Cap 77: Altezas Reales: Final

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Fumikage no tuvo tiempo de reaccionar cuando la negrura lo envolvió por completo. Lo último que vio fue el débil destello de una antorcha lejana, que parpadeaba en el corredor como un suspiro moribundo, antes de que todo se desvaneciera.

En un instante, se sintió caer. La velocidad a la que descendía era brutal, como si un abismo insondable lo estuviera tragando. El vacío le comprimía el pecho, y el estómago se le retorcía en un nudo de puro terror, esa sensación incómoda y vertiginosa de caer sin fin. Pero no había suelo, ni horizonte, ni una referencia. Solo oscuridad.

El aire era denso, casi sólido, y se le hacía difícil respirar. La capa de su túnica se agitó salvajemente, envolviéndolo como una trampa. El tejido se pegó a su rostro y cuello, sofocándolo mientras luchaba por liberar sus manos. Gritó, pero el sonido quedó atrapado, devorado por la negrura. La desesperación crecía, y en su confusión, empezó a girar, dando vueltas descontroladas. Cada giro lo desorientaba más; el mundo que no podía ver lo aplastaba desde todos los ángulos. No había arriba ni abajo, solo esa caída interminable, su túnica enredándose más, ahogándolo con cada vuelta que daba en el vacío.

De repente, todo cambió. Seguía girando, pero ya no caía en el vacío. El impacto fue tan repentino que ni siquiera lo vio venir. Piso su propia capa y tropezó, cayendo de bruces al suelo, envuelto en la tela negra que había sido su némesis durante la caída. El golpe lo dejó sin aliento.

Desesperado, arrancó la capa de su cabeza, solo para encontrarse con un resplandor cegador que lo obligó a apretar los párpados. La luz era tan intensa que dolía, y en su intento por ponerse de pie, el mareo lo venció. Dio un paso en falso y cayó de lado, chocando torpemente contra un montón de libros que se desplomaron sobre él.

Aturdido, Fumikage emergió de entre la montaña de libros. El dolor en sus extremidades y el zumbido en su cabeza aún lo mantenían en un estado de confusión. Parpadeó repetidamente, hasta que sus ojos finalmente se ajustaron a la luz. Al observar a su alrededor, lo reconoció todo de inmediato.

Estaba de regreso en su recámara en el Castillo Salazen Kou, rodeado por la multitud de libros que llenaban cada rincón, tal y como los había dejado. Las cortinas abiertas dejaban entrar la intensa luz del sol, bañando la habitación en un brillo cálido que contrastaba brutalmente con la negrura de la que acababa de escapar.

Todavía con los latidos desbocados, Fumikage se quedó inmóvil, intentando procesar lo que acababa de suceder. Las sensaciones de la caída, la oscuridad y el terror seguían agolpándose en su mente, aunque la seguridad de su recámara le ofrecía un respiro.

–¿Qué...? –murmuró, perdido y abrumado, sintiendo el golpe del asombro retumbar violentamente en su pecho.

–Me preguntaba a qué hora volverías. ¿Ya terminaste de jugar a la criada?

La voz, suave como un susurro etéreo, helada y apática, como si el peso del mundo no le concerniera, lo sacudió con fuerza. Fumikage giró su cabeza de ave con urgencia, buscando por todas partes, y allí, junto a un sillón vacío, una figura oscura flotaba en el aire, con la espalda rígida y una cabellera negra que caía, suave como la seda, en cascadas.

Las sombras parecían aferrarse a su figura esbelta, envolviéndola en un vestido largo y majestuoso, cuya falda descendía en ondas de oscuridad, cubriendo el suelo bajo ella con una penumbra densa y ominosa. Las mangas del vestido, anchas y largas como las túnicas de un hechicero ancestral, rozaban sus delicadas manos blancas, que sostenían un libro. Su rostro, de una palidez cadavérica, permanecía impasible, irradiando una belleza irreal, mientras sus ojos morados, tan brillantes y profundos como amatistas encendidas, permanecían fijos en las páginas.

Fumikage, al verla allí, en su propia cámara, se levantó de golpe, tambaleándose. El vértigo lo atacaba, pero aun así logró balbucear con un esfuerzo desesperado:

Fantasía de un Soberano   [Katsudeku-Omegaverse] En EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora