Capítulo siete: Rojo y negro - Parte 2

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—Suelta. —logra zafarse del agarre y huir a tiempo, abriendo la puerta rápidamente con el alfa detrás a punto de agarrarlo. —Hola, Enzo. —saluda amablemente al joven omega. —Pasa, por favor, supongo que estás aquí para verificar que esas máquinas funcionen.

—Sí. —asiente mirando con ojos brillantes al sacerdote. —Ayer no me quedé al almuerzo, lo siento. —dice apenado.

—Tranquilo, supe que Rebeca te molestó, y lo entiendo, yo tampoco soporto a tu jefe. —señala al alfa a su lado.

—Hola, mocoso. ¿Acaso no podías venir otro día? —pregunta, irritado.

—No, y usted no es mi jefe. —dice sin más entrando.

—Muy bien, así es. —sonríe victorioso al ver el rostro ofendido del alfa. —Ya se lo he dicho, señor Vizcaíno, esta es mi casa, no suya. Aquí se hace lo que yo diga y si no le gusta, lárgase de mi propiedad, ya suficiente tengo que aguantarlo. —dice con hostilidad, demostrando sus dotes de actuación. —Colóquese una camisa, no me gusta la vulgaridad dentro de mi hogar, ¿le queda claro? —mira a este de arriba abajo.

—Señor Alexander, colocaré estos monitores en algunas partes de la casa para que se activen en cuanto sientan algún movimiento de los sensores en el exterior.

—Adelante, todo sea por nuestra seguridad. —dice amablemente. —Iré por un poco de té para ti. La estufa no funciona hoy, está algo resabiada hoy, así que he preparado té utilizando la caldera.

—Gracias... —ímido, trata de hablarle informalmente.

—Alex, llámame Alex, sin problemas. —enternecido, sonríe.

—Sí. —asiente contento.

—¿Yo no cuento en la ecuación...? —se atraganta al ver los ojos anaranjados del sacerdote. —Ya me callo. —suspira y ve nuevamente a Alexander que le mira con ojos de "Lo lamento", causando que ría suavemente.

—Ya se volvió loco. —musita Enzo al escuchar la risa.

—Qué molesto eres. —masculla.

—Sí, claro. —alza los hombros restando importancia. —Por favor, acérquense, les mostraré algo... —dice suavemente. —Es extraño.

—¿Qué pasa? —Lorenzo se acerca rápidamente observando la grabación y los movimientos de los sensores. —Esos movimientos... —observa, atragantándose, encolerizado. —Maldito hijo de puta.

—¿Sabe quién es? —pregunta Enzo preocupado, observando a Alexander que niega sin saber.

—No sé...

—Yo sé quién es ese hijo puta. —rápidamente, se asoma la ventana en dirección a la zona donde se detectaron los movimientos. Observa atento a detalle la zona, enfurecido y ciertamente ansioso. —No puede ser. —camina de un lado a otro. —No puede ser. —se acerca a Alexander tomando su mano, causando que Enzo los mire, dándose cuenta de lo evidente. —Tenemos que irnos de aquí, no podemos quedarnos aquí un día más.

—¿De qué estás hablando? —observa a Enzo que niega sin comprender la situación.

—Sé quién es. —acaricia su cabello, tratando de darse a explicar. —El trató de matarme cuando tenía 15 años.

—Por Dios. —olvidando la presencia del joven albino, toca el pecho de Lorenzo. —¿Vino a buscarte?

—No, sus movimientos en el sensor no van dirigidos a mí, sabía que estaba costado en el sofá. —se acerca nuevamente a la computadora. —Estuvo mirándote toda la noche. —relame sus labios. —Se hace llamar Karl Ruprecht Kroenen y sí, nadie sabe su maldito nombre real, aunque no salió de la nada.

—Es el personaje de un comic, un científico nazi... No es muy relevante la verdad. —señala Enzo.

—¿De qué están hablando? —confundido observa al par.

—Ese tipo se hace llamar como un asesino alemán perteneciente al partido Nazi que aparece en los comics de Hellboy, no es necesario que sepas qué es, igual no te gustará. —niega suavemente. —Solo sé que el bastardo proviene de Irlanda, mató a sus hermanos menores cuando era adolescente solo porque se metieron en su habitación. Luego mató a sus padres y escapó. El tipo es un maldito enfermo mental. —observando las grabaciones, se sienta al lado de Enzo. —Por supuesto que es él. —niega una y otra vez. —No puedo confundir ese maldito cabello negro y largo en ninguna parte. y la cicatriz en su mano... se la causé yo cuando escapé a los quince años de donde me tenía encerrado. Fue reclutado por los cuervos de Calabria, es su mejor momento. Como bien sabrá Enzo...

—Él pertenece a la Sociedad Thule. —impresionado, observa a ambos. —Pensé que era mentira, que solo era un dicho, además no cumple ni con la mitad de lo que exige la sociedad. —pensativo lo observa.

—Eso es un hecho, no cumplen ni una pizca de las características para lo que fue la real Sociedad Thule... El nieto del fundador de los cuervos de Calabria, ahora el líder principal, conformó este grupo de asesinos, identificándose con los nombres reales Walter Nauhaus... Rudolf von Sebottendorf... en fin, los nombres de los que alguna vez fueron miembros de la Sociedad Thule. —toma una pausa y observa a Alexander. —Había seis miembros, solo queda uno... ese tipo de anoche, los otros... bueno, a tres de ellos por lo que se considera defensa propia, aunque no sé si pueda decirlo así... Yo los maté. Cuando me secuestraron y trataron de torturarme, logré deshacerme de tres de ellos... los otros dos ya estaban muertos porque mi padre se encargó de ellos mientras me buscaba.

—Entonces... —mira su cabaña, sintiendo sus ojos arder por las lágrimas. —Tengo que irme. —musita.

—Lo lamento. —mira a Enzo que con una seña le indica que vaya a abrazar al pelirrojo, volteándose y mirando la computadora al instante. Lorenzo se levanta rápidamente abrazando al joven pelirrojo, que llora silenciosamente. —Literalmente reparé esa cabaña y ahora la tengo que dejar por un psicópata que me observa por las noches. —mira a Vizcaíno fijamente, entristecido.

—Esto es mi culpa. —musita pegando su frente a la de Alexander. —Lo siento.

—Deja de decir tonterías. —susurra. —No es tu culpa. —acaricia la mejilla del morocho. —Deberemos darnos prisa e irnos antes de que anochezca. —observa al joven Enzo que asiente rápidamente.

—Es mejor irse durante la tarde, así evitaremos algún tipo de emboscada.

—De acuerdo. —el pelirrojo seca sus lágrimas y posteriormente toca el pecho de Lorenzo con suavidad. —Está bien, al menos... vendrás conmigo. —aquellas últimas palabras las dicen sin emitir sonido alguno, por lo que Vizcaíno lee sus labios y sonríe conmovido, relajando su semblante. —Enzo, tendremos que empacar todo en tu auto, si es que no llega nadie ahora, solo te tenemos a ti.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora