Capítulo uno: Lluvia y fuego - Parte 3

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—¡Alex! Tiempo sin verlo. ¿Viene a mercar? Porque le tengo unas papas criollas muy buenas.

Saluda con energía, Jazmín, una campesina que va a cada viernes a la plaza de Dante para vender los productos que le sobran después de la venta a empresas locales o restaurantes.

—Es más, de ñapa le doy unas cuatro, porque de verdad que tuve un sembradío bueno y me ha sobrado bastante y ando muy generosa. —bailotea por unos segundos, causando carcajadas al pelirrojo.

—Bueno, dame tres bultos de papas y llame a Alejandro para que nos lleve de vuelta al pueblo.

—Claro que sí. Vaya tranquilo y compre y, si quiere, deja las cositas aquí.

—Claro que sí, muchas gracias, Dios la bendiga. —palmea suavemente el hombre de la mujer y se aleja entre la multitud que lo saluda de tanto en tanto.

Tomates, perejil, cilantro y otras legumbres aromáticas, despertaban poco a poco el apetito del joven. "Compraré un par de cosas de la lista y busco algo para comer", piensa y sonríe suavemente. Toma un par de bolsas de alcaparras, otras de frijol negro y blanco, y un par de bolsas de lentejas, ya que es la comida favorita de su padre, el señor Ángelo. Mientras tanto, la señora Teresa se encarga de comprar los alimentos refrigerados y algunas cosas en el supermercado. "Por favor, que no se le olviden de nuevo las pastas", acaricia su cabello al recordar las veces en que ha tenido que devolverse al pueblo a comprar pastas, su alimento favorito debido a que la madre teresa no maneja teléfono, ya que lo considera "innecesario para su vida", no puede recordarle, así que escribe en la lista en letra negrilla que no olvide comprarlo y aun así lo olvida.

—Oye, siempre es la misma repuesta, ¿de verdad no te intereso ni un poco?

Una mujer coqueta, un poco más alta que el señor Alexander, insiste en hablar con un chico, quizás un muchacho de menos de veinte años. "Es Matías", piensa al observar la situación. El chico solo limpia en silencio las lechugas, quitando las hojas marchitas y colocándolas en el estanque de agua al lado de la mesa para evitar que envejezcan rápido. "Es alfa", piensa negando con la cabeza al verla hablar sola.

—Oye, mírame a la cara mientras te estoy hablando. —toma con fuerza la muñeca del chico que abre sus ojos sorprendido y asustado.

—Suéltame. —advierte. —No me toques.

—Lo dices como si no te gustara. —relame sus labios, causando que el chico se estremezca asqueado al oler sus feromonas, tan desagradables como el olor a fango, o al menos así lo percibe el chico.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Los ojos dorados, inexpresivos y profundamente intimidantes de Alexander atrapan los de aquella mujer que asustada suelta al chico. Las feromonas sin aroma de un Omega dominante extremadamente poco común hace que sea más angustiante para las personas que son aplacadas por el alto dominio que tiene sobre los cuerpos de sus víctimas, es como tratar de huir y no poder hacerlo debido a una fuerza mayor. Alexander deja de expedir dichas feromonas, lo que causa que la mujer, empapada en sudor, caiga al suelo.

—No quiero volver a verte por aquí, mocosa. —amenazante, abre sus ojos, apagando al instante el color dorado de los mismos y volviendo al marrón natural de siempre. —¿Entiendes lo que te digo?

—Lo siento. —se levanta rápidamente y se va caminando sin mirar atrás.

—Matías, ¿estás bien? —el chico profundamente sonrojado aleja la mirada.

—S-sí, estoy bien, gracias por ayudarme. —carraspea su garganta y acaricia su cuello. —Estuvo acosándome desde hace un tiempo, todos la ignoran, así que yo hice lo mismo, pero siguió insistiendo. —suspira. —Me dijeron que debía aprender a defenderme, ser más contundente, pero no se me da bien, no me gusta gritar y formar problemas.

—Lo entiendo, pero decir con firmeza que no y dejar las cosas claras, no te hará alguien malvado, solo que quieres respecto, punto y si persiste, para eso están las autoridades y toda la gente que está aquí, te aseguro que hacen lo que sea para defenderte.

—Sí. —asiente apenado. —Lo siento.

—No, no, no es tu culpa. El acoso sexual es un asunto muy grave, no tienes por qué culparte, el victimario o victimaría es el verdadero culpable, no las víctimas. —dice aquello con suavidad. —Si vuelve a insistir, por favor ve a la policía, ojalá acompañado de la familia, ¿de acuerdo?

—Sí. —asiente con ojos brillantes, sin dejar de ver al sacerdote tímidamente. —Bueno... ¿Viene a mercar hoy? —pregunta para cambiar el tono de la conversación.

—Sí, ya se están acabando algunas cositas que solo logramos conseguir aquí más rápido. —sonríe ampliamente y toma cinco lechugas grandes. —Quiero llevarlas, por favor.

—Claro, con gusto la empaco. —animado toma las bolsas y empaca, titubeando.

—¿Tienes algo que decir? —pregunta el pelirrojo sin dejar de ver los mangos frescos que se exhiben en la mesa. —¿Es sobre Marco?—alza sus cejas y sonríe con ojos sospechosos.

—Sí. —el sonrojo toma sus orejas y rostro con fuerza, causando que Alexander ría suavemente. —No se lo he dicho, no le he podido decir nada, no sé cómo hacerlo.

—¿Decir qué cosa a quién? —Alejandro aparece de sorpresa, causando que ambos se sobresalten un poco.

—Alejandro, ¿cómo has estado? —toca su pecho. —Soy un anciano de 27 años, trata de ser más considerado. —ríe con suavidad.

—Dramático. —ríe y con suavidad mira a Marco, que se sonroja y aparta la mirada. —¿De qué hablaban?

—De Laura, volvió a acosarlo hoy. —dice sin más Alexander.

—No, ¿por qué le dijiste? —ligeramente angustiado, cubre su rostro.

—Matías, ¿en serio? Yo te lo dije, que lo haya prometido, no significa que iba a dejar de hacerlo, no había pasado ni un mes desde sus supuestas sinceras disculpas. —acaricia su frente, frustrado.

—Tranquilos, no hay necesidad de llegar a eso que andas pensado Alejo. —advierte con su voz suavemente. —Solo que estaba vez deben tomar otras represalias, si no, no lo entenderá. Pero esa decisión la tomas tú, niño. Así piénsalo con calma y desde la realidad del asunto. —suspira. —Bueno, este vejestorio se va a seguir comprando. Debo preparar mucho en casa. —sonríe y revuelve el cabello de Matías. —Díselo cuando te sientas preparado, no lo fuerces, ¿de acuerdo?

—Sí. —asiente suavemente.

—Dios me los bendiga, ¡adiós!

Se aleja con algo de prisa, pues el tiempo es oro y debe reunir todas las provisiones que se necesitan en menos de una hora. Mientras camina, apresurado, encargando rápidamente alimentos y pagando a la par, tropieza con alguien al caminar.

—Lo siento, discúlpeme —rápidamente alza la vista al notar que el pecho de aquel hombre es lo único que se ve. —Lo siento...

—Descuide, no se preocupe... —responde pausadamente sin darse cuenta.

El hombre sin nombre, de cabello negro con zonas completamente blancas en el mismo, atrapa aquel par de ojos marrones. Estremeciéndose, al igual que el susodicho, por un par de segundo que parecen eternos, se miran el uno al otro entre la multitud.

—Disculpe. —nervioso, Alexander se aparta, acariciando su pecho por un momento al sentirlo caliente, para luego alejarse rápidamente. "¿Quién es ese hombre?", se atraganta suavemente y sacude su cabeza para olvidar el rostro de aquel que pensó no volver a ver nunca más.

Nota

Lolear: Es una jerga local en algunas partes de Colombia, significa algo como visitar lugares, mirar por ahí cosas interesantes. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora