XXXII

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El aire fresco me envolvía, pero no lograba calmar el nerviosismo creciente que sentía mientras esperaba a Sarah fuera de la discoteca. Había sido una noche divertida, llena de risas, pero ahora, en la soledad del exterior, esa ligereza comenzaba a desvanecerse. Estaba sola, y la calle empezaba a vaciarse, lo que me hacía sentir cada vez más expuesta. Me crucé de brazos, intentando mantener el calor y la calma, pero una sensación incómoda se instalaba en mi pecho.

Un hombre se acercó de repente, saliendo de la penumbra. Su presencia me hizo tensarme de inmediato. Parecía normal, alguien que quizás solo buscaba conversación, pero había algo en su manera de mirarme que me hizo sentir vulnerable. Me obligué a sonreír, esperando que se marchara, pero él no lo hizo. En cambio, comenzó a hablarme, y su tono era más que insinuante; era intrusivo.

—¿Estás sola, guapa? —me preguntó, sus palabras llenas de una confianza que me resultó perturbadora.

Mi corazón empezó a latir más rápido, y traté de mantener mi voz firme mientras respondía:

—No, estoy esperando a mi hermana-Dije tajante pero con bastantes nervios.

Esperaba que esto lo desalentara, pero no fue así. En lugar de alejarse, el hombre dio un paso más cerca, su proximidad invadiendo mi espacio personal de una manera que me hizo sentir atrapada. Retrocedí instintivamente, pero eso solo pareció animarlo. Sus ojos recorrieron mi cuerpo con una intensidad que me puso los pelos de punta. El pánico comenzó a apoderarse de mí mientras intentaba encontrar una manera de salir de esta situación.

—Vamos, no seas tímida. Podemos pasar un buen rato mientras esperas —dijo, sonriendo de una manera que me hizo sentir náuseas.

Miré alrededor con desesperación, esperando ver a Sarah regresar o encontrar a alguien, cualquiera, que pudiera intervenir. Pero la calle estaba prácticamente vacía. Los pocos que pasaban estaban demasiado lejos para notar lo que estaba ocurriendo. En un intento desesperado por alejarme, di un paso atrás, pero lo que logré fue acorralarme a mí misma en una esquina oscura, apartada de la vista de los demás.

El hombre me siguió sin dudarlo, y cuando se dio cuenta de que no tenía a dónde ir, su expresión cambió. Ahora su sonrisa era más siniestra, y su tono se volvió aún más inquietante.

—Tranquila, cariño. Solo quiero que nos divirtamos un poco —susurró, y antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano en mi brazo, apretándome con fuerza.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sus dedos comenzaron a deslizarse por mi piel. Intenté moverme, sacudirme, pero era inútil. Era más fuerte que yo, y su determinación era aterradora. El pánico que sentía se transformó en un miedo visceral, en un terror absoluto. Mi mente se llenó de imágenes horribles, de todas las cosas que podrían pasar si no lograba escapar.

Mis labios se movieron, pero ningún sonido salió. Quería gritar, quería pedir ayuda, pero mi voz estaba atrapada en mi garganta, bloqueada por el miedo que me paralizaba. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras sus manos se movían con más confianza, tocándome sobre la ropa primero, y luego intentando deslizarse por debajo. La sensación era horrible, sucia, y cada toque hacía que mi piel se sintiera como si estuviera en llamas.

Intenté empujarlo, moví mis manos para golpearlo, para hacer cualquier cosa que pudiera detenerlo, pero era como golpear una pared. No se inmutó, y sus manos continuaron explorando mi cuerpo con una frialdad que me hizo sentir aún más indefensa. Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas, y la desesperación se apoderó de mí por completo. Ya no era solo miedo; era un sentimiento de impotencia total, una certeza de que no había salida.

Me sentía atrapada, como si estuviera en una pesadilla de la que no podía despertar. Mi cuerpo temblaba incontrolablemente, y mi mente estaba llena de pensamientos caóticos, cada uno más aterrador que el anterior. Solo quería que todo terminara, quería que alguien, cualquiera, apareciera y me ayudara, pero estaba sola, y el hombre lo sabía. Lo vi en sus ojos, en la manera en que me miraba, como si fuera suya, como si pudiera hacer lo que quisiera y no habría consecuencias.

𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂 𝐎𝐅 𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐒-𝐎𝐧𝐚 𝐁𝐚𝐭𝐥𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora