Cap 75: Los Ojos que Nunca Parpadean

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Mientras se dirigía a su recámara por un corredor del décimo piso, Katsuki no podía contenerse. Caminaba alegremente, soltando risas y gruñidos que resonaban por todo el piso. De vez en cuando, se detenía, apoyándose en una columna o en alguna estatua cercana, antes de estallar en una carcajada tan potente que casi lo hacía doblarse en dos. Se sujetaba el estómago con la mano, como si con eso pudiera evitar que el dolor de tanto reír se volviera insoportable.

Cada vez que la imagen de sus hermanos y Tokoyami, en esos ridículos trajes de sirvienta, se formaba en su cabeza, la risa volvía con más fuerza. Los visualizaba levantando escombros con la falda ondeando al ritmo de sus torpes movimientos, y eso lo hacía perder el control.

Pero lo que realmente lo destrozaba era la escena de ellos abrazándose entre los escombros, apretados como si fueran un solo ser, mientras intentaban mantener la compostura. Como si eso no fuera suficiente, recordar cómo habían empezado a saltar como niños emocionados en una tienda de dulces lo hacía casi caer al suelo de la risa.

Finalmente, Katsuki logró recuperar algo de compostura, aunque su respiración seguía entrecortada por las carcajadas que amenazaban con salir en cualquier momento. El estómago le dolía, pero claro, nada torturador para él, simplemente un precio razonable por semejante espectáculo. Sabía que debía regresar a su recámara cuanto antes, pero la tentación de ir directamente a contarle todo a Inko lo asaltaba. Se imaginaba la cara de su querida suegra al escuchar cada detalle, y por poco volvía a estallar en risas solo con eso.

–Esto es demasiado... –murmuró entre risas, intentando caminar derecho–. De no ser porque están ocupados, les haría levantar escombros por una semana.

Ante él, se alzaban dos majestuosas puertas de roble oscuro, monumentales en su elegancia, con un aire de solemnidad que impregnaba el espacio. Las puertas, talladas con intrincado detalle, mostraban una imagen que desbordaba belleza y poder. En alto relieve, las figuras del rey Katsuki y su prometido Izuku se alzaban como guardianes de ese umbral sagrado.

Con las manos entrelazadas, ambos se encontraban rodeados por una exuberante vegetación, donde las vides enredaban sus delicados tallos alrededor de flores etéreas y pájaros al vuelo, mientras el sol se filtraba entre las ramas de árboles robustos que parecían custodiar su unión. Un río sereno serpenteaba bajo sus pies, representando el flujo inquebrantable del destino que los unía.

Las puertas cerradas componían un retrato completo, casi mítico, donde el amor y la devoción de los dos se entrelazaban con la naturaleza misma, como si el reino entero respirara al compás de su vínculo.

Katsuki, sin apartar la mirada del retrato de Izuku, tomó la decisión de abrir la puerta en la que la figura de su prometido se encontraba tallada. Con un movimiento firme, empujó el pesado roble hacia adentro, permitiendo que las bisagras, viejas, pero impecablemente cuidadas, crujieran levemente.

Al cruzar el umbral, esperaba encontrar solo la familiar presencia de Izuku, pero en lugar de su prometido, fue recibido por una figura igualmente cercana, aunque inesperada: Midoriya Inko, la madre de Izuku, ya aguardaba dentro, su mirada cálida pero cargada de una preocupación silenciosa.

Vestía un majestuoso vestido azul oscuro, con mangas acampanadas que caían con una elegancia natural, y cuyo borde en las mangas, la falda y el cuello estaba delicadamente adornado con un suave tono azul claro, como un sutil toque de cielo al atardecer. La luz que se colaba desde las ventanas la envolvía, creando un halo de resplandor que parecía realzar cada detalle de su atuendo, bañándola en una serenidad casi celestial.

Permanecía allí, inmóvil, como si el flujo del tiempo la hubiera olvidado, perdida en sus pensamientos más profundos, hasta que la presencia de Katsuki irrumpió, desvaneciendo el hechizo de su tranquila contemplación.

Fantasía de un Soberano   [Katsudeku-Omegaverse] En EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora