Capítulo ocho: Añoranza - Parte 2

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Pero Ángelo no responde, atrapado en sus propios pensamientos, en la culpa que lo sofoca. Recuerda las veces que estuvo cerca de Matteo, sus conversaciones, la calidez de su voz, las ocasiones en que acariciaba su cabello ligeramente largo para dejar ver su rostro sonrojado y la seguridad que siempre había sentido estando a su lado. Ahora, todo se tiñe de vergüenza, de un deseo que sabe que nunca debería haber permitido que floreciera. "No puedes evitar amarme como yo lo hago y eso no es pecado", recuerda aquellas palabras dichas por el Buio. "Cuando éramos jóvenes, ahora entiendo por qué no me mirabas a los ojos cuando hablabamos. No me odiabas", rememora una vez más entre lágrimas, después de haberse besado en aquel entonces y apasionadamente con Matteo en su oficina.

El simple hecho de pensar en Matteo le hace sentir como si estuviera traicionando todo lo que representa su camino en la iglesia. ¿Cómo pudo caer tan bajo? ¿Cómo pudo permitir que algo tan prohibido, tan inapropiado y al mismo tiempo precioso, creciera dentro de él? Y ahora, después de todo lo que ha pasado con el hijo del Buio al mando, la culpa es aún mayor al verlo a diario desde aquella terapia de choque recibida por Cillian. Sí, culpa, eso es lo que siente; siente que ha fallado como padre, como guía espiritual, pero más que nada, siente que ha fallado como ser humano.

—No puedo... no puedo. —repite con la ahogada por el dolor.

La madre Teresita lo observa con tristeza, sin saber qué hacer. Puede sentir aquella angustia como si fuese suya, pero incapaz de comprender en su totalidad la profundidad de su tormento. Solo puede ofrecer consuelo y la calidez de sus abrazos y un hombro en el que llorar, mientras en la media en que puede le ayuda a enfrentar aquel dolor, aquel dolor que ella sospecha estaba acumulando e ignorando, hasta que finalmente explotó cual bomba de tiempo.

—Vente, vamos a dormirte, un ratico, vamos. —palmea suavemente su espalda y acaricia su frente, limpiando posteriormente las lágrimas del rostro mocoso y cansado. —Vamos.

Finalmente, exhausto por el llanto, Ángelo se recuesta en la cama, con los ojos rojos e hinchados. Teresita lo cubre con la manta, acariciando su cabello con ternura.

—Trata de dormir. —seca las mejillas del párroco.

—No te vayas. —pide suavemente.

—Tranquilo, esta viejaza no se va de esta puerta; aquí me quedo, aunque me pida que me vaya. —sonríe suavemente al escuchar la leve risa del rubio.

Mientras cierra los ojos, aún tembloroso, el de ojos celestinos se pregunta si alguna vez podrá perdonarse por lo que siente. Si es que hay algo que perdona, ¿de qué manera hacerlo y sanar finalmente? "Debes decir la verdad, hablar con la verdad a su hijo y romper aquella promesa", insiste su conciencia, haciéndole suspirar pesadamente.

Más tarde, ya en la noche, ese mismo día, Alexander se encuentra a solas con Vizcaíno en el salón principal de la casa cural. El lugar, con sus vigas de madera y su chimenea crepitante en el fondo, parece más pequeño de lo que es y extremamente cálido, ¿o es que ver aquel azabache sentado cerca de la chimenea, pensativo, con el torso tatuado y desnudo le hacía ver mariposas donde no se encuentran? Sacude su cabeza avergonzado y suspira para llamar la atención del alfa.

—Sentí tu aroma desde hace un par de minutos. —musita sonriendo levemente, girando para ver al pelirrojo parado en la puerta.

Sentado en aquella silla, ligeramente en proporción a su cuerpo, devuelve la mirada a las llamas de la chimenea mientras estira su mano. Alexander se acerca a él, sentándose en la silla al lado de la chimenea.

—Oye, eso no es justo. —sonríe al ver la suave sonrisa en los labios del sacerdote. —No iré, sabes que no puedo. —señala el de rostro pecoso. —No seas descarado.

—No hay nadie. —responde Vizcaíno en voz baja y seductora. —¿Sabes hace cuanto no toco tu cuerpo? —su mirada, intensa y penetrante, se clava en los ojos del sacerdote, que se remueve con suavidad, atragantándose suavemente. —Se que lo quieres también...

—Debería ir a ver a mi padre...

—Alex. —gruñe suavemente y sin previo aviso.

Se levanta rápidamente, tomando por la cintura al pelirrojo con facilidad y levantándolo en el aire como si no pesara nada. El sacerdote, con los ojos muy abiertos y el corazón desbocado, chilla ligeramente, tratando de ahogar los sonidos para no llamar la atención en el exterior. Sus labios tiemblan, buscando palabras para protestar sin éxito, mientras siente cómo el alfa lo coloca delicadamente sobre sus piernas, manteniéndolo firme y seguro en su regazo, cerca, muy cerca de su pecho fornido y desnudo, uno que tocó durante un par de noches entre placer.

—¿Qué haces? —susurra Alexander apenas en un hilo, cargada de miedo y deseo. —Te dije que no, por Dios, si alguien entra...

—Nadie va a entrar y si lo hace me puedes abofetear e insultarme, me encanta. —dice seductoramente y gruñe con suavidad, removiendo suavemente entre las piernas del sacerdote. —Soy un masoquista contigo, ¿sabes? —agrega mientras sus labios curvan en una sonrisa pícara.

—Estás loco... —musita viéndolo a los ojos, tan brillantes y hermosos ojos ambarinos.

Vizcaíno no responde de inmediato. En lugar de eso, lleva una mano al rostro de Alexander, acariciando su mejilla con dulzura, con tanta delicadeza, temiendo romper aquella piel de porcelana sonrojada y preciosa. El contraste entre la piel áspera de sus dedos grandes y la ternura del gesto hace que el sacerdote cierre los ojos por un instante, suspirando suavemente y sintiendo su corazón tan cálidamente envuelto de amor.

—¿Por qué te niegas a esto? —murmura el azabache.

—Es que...

—Sé lo que pasó, por Dios, estuve ahí, lo sé. —susurra. —Pero no puedo descuidar al hombre más hermoso que mis ojos han visto y joder... —muerde su labio inferior mientras sus manos van a los glúteos del pelirrojo, apretando deliciosamente sin dejar de verlos a los ojos. —...Solo mío.

El cuerpo de Alexander responde instintivamente al toque de Vizcaíno por medio de un gemido suave, escapando de sus labios antes de que pueda detenerlo, cubriendo su boca suavemente. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora