Capítulo dos: Adonis - Parte 2

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El pelirrojo, visiblemente irritado, se retira, entrando al auto del joven Lorenzo, que solo sonríe. "Por Dios, qué humor el que tiene, por todo se enoja", suspira y sacude su cabello. Entra al auto y hace señas a sus guardaespaldas de que se irá solo. Mirando por el espejo retrovisor, capta el rostro del de ojos marrones con el ceño fruncido y el suave puchero en su boca. "En serio está molesto", piensa y deja de sonreír, ya que si bien es una acción que lo enternece, es un claro indicador de que está realmente enojado. Enciende el auto y empieza la travesía hasta la cabaña. 30 minutos después decide hablar.

—¿De verdad no vas a hablarme? —pregunta suavemente. —Miras mis ojitos, lo lamentan mucho. —hace un puchero mientras lo mira por el espejo retrovisor.

—Tonto. —trata de ocultar su sonrisa. —No es gracioso lo que hiciste allá.

—Dudo mucho que nos descubran tan pronto. —sonríe victorioso. —Además, yo no tengo miedo, pero.. —mira dulcemente al pelirrojo. —Sé que aún no estás preparado para enfrentarlo, asi que puedo esperar el tiempo que necesites.

—¿Y si...?

—¿Y si me canso? Bueno, entonces soy un maldito egoísta por tomar en cuenta que mi novio es un sacerdote en servicio. —dice tranquilamente.

—¿Novio? —pregunta sonrojado con los ojos iluminados. —Pe-pero...

—Bueno, si esperas a que prepare un estadio para declararme...

—No, estás loco. —niega con la cabeza y ríe posteriormente. —Vizcaíno... —mira al joven con los ojos llenos de lágrimas. —Tengo... miedo...

—Oye, oye... —dice alarmado y con suavidad. Se parquea finalmente al lado de la cabaña, apaga el auto y baja rápidamente para sacar al sacerdote con dulzura. —Vamos adentro y hablemos.

—Sí.

Asiente y camina junto a él hasta llegar al interior de la casa.

—Alex... —observa al pelirrojo sentarse en el sofá, secando sus lágrimas. Se arrodilla frente a él, tomando sus manos. —Se que soy un tipo sin vergüenza alguna, pero no pienso exponerte. Aunque quisiera decir libremente que me enamoré de un sacerdote. —sonríe, causando que este ría levemente. —Pero... yo no pienso quitarte todo esto... Además, toda tu familia te ama y estoy seguro de que el día en que decidas decirlo ellos estarán ahí con los brazos abiertos. —acaricia su mejilla. —Eres... —se acerca suavemente a su rostro. —...una hermosa luz que es capas de hacer caer al peor de los corsario negros de este nuevo mundo. —dice con aquella voz comprensiva, seductora y embelesada. —¿Esta puede ser mi confesión de amor ahora? —pregunta ligeramente nervioso por lo que Alexander, conmovido y abrumado, toma suavemente su mejilla mientras lo mira a los ojos.

—Sí, es tan tú... —suspira, causando que el azabache se estremezca.

—Eso es tan cursi. —musita, causando que el de rostro pesos y sonrojado ríe tiernamente.

—Yo... —titubea. —Lamento, lo que dije ese día. —con el rostro entristecido le mira. —No fue... No fue un error. —dice suavemente cerca de los labios del de ojos ambarinos.

—¿De verdad? —pregunta suavemente mientras su corazón empieza a palpitar con fuerza.

—De verdad. —acaricia la frente del alfa que cierra sus ojos al sentir el suave toque de sus dedos. Alexander se estremece al ver aquellos ojos rojos, mirarlo tan deseoso y dulcemente. —Vizcaíno...

—Ya estamos solos.

Sin previo aviso, el lobo de ojos en un movimiento sujeta a Alexander por las piernas, levantándolo del sofá con facilidad. El pelirrojo suelta un jadeo sorprendido, sus manos buscando automáticamente los hombros del alfa para mantener el equilibrio.

—Cálmate. —jadea suavemente cerca de los labios del contrario.

—Dios, no te atrevas a pedirme eso cuando te ves así.

Dice suavemente sin apartar la mirada de los ojos de Alexander a quien sostiene firmemente con sus manos calientes y seguras en las piernas de su amante, sí, suyo y de nadie más. Los labios desesperados del morocho toman con hambre los de la dulce presa que gime y jadea inevitablemente debido a todas aquellas sensaciones, lleno de pasión y lujuria, como si hubiera estado esperando este momento toda su vida, a aquel hombre, aquel corsario negro que ha atrapado su corazón, a aquel corsario negro que lo hace pecar tan dulcemente.

—¡Ah! —gime tembloroso al sentir su cuello ser atacado por los dientes del contrario suavemente.

—Alexander. —gime el alfa, tomando sus labios nuevamente mientras sube las escaleras torpemente.

Los labios del susodicho son demandantes, explorando cada rincón de la boca del sacerdote que solo permite entre lágrimas ser tocado y amado con tanta intensidad, aferrándose con fuerza a los hombros del corsario. Las respiraciones se mezclan, el calor de sus cuerpos aumenta con cada segundo que pasa y el cuerpo del omega empieza a reaccionar peligrosamente ante el toque. Lorenzo sostiene a aquel pequeño zorro con una facilidad que parece casi natural, sus músculos tensos y definidos muestran la fuerza con la que lo sujeta.

Finalmente, cuando el aire se vuelve indispensable, se separan levemente, sus frentes apoyándose una contra la otra mientras sus respiraciones entrecortadas llenan el silencio de la habitación en la que ahora se encuentra y no saben en qué momento llegaron. Sin soltar al pelirrojo, el señor Vizcaíno sonríe suavemente contra sus labios, susurrando con voz ronca y jadeante.

—No sabes cuánto he deseado esto. —da un suave beso a la mejilla del sacerdote. —Quiero decirlo y no es pecado.

—No, no lo hagas si lo haces yo... —jadeante, niega suavemente.

Te amo.

—Vizcaíno. —deja que las lágrimas fluyan suavemente. —Te amo.

—Alexander. —con el corazón retumbando en su pecho, logra percibir el fuerte aroma a feromonas, uno más intenso y diferente. —Tu olor a feromonas no es como los otros, huele a canela pero... —observa el rostro del pelirrojo que avergonzada esconde su rostro en el cuello del alfa que se estremece, apretando sus labios, lleno de felicidad y al mismo tiempo tratando de mantener el autocontrol. —Es tu celo. —señala, recibiendo un suave quejido como afirmación del omega dominante. —Me iré, si eso quieres. No te tocaré a no ser que me lo pidas.

—No te vayas... —dice suavemente, excitado.

—Alexander... esto es... peligroso... —jadea al sentir la suave respiración del hombre en su cuello. —No quiero que te arrepientas.

—Nunca lo haría. —musita en el oído del alfa que, perdiendo la cordura, lo acuesta en la cama rápidamente.

Voy a hacerte el amor como nadie jamás lo ha hecho... —se acerca peligrosamente a los labios del pelirrojo, que se sonroja con fuerza y jadea al escuchar tal confesión.

—Para... —suplican suavemente.

...Porque te deseo tanto, Alexander, que solo imaginarte entre mis brazos gimiendo mi nombre me vuelve loco. —dice con voz ronca y suave sobre los labios del sacerdote, que llora profundamente enamorado. Me perteneces.

—Vizcaíno. —gime suavemente, estremecido debido al orgasmo que acaba de tener.

—Vaya, qué sensible eres. —sonríe excitado y orgulloso al ser el causante de todo aquello. —Haremos el amor, Alexander D'Angelo y no podrás escapar de mí.

—No lo haré. —susurra. —Tengo miedo. —señala, tembloroso.

—No te haré daño... solo te daré placer. —saca una caja de condones de su bolsillo derecho mostrándolo al omega que se sonroja y tapa su rostro avergonzado. —Solo tenía la idea de masturbarte, no pensé que pasaría esta maravilla. —susurra de forma gatuna en su oído para luego lamer.

—Idiota. —jadea tembloroso.

—Lo sé. —sonríe satisfecho.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora