XXII

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Olivia

Desperté con un dolor de cabeza brutal que parecía golpear mi cerebro sin parar. La luz del sol se colaba por las cortinas, y el simple hecho de abrir los ojos me hacía sentir mareada. Recuerdo vagamente los últimos momentos de la noche, pero hay algo que se mantiene nítido en mi mente: el beso. Ese beso. Era como si el resto de la noche estuviera envuelto en una niebla, pero ese instante se destacaba con una claridad incómoda.

Me levanté de la cama con cuidado, tratando de no hacer movimientos bruscos. Mi cabeza daba vueltas, y me sentía un poco inestable mientras me dirigía a la cocina. Allí estaban Sarah y Beth, charlando y riendo mientras preparaban el desayuno. La risa de Beth resonaba especialmente fuerte, y me dio una ligera molestia en el cráneo.

—Mira quién se despierta—dijo Sarah con una sonrisa burlona—. ¿Cómo estás, Olivia?

Beth se giró y, al verme, soltó una risa divertida.

—Parece que tienes una resaca de campeonato. Así es cuando mezclas emociones y alcohol-Dijo vacilandome.

Intenté esbozar una sonrisa, pero el dolor no me lo permitió del todo. Me serví un vaso de agua y luego un café, con la esperanza de que al menos uno de los dos ayudara a aliviar un poco mi malestar. Mientras lo hacía, escuchaba a Sarah y a Beth reírse y comentar sobre la noche anterior, recordando algunos momentos que debieron ser bastante graciosos si uno estaba en sus cabales.

Me reí débilmente ante sus comentarios, agradecida de tenerlas a ambas allí para distraerme, aunque el dolor de cabeza seguía siendo implacable. A pesar de lo difícil que era, intentaba disfrutar del momento.

Después del desayuno, el tiempo pasó volando y llegó el momento de despedirnos. Beth tenía un AVE a Madrid en una hora, y el reloj parecía haber corrido más rápido de lo que podía seguir. La acompañé a la estación de tren, con Sarah a mi lado. La despedida estuvo llena de risas y gratitud, a pesar de la tristeza de ver a Beth irse.

—Cuídate mucho, Beth —le dije, abrazándola con sinceridad—. Ha sido genial tenerte aquí.

—Lo sé, lo sé —respondió Beth con una sonrisa—. Nos veremos pronto. Y tú, Olivia, recupérate bien de esa resaca.

Las tres compartimos una última risa antes de que Beth se dirigiera a su tren. Yo y Sarah nos quedamos en la estación, viendo cómo el tren se alejaba y se perdía en el horizonte.

—¿Estás bien? —preguntó Sarah, notando mi expresión cansada.

—Sí, solo necesito un poco de tiempo —le respondí, sintiendo el peso de la noche anterior y los recuerdos que seguían atormentándome—. Gracias.

Sarah me dio un abrazo reconfortante y me aseguró que todo iría bien. Mientras Beth desaparecía, me quedé reflexionando sobre lo que había pasado, tratando de procesar todo el tumulto de emociones que aún me rodeaba. Aunque aún no sabía cómo enfrentar lo que había sucedido, me sentía al menos aliviada de tener el apoyo de mi hermana en este complicado momento.

La resaca empezó a calmarse un poco mientras avanzaba la mañana, pero las emociones seguían a flor de piel. Sentía una necesidad apremiante de ponerme con mi música para intentar ordenar mis pensamientos. La letra de una canción en particular rondaba mi mente, algo que había estado escribiendo en un momento de confusión y vulnerabilidad. Sabía que era crucial para entender cómo me sentía, así que decidí buscarla.

Pasé un buen rato revisando mis cosas en busca del papel donde había escrito la letra. La angustia comenzó a crecer a medida que no encontraba nada en mi habitación, ni en mi escritorio ni entre mis notas. La desesperación crecía, y cada vez que pensaba que podría haber perdido el papel, el nudo en mi estómago se hacía más grande. La letra era algo muy personal, un reflejo de mis sentimientos más profundos y confusos, y temía que alguien pudiera haberla leído.

Finalmente, decidí revisar de nuevo la cocina, pensando que tal vez había sido descuidada y lo había dejado allí por accidente. Me dirigí a la cocina con la esperanza de que no hubiera nadie en casa que pudiera ver mi estado, pero no, Sarah ya había salido para hacer otras cosas y yo estaba sola.

Para mi alivio, encontré el papel en la encimera cerca de la cafetera. Lo había dejado allí el día anterior y parecía que no había sido tocado. Pero, al ver el papel, una oleada de ansiedad me invadió. Mi corazón latía con fuerza mientras me preguntaba si alguien lo había visto y leído. La idea de que mis sentimientos más íntimos pudieran haber sido expuestos me asustaba.

Con manos temblorosas, tomé el papel y lo leí una vez más. Las palabras escritas allí parecían tan vulnerables, un reflejo crudo de mi confusión. No podía permitir que nadie más viera eso, especialmente no en el estado en que estaba ahora.

Volví a poner el papel en su lugar, cuidadosamente, tratando de asegurarme de que no se notara que lo había manipulado. Me quedé de pie allí un momento, sintiendo el peso de mis emociones y la intranquilidad de haber estado tan cerca de la posibilidad de que otros pudieran descubrirlo. Era un recordatorio de lo frágiles que podían ser los sentimientos y lo importante que era mantenerlos seguros.

Tomé mi guitarra, sintiendo su familiaridad como un ancla en medio de mi tormenta emocional. Me senté en la cama con las piernas cruzadas, la guitarra descansando sobre mis muslos, y respiré hondo antes de comenzar a tocar los primeros acordes. La melodía era suave, melancólica, y resonaba con la misma confusión que sentía en mi interior.

Empecé a cantar la letra que había estado escribiendo, esa que me había costado tanto encontrar, y las palabras fluyeron casi por instinto. Al principio, mi voz era insegura, como si aún no estuviera lista para enfrentar lo que estaba diciendo, canté, con la mente vagando mientras las notas llenaban la habitación. Era un reflejo de la incertidumbre que me había perseguido durante semanas, esa duda persistente sobre lo que realmente sentía.

Mientras seguía tocando, mis dedos se movían por las cuerdas con más confianza, retocando algunos acordes aquí y allá, ajustando la melodía para que se sintiera más auténtica. Pero por mucho que me concentrara en la música, mi mente se mantenía en otro lugar. En otra persona. Ona.

El recuerdo de la noche anterior me golpeó de nuevo. El beso. Su expresión después. La forma en que sus ojos me buscaron con desesperación, como si en ellos pudiera encontrar la respuesta a todas mis dudas. Pero yo la había rechazado. Le dije que no sentía lo mismo, y eso había sido la verdad… o al menos, eso creía en ese momento.

Sin embargo, mientras cantaba y las palabras cobraban vida en mi voz, me di cuenta de que la canción, esa canción que había estado escribiendo durante días, iba sobre Ona. Cada línea hablaba de ella, de la confusión que sentía cada vez que estaba cerca, de la constante lucha interna por entender si lo que me unía a ella era amor o simplemente una amistad demasiado intensa.

Canté, y mi voz se quebró un poco. Me detuve un segundo, la mano izquierda aún en el mástil de la guitarra, la derecha sosteniendo la púa temblorosa. ¿Por qué todo me parecía tan enredado ahora? ¿Por qué, después de todo lo que había pasado la noche anterior, Ona seguía siendo el centro de mis pensamientos?

Reanudé la canción, pero ahora con una sensación de tristeza que antes no estaba allí. Cada palabra parecía cargar un peso más grande, cada nota resonaba con una melancolía que era imposible ignorar. Intenté cambiar un par de versos, buscando algo de claridad en medio del caos de mis emociones, pero no importaba lo que hiciera; siempre volvía a ella. Ona era la raíz de todo lo que me hacía sentir perdida, insegura, confundida.

Cuando terminé la canción, dejé caer mis manos y las mantuve sobre la guitarra, sin saber qué hacer. El silencio en la habitación se sentía pesado, casi opresivo. Me incliné hacia atrás, apoyando la espalda contra la pared, y dejé escapar un suspiro profundo.

Había rechazado a Ona porque creía que mis sentimientos no eran recíprocos, que no había nada más que amistad. Pero ahora, después de poner todo en palabras y música, me preguntaba si realmente había sido sincera conmigo misma. Si ese beso había despertado algo más en mí que simplemente la confusión de una amistad mal entendida.

Quizás siempre había habido algo más, algo que me negué a ver hasta que fue demasiado tarde. Y ahora, con la canción flotando en el aire, me daba cuenta de que tal vez ese "algo más" había estado allí todo el tiempo.
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Que haría Olivia sin la música😔

𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂 𝐎𝐅 𝐎𝐔𝐑 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐒-𝐎𝐧𝐚 𝐁𝐚𝐭𝐥𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora