Capítulo cinco: Presagio - Parte 2

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—Vámonos. —dice sin dar importancia al cadáver frente a él. —Sí o sí, Rebeca y Enzo deben irse mañana a buscar la reliquia.

—Por lo que veo, Selvaggio la quiere también. —señala Lorenzo.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —agrega Dante.

—El corsario rojo es la perra de Selvaggio.

—Vaya... vaya... —dice con burla, Tiziano.

Mientras tanto, Alexander permanece junto a su padre, preocupado por los claros síntomas de estrés que está presentando hace apenas una noche, y sumado lo que acaba de pasar, no es extraño. Ya siendo las 3 de la tarde y Ángelo sentado en una silla, con la mirada perdida en los matorrales hace más de media hora, causan que el pelirrojo se ponga más ansioso.

—Papá, todo estará bien. —dice con suavidad. —No puedes quedarte ahí todo el día. Vamos a tu cuarto para que descanses, ¿sí?

—Hijo... Gracias... Es solo que todo esto es... Los corsarios rojos, Selvaggio, la gema... Parece que estamos atrapados en una historia de la cual no podemos escapar. Parece novela mal escrita... Pero ajá... —suspira suavemente.

—Lo sé —ríe suavemente. —Siempre mantienes ese sentido del humor tan negro en momentos así.

—Las cosas como son, mijo, si no, me infarto.

—No digas eso ni de chiste. —golpea suavemente el hombre del párroco, que ríe ligeramente en respuesta. —Además... esto podrá cavar en menos tiempo de lo que esperamos. Si logramos demostrar que la gema pertenece legítimamente a los corsarios negros, los corsarios rojos desaparecerán y sus hombres no tendrán motivo para seguir peleando.

—Eso espero, hijo. —musita apretando suavemente la mano del susodicho.

Por otra parte, Valentino se encuentra en una esquina de la sala, conversando con Lorenzo. El morocho sonríe suavemente al pelirrojo que se gira por unos segundos y corresponde de igual forma para luego volver a abrazar a su padre del hombro.

—Mis hombres descubrieron algo en el museo de Lorde. —dice el de cabellos dorados. —Encontraron un mapa similar al del papiro que tenemos. Está en un pergamino antiguo... Muestra rutas erróneas o al menos eso hace creer. Como dijo Enzo, no son muy inteligentes los pájaros rojos.

—Exactamente. —responde y se cruza de brazos. —Estoy cansándome de esta mierda.

—¿Por qué no puedes profanar al sacerdote a todas horas? —pregunta burlón.

—Muy gracioso. —ríe suavemente, Lorenzo. —No, es solo que ya está perjudicándolos a ellos directamente y eso no hace parte del plan.

—Tampoco haberte enamorado del sacerdote más estricto, cascarrabias y frentero de toda Italia. —dice con obviedad.

—No tengo argumentos en contra. —ríe suavemente.

—Vizcaíno. —Ángelo, llama pensativo al morocho detrás. —Que Dios me perdone por lo que voy a hacer...

—¿Papá? —pregunta extrañado el de cabellos rojizos.

—¿Qué pasa? —pregunta acercándose junto con Valentino.

—Tu padre... Él me dejó un diario... su diario para ser más específico.

—¿Qué? —Valentino se acerca al párroco. —¿Esa no era una libreta de contabilidad, verdad? —agrega.

—No... por supuesto que no. —sonríe suavemente con nostalgia. —Es mejor que lo traiga y se los devuelva; insistía en que había descubierto algo grande, increíble. —dice con ojos brillantes y pensativos. —Tu padre sabía algo de esa reliquia y nunca me atreví a abrir las páginas de ese diario, mucho menos la de un muerto. —niega suavemente. —Te corresponde a ti. —mira a Lorenzo y se levanta. —Iré por el diario, esperen aquí... Debo ir solo.

—Papá...

—No, iré solo. —insiste.

—Vaya con cuidado. —advierte Valentino.

—Lo haré.

—Ten cuidado —señala Alexander observando a su padre salir de la casa cural con prisa.

Al llegar a la iglesia, Ángelo entra caminando suavemente hasta llegar al fondo de la estantería de libros más viejos y clásicos de los que dispone la casa cural. "Dios me perdone... Señor Vizcaíno, perdóneme por esta ofensa", piensa y suspira, apretando su pecho con ambas manos suavemente. Remueve con suavidad los libros que cubren un hueco al interior de la pared de piedra, sacando de este el diario envuelto en un pañuelo blanco.

—La pluma. —piensa. —Por favor, que esté entera. —dice al aire al recordar la última vez que la vio ligeramente estropeada.

Mientras busca entre los estantes a su lado, escucha un leve ruido detrás de él. Se da la vuelta rápidamente, pero no ve a nadie en el pasillo o sombras moviéndose entre los libros. Su corazón empieza a latir con fuerza sin explicación alguna, sintiendo la misma sensación de la noche anterior. "Estás en un lugar seguro", se recuerda, asiente suavemente y se apresura.

Antes de que pueda reaccionar, siente una mano fuerte que lo agarra por la espalda y algo frío que se clava en su cuello. Un grito queda atrapado en su garganta cuando una jeringa y el líquido ligeramente caliente se vacían al interior de su cuello. Siente el líquido recorriendo la zona muscular cerca de su cuello, adormeciéndolo poco a poco. Con las pocas fuerzas que le quedan, lucha inútilmente entre lágrimas mientras su cuerpo es abrazado por aquel hombre de tantos nombres, por aquel que alguna vez intentó matar al corsario negro, Karl Ruprecht Kroenen.

—Mi Ángelo. —susurra su voz con una dulzura, una perturbadora que hace estremecer al párroco cada vez más débil entre lágrimas. —No tengas miedo. Estoy aquí para cuidarte, como siempre lo he hecho...

El párroco lucha por mantenerse consciente, pero sus fuerzas lo abandonan rápidamente entre suaves jadeos e intentos inútiles por gritar. "No, no puede ser él...", piensa desesperado y aterrado. Sube la mirada, al ser sostenido su mentón suavemente por aquellas manos llenas de cicatrices.

—No... —logra vocalizar dolorosamente.

—Te he estado observando todo este tiempo. —musita suavemente contra los labios del párroco. —Tantos años observándote y al fin puedo atraparte... Cariño, porque estaba cansado de tener que verte de lejos, tocarte sin que supieras quién soy. —ríe levemente. —Aunque, bueno, Seán se dio cuenta. —observa aquel par de ojos que lo miran con horror. —Lo siento, pero... ¿Acaso no te pareció raro que nunca más volviera al pueblo? —frunce el ceño con obviedad. —Aunque bueno, con esa carta que escribí, ni sospechas, ¿cierto? —musita suavemente, relamiendo sus labios cerca de los del párroco que siente como poco a pocos sus piernas empiezan a fallar.

—Cillian... —susurra con todas sus fuerzas.

—Oh, cariño. —se estremece excitado por escuchar después de más de veintitrés años su verdadero nombre, especialmente al salir del hombre que, según dentro de sus distorsiones, ha amado toda su vida. —Ahora podremos estar juntos y podrás entender y podrás escucharme... No como la última vez que... que me miraste como lo estás haciendo ahora... —gruñe suavemente.

—¡Cillian! —aquel alarido hace arder su garganta, antes de caer completamente rendido en los brazos de la bestia.

—Carajo. —gruñe el de cabello negro y largo, mirando a todas partes. —Todo iba tan bien, cariño. —masculla, desapareciendo entre la oscuridad de aquel pasadizo secreto. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora