Capítulo nueve: El corsario rojo de Vizcaya - Parte 2

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Desde el otro lado de la puerta, Rebeca no puede evitar reírse suavemente al escuchar los chillidos y jadeos de Enzo. "Debe estar haciendo pucheros. Ni enojado se ve feo", piensa y frunce el ceño sin poder creer que exista tanta adorabilidad en su solo ser humano. Golpea la puerta sonriendo suavemente, con los cabellos alborotados. Golpea nuevamente con suavidad, provocando que Enzo se sobresalte aún más.

—¡Enzo! —canturrea suavemente. —No tienes que esconderte, no voy a morder... Bueno, no más de lo que ya lo hice. —aguanta las carcajadas en su boca.

—¡N-No voy a abrir! —grita Enzo desde el otro lado de la puerta con la voz temblorosa y entrecortada por la vergüenza. —¡Tienes que irte, Rebeca! ¡N-No puedes estar aquí!

—¿De verdad? —Rebeca se inclina más cerca de la puerta con tono provocador. —Hace rato que vivo contigo y prácticamente todas mis cosas están ahí. —dice con obviedad. —Podemos dormir juntos a partir de ahora porque creo que me debes otro beso, uno que dejaste a medias... Hace un rato, eso es triste. —toca su pecho, dramática.

—¡No! —tartamudea el de ojos dorados mientras apoya sus manos temblando contra la puerta. —¡No pienso abrir, ¿entiendes?! Esto... Esto fue... Solo... Yo.... ¡T-Tienes que irte ahora mismo! —chilla.

—Qué ganas de hacer una huelga y despertar a todos los vecinos. —suspira. —¡Hola a todos! —grita con fuerza mientras se carcajea.

—¡Rebeca! —regaña tapando su rostro posteriormente. —¡P-Por favor, vete! —grita nervioso. —Hablaremos mañana... No lo sé. —lanza un quejido. —¡No voy a abrir, y... y no quiero más besos ahora! ¡Estoy muy ocupado... sí, muy ocupado!

Rebeca sonríe, sabiendo que lo tiene exactamente donde quiere. "Es mío", piensa y muerde su labio inferior, extendiendo sus brazos lado a lado. "Aleluya", piensa y ríe.

—Bueno... Yo quería más, especialmente porque mi lengua es inquieta, pero bueno, meteré mi lengua en otro momento. —suspira.

—¡Dios mío, adiós! —chilla Enzo.

Rebeca sonríe, da un paso atrás, y finalmente se aleja, riendo para sí misma.

A la mañana siguiente, la belleza de cabello negro despierta con una ligera jaqueca, el dolor de cabeza pulsando suavemente en sus sienes debido al trasnocho por rumiar cognitivamente entre sus fantasías y diversiones. "¿Cómo tendrá el rostro? ¿Ya estará dormido?", se preguntaba una y otra vez, mirando a la nada y sonriendo tontamente. Se estira en la cama, el cuerpo aún adormilado, y sonríe al recordar la noche anterior, a aquellos dulces labios y cómo no, el exquisito calor que emanaban de sus cuerpos. "Soy una desvergonzada, pervertida, hija del diablo", piensa y chilla ligeramente, cubriendo su rostro y moviéndose frenéticamente en la cama. La memoria de los besos con Enzo, sus dulces jadeos, el estremecimiento de sus cuerpos, la reacción adorablemente avergonzada de aquella perla blanca y brillante y la forma en que había huido tan apresuradamente le provocan una risa suave mientras observa el techo de la habitación de hotel barato y hogareño donde se encuentra.

—Debería llamarlo. —musita. —Mmm.. Tiene que responderme, si no lo atacaré. —sonríe suavemente.

Toma su teléfono y marca el número del pequeño conejo blanco. El tono suena una, dos, tres veces antes de que finalmente escuche su voz al otro lado de la línea, tímida y vacilante.

—H-Hola... —saluda Enzo y su voz apenas en un murmullo. —¿Qué... quieres?

—Hola, dulzura —responde con voz ronca y suave.

—E-Estoy esperando a que me re-recoja. Basta. —protesta suavemente, hundiendo el rostro en una almohada y causando que la azabache se remueva enloquecida en la cama silenciosamente.

—Estaba pensando en ti... —carraspea su garganta. —...en lo mucho que me gustaría continuar lo que dejamos a medias anoche. ¿Qué dices si paso por ahí y te doy un buen desayuno antes de salir... en la cama? —susurra seductora.

—T-T-Tengo que colgar, ¡adiós!

Cuelga abruptamente, dejando a Rebeca riendo entre dientes mientras se recuesta en la cama, satisfecha con su pequeña victoria. "Debe parecer un tomate... No, no, él es más lindo que un tomático", piensa. El pobre chico del otro lado de la línea está tan abrumado que apenas puede sostener una conversación sin perder la compostura y cómo no, con las insinuaciones de aquella mujer.

Después de un desayuno ligero de pan de ajo tostado de ajo y tres huevos revueltos, junto a un buen vaso de leche tibia, la azabache se queda pensativa, sonriendo para sí misma. La idea de ver a Enzo de nuevo, de seguir presionando al chico hasta verlo llorar de vergüenza tan tiernamente, le genera satisfacción. "Por Dios, eres una enferma Rebeca", se palmea a sí misma en el rostro al pensar lo erótico que sería ver al chico llorar mientras lo penetra. "Carajo", piensa y suspira. Sacudiendo su cabeza, se levanta rápidamente y se prepara para salir temprano. Tiene que recoger a Enzo de su casa, y la idea de besuquearlo como parte del desayuno le arranca una sonrisa traviesa.

—Será mejor que lo invite a una cita formal, antes de que la perra de Alessia vuelva a meter sus narices en todo esto. —murmura para sí misma, sintiendo una leve irritación.

Se relame los labios mientras sale de su casa, con la mente puesta en la idea de pasar más tiempo a solas con Enzo, tocarlo, susurrarle al oído hasta que se derrita en sus brazos. Sin embargo, su teléfono suena justo cuando está saliendo del parqueadero y entra a la carretera.

—Marica, hasta que te apareces.

—Estúpida. Sé que me extrañaste. —dice Valentino. —También trabajo, mocosa, y pues ya he vuelto. —dice sin preámbulos. —Estaba ocupado, y lo sabes, con los negocios en el extranjero y demás, pero regresé esta madrugada en un vuelo privado. Necesito hablar contigo para que detenga a Lorenzo de cometer una estupidez. Los chismes vuelan más que una puta hoja en Italia.

—Habla, viejo sabroso.

—Hace un momento crucé miradas con Alessandro Nero Scarlatti. —masculla

—¿Qué mierda? —acelera el auto sin apartar la vista del frente. —¿Y qué hace ese malparido aquí? Ni siquiera tenemos la reliquia como para que venga a joder por eso.

—Por Dios, es el líder de Los Corsarios Rojos de Vizcaya; tiene que dar la cara para que sepan que está peleando el territorio. —suspira con frustración. —Si quiere negociar, adelante, pero eso... eso no es negocio y ya. Y no están solos, Rebeca... Lucrezia Fiamma Ross estaba con él, esa maldita psicótica. Como se ve de normal por fuera, y es una enferma.

El corazón de Rebeca se acelera, y sus manos aprietan el volante con más fuerza. De repente, frena en seco al ver, a través del parabrisas, a la mencionada Lucrezia caminando con la despreocupación de alguien que siente que la ciudad le pertenece.

—Esto tiene que ser la coincidencia más hijueputa. Estoy viendo a esa maniática.

—¡¿Qué?! —frunce el ceño.

—La viste mucho más temprano en la mañana; por supuesto que decidió dárselas de niña exploradora.

Aquella mamba dorada se mueve con elegancia, como si paseara por el patio de su casa. La observa dirigirse hacia la biblioteca León Tolstói.

—La reliquia... —murmura Rebeca para sí misma. —Debemos encontrarla antes de que se den cuenta de que no la hemos sacado. Estoy segura de que creen que la tenemos, y están dispuestos a matar por tenerla. Así que prepara todo, hoy mismo debo irme con Enzo a Belfast, Irlanda del Norte. Además, los paladines del norte están de nuestro lado; van a protegernos, dado caso se presente algo.—acelera. —Voy a la mansión por ahora para hablar con Lorenzo, debe estar emputado... Valentino, se va a formar un baño de sangre antes de lo pensado.

—Mierda... —masculla Valentino con desprecio al otro lado de la línea. —Ve por la reliquia y no vuelvas hasta que la tengan. —suspira. —Malditos cerdos rojos. —masculla y cuelga finalmente. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora