XX

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Olivia

Cuando el beso terminó, me quedé paralizada. No supe qué hacer, qué decir. Sentí los labios de Ona sobre los míos, un contacto suave y cargado de emoción, pero que al mismo tiempo me tomó completamente por sorpresa. Durante esos segundos que se alargaron hasta parecer minutos, mi mente se quedó en blanco. No podía procesar lo que acababa de ocurrir. Sabía que Ona me miraba, esperando una reacción, pero todo en mí estaba congelado. La conocía desde hacía tanto tiempo, y nunca había imaginado que ella podría sentir algo más profundo por mí. Y menos que se atrevería a mostrarlo de esa manera.

Cuando finalmente me aparté, vi el dolor en sus ojos, ese dolor que me rompió por dentro. Supe que mis palabras serían como cuchillos, pero tenía que ser honesta, aunque odiaba hacerle daño. Le dije que no sentía lo mismo, que lo sentía de verdad, y cada palabra fue un golpe para ambas. La tristeza en su rostro me dejó un peso enorme en el pecho, algo que no sabía cómo quitarme de encima. Y entonces, cuando todo quedó dicho, nos quedamos en silencio, cada una tratando de digerir lo que había pasado.

Volvimos con las chicas, pero sentía que mi mente seguía atrapada en ese momento, en la sensación de los labios de Ona sobre los míos, en la desesperación que había sentido antes de lanzarse a dar ese paso. Me esforcé por sonreír, por fingir que todo estaba bien, pero era inútil. Algo en ese beso me había removido profundamente, de una manera que no entendía. No era solo la sorpresa, era algo más, algo que no quería admitir.

El peso de lo que había pasado, de lo que significaba para Ona y lo que no significaba para mí, comenzó a acumularse en mi interior. Sentía una culpa que no podía sacudir, una incomodidad que se apoderaba de cada pensamiento. Necesitaba distraerme, necesitaba olvidarlo, aunque fuera solo por un rato.

Así que hice lo único que se me ocurrió. Volví a la barra y pedí una copa. Luego otra. Y otra. Sabía que no era la solución, que estaba buscando ahogar algo que no se iría tan fácilmente, pero en ese momento no me importaba. Lo único que quería era borrar ese nudo en el estómago, esa sensación de que había hecho algo terrible, aunque no había querido hacer daño. Quería dejar de sentir, aunque fuera por un par de horas.

Las chicas notaron que estaba bebiendo más de lo normal, pero lo tomaron como parte de la noche, riendo y brindando conmigo. Solo Ona permanecía en silencio, manteniendo cierta distancia. No me atreví a mirarla demasiado, temiendo ver ese dolor reflejado en sus ojos. Así que seguí bebiendo, cada trago un esfuerzo por ahogar la incomodidad, por perderme en la música, en las risas, en el bullicio de la discoteca.

Poco a poco, el alcohol comenzó a hacer efecto. La culpa, la tristeza, todo se volvió más borroso, más distante. Las luces se mezclaban en destellos sin forma, y mi cuerpo se sentía ligero, casi flotando. Pero en algún rincón de mi mente, ese beso seguía allí, como una espina que no podía sacar. Incluso en mi embriaguez, no podía escapar del todo de lo que significaba, de lo que podría haber cambiado entre nosotras.

No sé cuántos tragos más tomé. Perdí la cuenta después del cuarto o quinto. Solo recuerdo las risas de Beth tratando de mantenerme en pie, el suelo tambaleándose bajo mis pies, y la sensación de que estaba perdiendo el control. Pero en lugar de calmarme, la sensación de estar completamente borracha solo hizo que la confusión y la tristeza se intensificaran. Me sentía perdida, atrapada en un ciclo de emociones contradictorias que no podía entender.

En algún momento, todo comenzó a volverse borroso, las voces se desdibujaron y las luces se convirtieron en manchas brillantes. Pero, incluso en ese estado, no podía sacarme a Ona de la cabeza, no podía olvidar su mirada, su beso, la desesperación con la que había intentado alcanzarme.

El alcohol no había conseguido lo que yo quería. Al final, no podía escapar de la realidad. Y mientras me hundía en la oscuridad de la borrachera, supe que tendría que enfrentar lo que había hecho y lo que no podía cambiar.

𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂 𝐎𝐅 𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐒-𝐎𝐧𝐚 𝐁𝐚𝐭𝐥𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora