XXXVII

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Olivia

Me encontré en el baño, el vapor de la ducha llenando el aire mientras me desnudaba. Había sido una mañana larga, y todo lo que quería era sentir el agua caliente sobre mi piel, lavando la pesadez del cansancio y la tensión que se había acumulado en mí.

Me quité la última prenda y me acerqué al espejo para quitarme los restos de maquillaje que quedaban en mi rostro. Pero cuando mis ojos se encontraron con mi reflejo, noté algo que me hizo detenerme en seco. Allí, en mi brazo, justo por debajo del hombro, había un moratón oscuro.

El color violáceo me recordaba al agarre de aquel hombre, la forma en que sus dedos se habían clavado en mi carne, impidiéndome escapar. La sensación de sus manos recorriendo mi cuerpo volvió a mi mente con una fuerza abrumadora. Sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies. Mi corazón comenzó a latir descontroladamente, y un nudo de angustia se formó en mi garganta.

Toqué el moratón con cuidado, como si al hacerlo pudiera desvanecerlo, borrar lo que había ocurrido. Pero el dolor que sentí, tanto físico como emocional, me demostró que era real, que no podía simplemente ignorarlo. Todo volvió a mi mente como una tormenta: la sensación de sus manos, su aliento cerca de mi oído, mi propia impotencia... La desesperación que sentí al no poder detenerlo.

Cerré los ojos y apreté los puños, intentando reprimir los sollozos que amenazaban con desbordarse. Pero fue inútil. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, y en cuestión de segundos, ya no pude contenerlas. Sentí una profunda vergüenza, una culpa que no podía explicar. No solo por lo que me había sucedido, sino porque no había sido capaz de decirlo en voz alta, de enfrentar lo que había pasado. Ni siquiera a Ona.

Ona, que había estado ahí para mí, preocupada, ofreciéndome apoyo, y yo... simplemente no pude. No fui capaz de abrirme, de compartir el horror de aquella noche. Temía su reacción, temía lo que ella pudiera pensar, y más que nada, temía sentirme aún más vulnerable al decirlo en voz alta.

Me dejé caer al suelo del baño, abrazando mis rodillas mientras las lágrimas seguían fluyendo sin control. Cada sollozo me hacía sentir más pequeña, más débil. Me sentía sucia, mancillada por lo que había sucedido, y sobre todo, por mi incapacidad para enfrentar la verdad.

El agua seguía corriendo en la ducha, pero no me moví. No podía. El simple acto de levantarme, de entrar bajo el chorro de agua caliente, parecía imposible en ese momento. Todo lo que quería era desaparecer, borrar esa parte de mí que había sido herida, que ahora estaba marcada por ese moratón.

La imagen en el espejo me devolvía la mirada, una versión de mí misma que apenas reconocía. Una versión rota, asustada, y profundamente triste. Me quedé allí, llorando hasta que ya no tuve fuerzas para seguir, hasta que el cansancio se apoderó de mí y el dolor se convirtió en un peso muerto en mi pecho.

Sabía que no podía seguir así, que tenía que hablar, tenía que confiar en alguien, pero en ese momento, la simple idea de pronunciar las palabras era abrumadora. Me sentí atrapada en mi propio silencio, incapaz de romper la barrera que me había impuesto. Y mientras el agua seguía corriendo, me di cuenta de que, a pesar de todo, aún tenía miedo. Miedo de lo que significaría decir la verdad, miedo de cómo cambiarían las cosas... miedo de perder a Ona.

Pero más allá de todo, más allá de la vergüenza y el dolor, había algo más profundo que resonaba en mi pecho. Una necesidad desesperada de encontrar paz, de sanar, aunque en ese momento, la paz parecía estar fuera de mi alcance.

Después de lo que me pareció una eternidad, mis sollozos empezaron a amainar, reduciéndose a pequeños jadeos entrecortados. Me forcé a respirar hondo, intentando recuperar algo de control sobre mi cuerpo. Las lágrimas, aunque todavía presentes, ya no fluían con la misma intensidad. Era como si me hubiera vaciado de toda emoción, quedando solo una sensación de cansancio abrumador.

Me levanté del suelo con dificultad, sintiendo mis piernas temblar ligeramente bajo mi peso. El agua seguía corriendo en la ducha, y finalmente, con una última bocanada de aire, decidí entrar. Dejé que el agua caliente cayera sobre mi cabeza, empapando mi cabello y resbalando por mi cuerpo. Cerré los ojos, esperando que el calor pudiera borrar las huellas que sentía en mi piel, que pudiera llevarse las imágenes que no dejaban de atormentarme.

El agua arrastraba las lágrimas restantes, mezclándolas con el jabón y la espuma. Me froté con fuerza, más de lo que era necesario, como si al hacerlo pudiera borrar el recuerdo de aquellas manos que me habían tocado sin permiso. Pero no importaba cuánto lo intentara, la sensación seguía ahí, latente, como una herida abierta que no dejaba de sangrar. Me sentía sucia de una manera que ni el agua más caliente ni el jabón más fuerte podrían limpiar.

Cuando finalmente salí de la ducha, envolví mi cuerpo en una toalla y me dirigí al espejo. No podía evitar mirarme, buscando en mi reflejo algún signo de que lo que había pasado había sido solo una pesadilla. Pero el moratón en mi brazo seguía ahí, recordándome la realidad de todo. A pesar del agua, a pesar del esfuerzo por calmarme, no me sentía mejor. Si acaso, me sentía aún más vulnerable, más frágil.

Me sequé el cabello lentamente, intentando prolongar el momento antes de tener que enfrentar la soledad de mi habitación. Mi mente no dejaba de dar vueltas, atrapada en un ciclo interminable de recuerdos y emociones. Me puse ropa cómoda, sintiendo el peso de la tela sobre mi piel aún sensible. Me arrastré hacia la cama, esperando que, al menos, el cansancio físico pudiera llevarme al sueño.

Pero una vez que estuve bajo las sábanas, me di cuenta de que dormir era imposible. Cerraba los ojos y las imágenes volvían, los recuerdos se filtraban en mis pensamientos, impidiendo que mi mente se apagara. Sentía el corazón latir con fuerza en mi pecho, como si estuviera en alerta constante, esperando el siguiente golpe, la siguiente amenaza.

Cada vez que intentaba relajarme, una punzada de ansiedad me recorría el cuerpo, obligándome a abrir los ojos de nuevo, como si algo terrible fuera a suceder en cualquier momento. Era como si una parte de mí se hubiera quedado atrapada en ese instante, en esa sensación de peligro inminente. No importaba cuánto intentara decirme que estaba a salvo, que todo había terminado; mi cuerpo no me dejaba creerlo.

Me giré una y otra vez en la cama, buscando una posición en la que pudiera encontrar algo de comodidad, algo de paz. Pero todo se sentía mal, incómodo. No podía soportar la presión de las sábanas, la oscuridad de la habitación. Sentía que el aire era demasiado denso, demasiado pesado para respirar con normalidad. Todo lo que quería era descansar, cerrar los ojos y dejar de pensar, dejar de sentir, aunque fuera solo por un momento.

Pero no podía. Algo en mí me impedía rendirme al sueño, una tensión constante que mantenía mi cuerpo en vilo, a la espera de algo que ni siquiera sabía definir. Me sentía atrapada, como si no hubiera escapatoria, como si estuviera destinada a revivir esa noche una y otra vez, sin poder encontrar la paz que tanto anhelaba.

Finalmente, me di cuenta de que no iba a poder dormir, no en ese momento. Me levanté de la cama y caminé hacia la ventana, abriéndola para dejar que entrara un poco de aire fresco. La brisa nocturna acarició mi rostro, enfriando mis mejillas aún húmedas. Me quedé allí, mirando hacia la oscuridad exterior, intentando encontrar algún tipo de consuelo en la quietud de la noche.

Pero incluso en la calma de la madrugada, la agitación dentro de mí no disminuía. Sabía que tenía que encontrar una manera de hablar, de enfrentar lo que había pasado, pero la simple idea me aterrorizaba. ¿Cómo podía poner en palabras algo que apenas podía soportar pensar? ¿Cómo podía admitir que me sentía tan rota, tan indefensa?

Suspiré, apoyando la frente contra el marco de la ventana, sintiendo el frío del vidrio contra mi piel. El mundo seguía adelante, pero yo me sentía atrapada, congelada en un instante que no me dejaba avanzar. Y mientras el tiempo avanzaba lentamente, supe que el sueño no llegaría. No mientras mi mente siguiera reviviendo cada segundo de lo que había ocurrido, cada detalle que me quemaba por dentro.

Me quedé allí, mirando hacia el vacío, buscando un descanso que parecía fuera de mi alcance.
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Que duro es escribir esto💔

¿Conseguirá Ona hacer que Olivia pueda expresarse?

𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂 𝐎𝐅 𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐒-𝐎𝐧𝐚 𝐁𝐚𝐭𝐥𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora