Capítulo 4: Ira

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Sofía después de casi cuarenta minutos salió del baño y Luciana ya no estaba allí, Bruno y Luciana estaban en la cocina estrenando los fuegos mientras preparaban juntos unos alfajores que tenía preparado Luciana e intentar alegrar a Sofía.

—Esas, esas. —le recomendaba Bruno señalando a las almendras.

Bruno sabía que las almendras eran el sabor que más le gustaba a Sofía y que Luciana era capaz de hacerlas con ese sabor si las troceaba y las introducía en la receta de los alfajores.

—Esto va quedar exquisito, para mi me voy a hacer unas de maní que tanto me gustan ¿Vos querés un sabor en especial?

—Mmm... ¿Tenemos oreos? —preguntó antojado.

—No, me da que esas no las tenemos corazón. Si querés, puedo poner Nutella y echarle trocitos de galleta.

Bruno se reía con una sonrisa achinando sus ojos por las ideas creativas de Luciana.

—No te preocupes, si puedes ponerle Nutella está perfecto, que bueno.

—Listo, no se mande más entonces.

Luciana y Bruno comenzaron a hacer los alfajores y trocear los ingredientes para poder introducirlos en la crema que hacía ella siempre y quedaran deliciosos. Sofía bajó las escaleras despacio para ver que estaban haciendo, pero aun seguía molesta por lo que había pasado.

—Sofi amor, ¿Cómo te encuentras? Vení acá sentate cielo, estamos haciendo unos alfajores, y adivina, algunos son de almendra.

—¿Cómo podéis estar así? —preguntó molesta.

—Cielo, perdón, no quise incomodarte, ¿Pero así cómo?

—Así, felices y haciendo de cocinar como si nada, además... alfajores.

—Oye Sofi, un poco de tacto, los estamos haciendo para tí, pensamos que te gustaría...

—¿Tacto? Bruno no sabes lo que es tener tacto.

—Sofía, ¿Qué te pasa? de verdad tienes que parar de estar así.

—¡Pues entonces tráeme de vuelta a Lucía! Pero no puedes, porque está muerta y sigue muerta joder. No sé cómo la habéis olvidado tan rápido.

—Amor no la hemos olvidado. —le replicaba Luciana dolida por haber dicho eso.

Sofía soltó un soplido de impotencia y se fue de la casa sin sentirse cómoda ni saber cómo salir adelante. Estaba en un muro de decisiones donde no sabía qué hacer, tampoco entendía como ellos podían hacer vida normal mientras ella era incapaz y eso la molestaba haciendo que fuese más difícil salir de ese hoyo.

—¡Sofía! —llamó Bruno con fuerza sin querer que se vaya sola mientras intentaba ir tras ella.

Luciana se sentó en la barra dejando la crema a un lado y apagando el fuego para que no estuviera encendido mientras no hubiera nada cocinándose...

Bruno fue incapaz de alcanzarla y la perdió de vista, solo deseaba que volviera y que no le pasara nada. Sin más opciones, volvió a la casa a estar con Luciana.

—Lo siento. —se perdonaba Bruno por lo que le dijo Sofía.

—No... no pasa nada, está molesta, solo es eso. —contestó Luciana secándose una lágrima que bajaba por su pómulo.

—No, si pasa, se está pasando, y lo que te ha dicho no tiene precio. Aquí todos la echamos de menos y no la hemos olvidado, y menos tú.

—Ya... lo sé, pero no es ella... es... su ira, hace que diga cosas que no quiere ni piensa.

—Sí pero... no quiero que os lastiméis más, ya fue suficiente. —dijo Bruno harto de que la situación se repitiera una y otra vez.

—Gracias cielo, por estar acá conmigo y dejarme estar acá con vosotros. —agradeció Luciana por darle su espacio.

—Eres de la familia, métetelo en la cabeza, no te llamo mamá porque quedaría raro. —dijo entre risas. —Pero de verdad que las gracias te las tengo que dar yo por tratarnos como una. Eres increíble Luciana, no lo olvides, y nos vamos a cuidar entre todos hasta salir de todo esto y comenzar de nuevo.

Luciana lo miraba con admiración y cariño, no tardó ni cinco segundos en darle un abrazo como a un hijo.

—Ya se le va a pasar, ya verás, hablaré con ella. —prometía Bruno para que los tres fueran felices al fin.

Sofía iba corriendo por las calles de Madrid mientras mostraba un rostro apenado y oscuro, iba mirando hacia atrás por si Bruno le seguía pero no le veía y eso no sabía si le alegraba o la entristecía más, estaba cansada de que siempre viera como ellos pudieron seguir adelante mientras ella se quedaba atrás, sin avanzar. Al mirar al frente casi se choca con una joven que escribía algo en un papel y paró en seco enfrente suya.

—Alguien tiene muy mal día hoy ¿no?. —dijo la joven mirando su rostro.

—Perdona. —se disculpó Sofía por casi chocar con ella y no mirar al frente.

—Y ¿por qué? ¿Por qué estás triste? —preguntó la chica.

Sofía no quería decir nada y se mantuvo callada.

—¡No deberías estar triste!, eres muy guapa, mujer. —le dijo la joven con un acento venezolano.

—Gracias. —contestó Sofía con una pequeña sonrisa.

La joven reía con ella por la situación pero le estaba diciendo lo que veía y era la verdad.

—No te quiero ver triste, así que sonríe que estás demasiado guapa, demasiado linda y demasiado hermosa. Así que deja de estar triste y deja de tener esa cara en la calle. Que ten cuidado que te llegue el amor de tu vida y te encuentre así, ejemplo, yo. —le soltó la joven seguido de una sonrisa que dejaba ver lo buena persona que era.

Sofía no procesaba todo y solo le salía una sonrisa por haberse encontrado con esa joven que le hizo sentir mejor con solo cuatro palabras.

—¿Me prometes que vas a estar feliz? —preguntó la joven con seriedad para que se lo tomara en serio a pesar de que todo parecía una broma.

Sofía soltó una risa tímida y asentía con su cabeza.

—Sí. —dijo un poco más contenta.

—Es que eres muy guapa, así que te quiero ver contenta ¿vale?.

Sofía asentía con la cabeza agradecida de sus palabras mientras volvía a caminar hacia delante dejando a la chica atrás...

—¡Oye!

Se escuchó a la joven gritar detrás suyo, Sofía dio media vuelta para ver que quería.

—Helenor, así me llamo, por si te quedaste con las ganas de saberlo. —le gritaba desde lo lejos mientras le mostraba una sonrisa para que también sonriera y se acordara de lo que tenía que hacer.

Sofía volvió a mirar al frente, siguió caminando por esas calles con una sonrisa que se le había quedado sin darse cuenta en su boca, caminaba y solo pensaba en lo que había pasado, en como unas palabras le habían cambiado el día y el humor, de una persona que ni conocía, pero ella admira mucho las opiniones de los demás y por ello le afectó tanto dejando en ella esa sonrisa que aun seguía sin darse cuenta de que la tenía. La gente la miraba ya que se reía sola solo recordando algunas de las palabras que se le habían quedado, recordando ese acento que le pareció tan gracioso de oír y a la vez agradable. Cuando se dio cuenta de que aun tenía una sonrisa y de que la gente la miraba extraña por verla reír mientras caminaba volvió a esconder su sonrisa un poco. Luego pensó en que debía disculparse con su hermano y Luciana, que no estaba bien lo que hizo y menos lo que dijo, dando así media vuelta e ir de vuelta a casa, e intentar de una vez por todas avanzar mentalmente en lo que le pasaba, en hacer caso a las palabras de Bruno y seguir adelante.

Clave De Dio (Saga Claves)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora