Capítulo cinco: Verdades - Parte 2

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—Sí, es la idea. —responde mientras toma un trozo de pay con el tenedor. —Será rápido colocarlos. —Con 8 sensores es suficiente, ya que son de largo alcance.

—Bien. —asiente el pelirrojo pensativo. —Entonces termina de comer y ve a colocarlos para que pueda almorzar a tiempo. —mira fulminante al resto de los presentes. —Ustedes verán si comen. —sube al segundo piso echando humo.

—Qué suertudo. —dice sonriendo con socarronería la joven Rebeca, una mujer alfa.

Rebeca D'Agostino Barone, una mujer alfa de veintiocho años y oriunda de Corea del Sur, pero erradicada en Florencia - Italia desde los 6 años al ser adoptada por una pareja de adultos mayores cercana a la familia Vizcaíno. Si bien es buena con su trabajo, cosa que no se pone en duda, es irresponsable en otros aspectos de su vida, incluso con tareas básicas de su propio hogar. Vive la vida al máximo que ella considera, teniendo sexo sin compromiso alguno, bares, bailarines eróticos dada su afinidad hacia los omegas masculinos. "Despreciable", piensa Enzo, al ver la evidente intención de la mujer por la forma en que lo mira. "Otra vez con lo mismo", piensa y recuerda a aquel alfa de la universidad donde estuvo a los diecinueve años, el cual se insinuaba una y otra vez hasta que tuvo que humillarlo en público para que lo dejara en paz.

—Un placer, soy...

—Rebeca D'Agostino Barone, ya he leído todo su expediente, no necesito saber nada de usted. Espero que trabajemos bien en equipo como compañeros de trabajo que somos, muchas gracias. —hace una leve inclinación y tomando su bolso, con todo empacado nuevamente, camina hacia la puerta. —Por favor, ayúdeme a colocar las cámaras y sensores.

—Claro. —responde entre dientes, sonriendo con suavidad.

—Dejalo en paz, si le pasa algo, yo mismo te mataré. —advierte Dante para luego retirarse al pasillo en dirección al patio trasero donde Tiziano minutos atrás fue. —Dile que camine con calma.

—Sí, como sea. —disgustada se retira para seguir al chico que ya había cruzado la calle terrosa.

—¡Oye, espera! —grita desde la entrada de la cabaña. —Mocoso, ya me caes de la mierda. —masculla al aire.

La de cabello azabache está acostumbrada a recibir todo lo que pide sin titubeos, a que la persona que lo pide abraza sus piernas al verla y que después de un rato de sexo rudo solo desaparezcan sin reclamos. Pero como la vida no es como se quiere todo el tiempo, aquel de ojos amarillos solo la ignora como si fuese un ser inferior y sin importancia. "¿Quién se cree?", se cuestiona irritada mientras ve la espalda del muchacho. "Es bastante delgado", piensa frunciendo el ceño, "No es un guardaespaldas o del equipo táctico es evidente. Es un Nerd", piensa y ríe con suavidad. "Pan comido", sonríe triunfante al recordar la cantidad de ratas de biblioteca a las que se ha follado por pura diversión. De repente, el chico se detiene al llegar a la línea que separa el bosque del campo abierto y la cabaña.

—Por favor, coloque estos tres sensores a la distancia más amplia que pueda, yo los colocaré de ese lado, no será necesario colocarlos del otro lado. Los sensores son de largo alcance y cualquier movimiento humano será detectado. —entrega tres sensores a la mujer sin tocar sus manos, solo dejándolas caer. Observa aquellos ojos negros, observalo confundida y molesta. —Mire, señora, solo haga lo que le digo y cada quien podrá irse a casa. —se retira caminando en línea recta, colocando así el primer sensor a 5 pasos.

—Maldita rata. —masculla. —Ahora soy niñera de un fenómeno. —musita. —Vaya lugar. —suspira observando su alrededor.

Parada en el borde de la línea que comienza el bosque, observa cómo la luz del mediodía envuelve el bosque en un resplandor cálido y dorado. Los rayos del sol atraviesan la neblina, iluminando suavemente las copas de los árboles y creando un juego de sombras que se extiende sobre el suelo cubierto de hojas rojas y naranjadas. "Vive en un lugar de cuento de hadas, el curita ese", piensa y se arrodilla para colocar el segundo sensor. Respira profundamente, sintiendo el aire fresco y ligeramente húmedo llenar sus pulmones. El susurro del viento entre las hierbas altas que bordean el pequeño arroyo a su costado le da una sensación de calma, uno que en la ciudad de Roma no se siente, solo silencio, más no esto que solo la naturaleza misma sabe transmitir. Los árboles, con su follaje de tonos otoñales, se reflejan en el agua al igual que su rostro al asomarse por curiosidad.

Mientras sigue observando, nota cómo los colores del bosque se vuelven más vibrantes debido al sol que empieza a aumentar su candidez. Las hojas rojas en el suelo parecen brillar bajo la luz del sol naciente, y las sombras de los árboles se alargan y se acortan en un constante baile de luces. Al colocar el último sensor, se detiene y se maravilla ante la belleza del momento. El sonido suave del agua y el canto lejano de los pájaros la desconectan por un par de segundo, abriendo así sus brazos a lo largo y ancho.

—Carajo, qué ganas de vivir aquí. —bosteza. —¿Dónde estará esa rata blanca? —observa algo alarmada al no divisarlo ni siquiera a lo lejos. —Entró en el bosque. —se echa a correr, pensando lo peor. —¡Enzo! —grita, entrando al bosque, observando su alrededor. —¡Enzo! —grita ya encolerizada, "Por Dios, que esté bien", ruega al cielo. —¡En...!

Calla al instante al ver al susodicho acariciar a un conejo blanco de ojos rojos suavemente. Con mariposas sobre su cabeza. La imagen es casi irreal; el contraste entre el pelo blanco de Enzo y el pelaje del conejo crea una visión caricaturescamente tierna a los ojos de Rebeca. "Es un conejo", piensa de repente, sacudiendo su cabeza suavemente al darse cuenta de lo que ha dicho. Alrededor de ellos, unas mariposas revolotean delicadamente, como si también quisieran jugar con el de ojos amarillos.

Aquellos ojos brillantes que reflejan una calma y una ternura que desarman por completo a la azabache ante colérica. Observa cómo las manos del chico acarician con cuidado al conejo, moviéndose lentamente para no asustarlo. "A la mierda, no puede irse así".

—¡Oye!—vocifera, asustado al conejo, las mariposas y todo animal pequeño cerca, incluyendo al joven Enzo.

—¡No tienes que gritar! —responde con fuerza. —Lo asustaste. —escupe levantándose irritado y caminando hacia el campo abierto.

—¿Adónde crees que vas solo? —toma al chico del brazo.

—¡Ah! —lanza un fuerte quejido debido al dolor. —Suéltame. —pide suavemente.

—Lo siento. —suelta al chico. —Lo lamento...

—No me interesa escucharla. —acaricia su brazo. —No vuelva a tocarme nunca más.

—Enzo...

—No me toques. —da una fuerte palmada a la mano de la mujer. —Aléjese. —rápido se va hacia la cabaña, corriendo.

—Mierda. —gruñe al aire, alborotando su cabello, colmada de impaciencia.

Mientras aquella libre blanca y la cascabel negra discuten cual pareja de casados. Dante y Tiziano no son más que dos hombres demasiado excitados besándose en casa ajena, escondidos en un rincón del patio trasero.

—Dante, espera. —agitado se separa levemente del susodicho.

—¿Por qué? —aprieta los glúteos del alfa.

—No podemos andar haciendo esto por ahí. —dice sintiendo su corazón derretirse ante la mirada de cachorro del más bajo.

—De acuerdo. —apoya su mejilla en el pectoral izquierdo del alfa sin dejar de verlo. —Quiero estar dentro de ti. —dice seductoramente, mordiendo su labio inferior. Tiziano se estremece, sonrojado. —Hoy lo haremos.

—¿Qué? —pregunta tembloroso.

—Lo que escuchaste. —sonríe dulcemente, dando un último suave y profundo beso a su boca. —Vámonos. —palmea el trasero del alfa y se retira.

—Está loco. —dice al aire suavemente, abrazándose a sí mismo.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora