Bajo destellos intermitentes de relámpagos y entre las sombras danzantes del fuego de las antorchas, un individuo se desplazaba con determinación por los laberinticos pasillos de Salazen Kou, su capa blanca ondeando al compás de sus rápidos pasos, que resonaban con fuerza en la oscuridad que los rodeaba.
En esta noche interminable, donde el conflicto ardía con una intensidad creciente, el verdadero terror no residía únicamente en las formas espectrales o en las criaturas de pesadilla que acecharon en las sombras. No, el verdadero terror yacía sobre el juicio del rey, que pendía como una espada sobre la cabeza de aquellos que desafiaban su autoridad.
Con sus ropas blancas resplandeciendo en los destellos de los relámpagos, se apresuraba hacia la sala del trono con la premura de quien persigue una meta urgente.
Al llegar al final del corredor, con el aliento agitado, se encontró frente a una imponente puerta de roble custodiada por dos guardias en armadura dorada. Los guardias, al divisarlo, abrieron la puerta de inmediato, permitiéndole el paso a la figura envuelta en blanco, quien atravesó el umbral con la misma urgencia que lo había impulsado desde el principio.
Del otro lado de la puerta se extendía una vasta estancia, elevándose como la nave central de una catedral gótica. A pesar de haber llegado a su destino, el individuo no disminuyó su paso. Corrió velozmente hacia los tronos reales, ascendiendo al estrado elevado donde reposaban los monarcas, mientras los presentes retenían el aliento en expectación, cosa que ignoraba.
Había ingresado al salón a través de una puerta trasera, por lo que en ningún momento se percató de lo que le esperaba allí. Sin embargo, una vez en el estrado, quedó petrificado al presenciar el panorama que se desplegaba ante él.
–Pero... ¿qué está sucediendo aquí? –preguntó en voz alta, su mirada errante recorriendo el salón en un intento frenético por comprender la situación–. ¿Qué es...?
–Ya era hora –interrumpió una voz ronca, su tono cargado de malicia como si fuera un conjuro siniestro que se desplegaba en el aire–. De llegar antes, habría aplastado tus huesos hasta reducirlos a polvo, igual que a todos los insensatos aquí presentes.
–¿Cómo? –tartamudeó, luego recompuso la voz aclarando silenciosamente la garganta–. Quiero decir, lamento mucho la tardanza, Majestad. Me aseguré de que todos en el castillo estuvieran a salvo antes de dirigirme aquí, como me ordenó. Pero sinceramente, no comprendo qué está sucediendo ni por qué todas estas personas fueron convocadas aquí de repente.
–Están aquí para ser juzgados –sentenció el Rey con frialdad, su mirada afilada como la hoja de una espada mientras recorría a los presentes desde su trono dorado, como si estuviera evaluando la dureza de sus cuellos antes de cortarlos–. Y ahora que el consejero de tercera finalmente ha hecho acto de presencia, podemos dar inicio a este lamentable juicio.
Con una mirada fugaz, Iida Tenya, Consejero Real de Mytitur y sus vastas colonias, se esforzó por descifrar el enmarañado panorama que se desplegaba ante él en la sala del trono.
Frente a los imponentes tronos reales, yacían postradas figuras de gran importancia de la nobleza, con las muñecas aprisionadas por cadenas. Entre ellos, destacaban el Mago Yosetsu Awase, la heredera de los Yaoyorozu y el mismísimo Hechicero Real de Mytitur, Tokoyami Fumikage.
En lugar de la tradicional guardia real, eran las gárgolas del Rey quienes custodiaban la estancia, con una presencia temible que llenaba el ambiente con un aura de miedo y misterio. Y en medio de este escenario surrealista, se encontraba el oficial Tamaki Amajiki, una presencia sombría en medio del tumulto.
Pero lo más desconcertante de todo era la figura del príncipe Shoto, quien, sin mostrar cadenas visibles, se arrodillaba humildemente frente a sus hermanos en sus tronos dorados.
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Fantasía de un Soberano [Katsudeku-Omegaverse] En Edición
FanfictionBakugou Katsuki, rey de Mytitur, ostenta el liderazgo sobre el reino más prominente y avanzado del continente. Su dominio se destaca en todos los aspectos, desde la magia y la arquitectura hasta las armas, consolidándolo como una superpotencia. El r...