Capítulo nueve: Dulce y amargo

11 4 10
                                    


Vino de arroz

Hallazgo inesperado,

un arrozal

maduro

pleno de granos.

Fermentaré

sus frutos

en barriles de sándalo.

En tardes inspiradas

de violeta

vino de arroz

pasará de mi boca

a tu boca.

—Lenguaje de maderas talladas por María Clara Ospina Hernández, poeta colombiana.

El aroma a salchichas, huevo en mantequilla y pan de maíz se intensifica, causando que el alfa de ojos ambarinos se remueva entre las sábanas. Frota su rostro contra la almohada de la cama en la que se encuentra y se sienta lentamente minutos después, aturdido y descansando.

—¿Cómo es que...? —se pregunta al verse sobre un colchón en el suelo, frente a los pies de la cama de Alexander. —Vaya, el curita me arrastró hasta aquí. —sonríe socarrón y al mismo tiempo pensativo, ciertamente enternecido. —Tengo hambre y está cocinando. —sonríe. —Vamos a molestarlo, pero antes al baño, carajo, ¿desde cuándo no orino?

Al terminar de hacer sus necesidades y darse un baño rápido, sin pedir permiso alguno, busca en el closet del sacerdote algo que pueda entrar en su fornido cuerpo. Un hombre tan grande y que claramente los suéteres de un sacerdote tan delgado, pero sin llegar a los extremos, no le van a caber, por lo que sin pudor alguno, solo toma una sudadera, y de ropa interior, ni hablar, no hay nada que pueda caberle aunque se quedara babeando viendo lo bien que marcará el trasero del pelirrojo. "Deja de ser un enfermo", suspira y sacude la cabeza. Acaricia su cabello tratando de peinarlo delicadamente. y al percatarse, frunce el ceño y lo alborota. Con parsimonia, sale descalzo, con aquella sudadera apretada, marcando sus piernas trabajadas y algo más que hace sonrojar a cualquiera al verlo.

Al llegar, sus ojos se deleitan con una hermosa y deliciosa escena, y no por el desayuno. Alexander se mueve con gracia y sutileza en la cocina. La luz de la mañana se filtra por la ventana frente a la estufa eléctrica de la que dispone la cabaña, bañando la habitación en un resplandor dorado muy suave que termina por acariciar los cabellos del pelirrojo que se mueve suavemente al compás de la canción. Los acordes suaves de Un Amore Grande de Peppino Gagliardi llenan el espacio y trasportan al joven alfa, sin esperarlo jamás, a solo admirar a aquel hermoso y salvaje omega que tantas veces lo ha sacado de sus casillas. "Salvaje y puro", piensa al recordar aquellos dibujos de los niños en la pared, las cartas y la sonrisa que siempre dibujan en su rostro.

Con una sartén en la mano, Alexander gira suavemente sobre sus pies, su cabello flameando alrededor de su rostro como una cascada, mientras aquella sonrisa que el de ojos ambarinos creyó nunca vería, hace presencia, causando palpitaciones en su pecho, relamiendo sus labios al sentir la garganta seca y deseosa de aquellos labios que solo lo rechazan tan dulce y cruelmente. "Deja de hacer eso...", piensa apretando sus puños sin dejar de verlo.

El sacerdote gira levemente para colocar sobre la mesa un plato de tocino revuelto con cilantro, cebolla y tomates pequeños, y así finalmente ve a Lorenzo. Sus ojos se encuentran, y el tiempo parece detenerse por un segundo. Una chispa de sorpresa y bochorno brilla en sus ojos, reflejándose al poco tiempo en sus mejillas. "¿Desde cuándo estás ahí?", se atraganta nervioso. Acaricia su cabello y aparta la mirada terriblemente sonrojado.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora