Cap 74: El Castigo de los Caídos

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El amanecer bañaba la arruinada sala del trono con una luz fría y despiadada, reflejándose en los escombros que cubrían el suelo, en las paredes resquebrajadas y en las columnas carbonizadas que alguna vez habían sostenido la gloria de la realeza. Tres figuras, vistiendo uniformes de sirvienta con faldas cortas, se inclinaban repetidamente, recogiendo los restos del esplendor perdido, mientras el peso de su humillación los aplastaba casi tanto como la tarea misma.

Desde lo alto de la plataforma elevada, Katsuki observaba la escena con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Sentado en su trono dorado, sus ojos brillaban con un deleite cruel mientras contemplaba a sus hermanos y al Hechicero, convertidos en sombras de lo que alguna vez fueron.

Delante del rey, Denki, sentado en el taburete de oro de Izuku, se removía inquieto. Al principio, la proximidad al rey le resultaba sofocante, cada movimiento que hacía lo llenaba de tensión, como si el aire se volviera más denso con cada respiración.

Sin embargo, a medida que los príncipes y el Hechicero comenzaban a limpiar, algo en la escena cambió para él. La tensión en sus hombros empezó a disiparse lentamente, especialmente cuando Eijirou, en su labor, se inclinaba para recoger los escombros. Cada vez que lo hacía, la corta falda del uniforme se levantaba, revelando un atisbo de su ropa interior. Denki, incapaz de evitarlo, sentía sus mejillas sonrojarse mientras su incomodidad inicial era reemplazada por una mezcla de nerviosismo y fascinación.

El sonido rítmico de las carretillas al ser llenadas y empujadas por los alfas rompía el silencio de la sala, creando un contrapunto a la quietud expectante que emanaba de Katsuki. El rey no apartaba la mirada, disfrutando cada instante de la humillación de aquellos que alguna vez habían compartido su sangre y su poder.

Denki, aunque todavía nervioso, no pudo evitar sentirse un poco más a gusto a medida que la escena se desarrollaba. El contraste entre la solemnidad de la sala destruida y la imagen ridícula de los tres alfas en uniformes de sirvienta era casi surrealista, y el joven no pudo evitar un pequeño, culpable atisbo de diversión.

Desde su trono, Katsuki se recostaba con los brazos cruzados, sus ojos dorados observando cada movimiento con una mezcla de satisfacción y desprecio. Este era su reino, su voluntad inquebrantable la que dictaba el destino de todos los presentes. Y ahora, los tres que habían desafiado su autoridad estaban siendo castigados de la manera más humillante posible. El eco de su risa resonaba en la sala mientras disfrutaba de su victoria, saboreando cada segundo del espectáculo que había creado.

–Es un buen comienzo –indicó Katsuki, su sonrisa ensanchándose–. Pero aún hay mucho por hacer antes de que puedan ganarse mi perdón.

Denki, aún sentado en el taburete, lanzó una mirada nerviosa hacia el rey. Aunque ya no estaba tan tenso como al principio, la presencia imponente de Katsuki aún lo intimidaba. Pero al ver cómo Eijirou, Shoto, y Fumikage trabajaban, algo dentro de él se relajó. Tal vez, pensó, estar cerca del poder absoluto no era tan malo, siempre y cuando no fuera uno mismo quien cargara con las consecuencias.

El salón del trono, ahora convertido en una caótica mezcla de escombros, columnas resquebrajadas, y ventanas rotas, se había transformado en un campo de trabajo para los tres alfas más humillados del reino. Bajo la estricta mirada de Katsuki, que disfrutaba del espectáculo desde su trono dorado, Shoto, Eijirou, y Fumikage se esforzaban en realizar las tareas más mundanas, sin poder recurrir a la magia que les hubiera facilitado el trabajo.

Iida Tenya, Consejero Real de Mytitur, inmóvil sobre la plataforma de los tronos, observaba la escena con la rigidez de una estatua olvidada. En cualquier otra circunstancia, la visión de Shoto con tan poca ropa habría dejado a Iida nervioso, quizás incluso fascinado. En su mente, Shoto siempre había sido el epítome del alfa perfecto: elegante, majestuoso, con una presencia abrumadora que irradiaba poder incluso en el más leve parpadeo. Cada gesto apático, cada mirada distante de Shoto lo convertía en una figura casi inalcanzable, e Iida había caído más de una vez bajo el influjo de esa belleza fría y distante.

Fantasía de un Soberano   [Katsudeku-Omegaverse] En EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora