gesto, el de prestarme su sudadera, había despertado en mí sentimientos que no había querido ver antes?
Me quedé en silencio, dejando que las risas de mis amigas llenaran el vestuario, pero en mi interior, algo empezaba a cambiar. Tal vez era hora de dejar de ignorar lo que sentía, de admitir que, cada vez que pensaba en Olivia, algo en mí se encendía.
____Alguien se está dando cuenta de algo🤭
Se acerca un poquito de drama, pero no es muy fuerte, después de la última historia vamos a relajarnos un poco

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𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂 𝐎𝐅 𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐒-𝐎𝐧𝐚 𝐁𝐚𝐭𝐥𝐥𝐞
De TodoOlivia, una joven con grandes sueños de convertirse en una estrella de la música, trabaja duro en sus estudios y en sus presentaciones locales, pero siempre siente que su sueño está a años luz de hacerse realidad. Un día, conoce a Ona, una talentosa...