Capítulo seis: Antaño - Parte 1

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Pero parece ser que no existe ningún lugar que se vea libre de la intromisión del Hombre, que es 

capaz de extender su mano para apoderarse de todo,

incluyendo lo que está en el aire...

—El monje y la hija del verdugo por Ambrose Bierce.

Entre la maleza de un pantano de olores nauseabundos, donde la vida misma parece haber sido olvidada por el tiempo y la razón de Dios, camina sin rumbo el párroco Ángelo, sudoroso y fatigado. Sus pies descalzos se hunden en el lodo pútrido, sintiendo el abrazo frío de la tierra muerta que se aferra a la carne de sus pies llenos de heridas y sangre. Las piernas desnudas, laceradas por espinas, parecen ser el triste recordatorio de un castigo inmerecido, ¿o acaso es lo contrario? ¿Acaso fue pecado haberse enamorado en su juventud de un ser tan malevolo?

—¿Dónde estoy? —pregunta susurrando con suavidad, mientras sigue caminando a tropezones.

El aire denso y opresivo del pantano se mezcla con su aliento entrecortado, por lo que cada inhalación y exhalación hacen arder sus pulmones y garganta. Ángelo no sabe cuánto tiempo ha vagado por este infierno de barro y sombras, pero siente como si todo aquello fuese de años, de siglos, más allá de simples días; el día no existe y la noche se ha convertido en un mismo ciclo de interminable de terror, donde el tiempo no tiene cabida. Los lamentos que escapan de sus labios no son solo de sufrimiento físico, sino el eco de una mente al borde de la fractura, acosada por recuerdos fragmentados. "Cillian... La biblioteca...", piensa angustiado y mareado.

—¡Ayuda, por favor! —grita entre solloza finalmente.

El cielo sobre él, apenas visible entre las ramas retorcidas, es un manto gris y opresivo que parece pesar sobre su alma, como si el universo mismo lo mirara con indiferencia, como si Dios lo hubiese abandonado y dejado a su suerte. Cada paso lo acerca más a un abismo de desesperanza, donde lo sobrenatural y lo real se entrelazan en una danza macabra de sus peores pesadillas, después de aquel día en que supo la verdad del hombre al que llegó a amar alguna vez. Las heridas empiezan a latir con mayor fuerza en su cuerpo y laten al unísono de su mente quebrantada. ¿A dónde ha ido la fe? ¿Es este pantano una prisión o una manifestación de su propio pecado, un castigo eterno en el que Ángelo debe vagar? ¿Es acaso pecado haberse enamorado alguna vez de un hombre que nunca habló con la verdad a un inocente?

—¿A quién buscas? ¿A Dios es a quien buscas? —la voz de aquel hombre anciano se hace presente, paralizando a Ángelo y causando que los recuerdos de sus más horribles pesadillas vuelvan.

—Nodens. —musita y mira hacia atrás, encontrando al hombre sentado.

—Ángelo, corre, corre tan lejos como puedas; esta vez no puedo ayudarte. —responde el anciano, aquel ser imaginario que lo protegía en sueños. —Solo tú puedes hacerlo. Ya es hora, Ángelo, no huyas, no más.

—Espera. —solloza.

Sus lágrimas se mezclan con el barro que cubre su cuerpo, mientras su mente se disuelve en la angustia, consciente de que en algún lugar, entre la neblina y los susurros del pantano, algo de lo que no podrá protegerse, deberá enfrentarlo.

—Mi Ángelo. —aquella voz ronca, varonil y profunda, estalla en sus oídos, estremezcándolo del terror. —Ya no podrás dejarme.

—Alejate, Cillian, alejate. —retrocede al atrapar aquellos ojos azules oscuros y profundos y mirarlo de aquella manera tan enfermiza.

—No huyas de mí. —gruñe entre dientes corriendo en su dirección.

—¡No! —grita desgarrando su garganta.

Y despierta, al abrir los ojos, agitado y ligeramente sudoroso, ya no está en ese abismo de podredumbre y desesperación; al contrario, se encuentra en su lugar, cálido, con un suéter de lana amarillo y mangas largas que envuelve su cuerpo con suavidad. Sus piernas, antes desnudas y maltratadas, ahora están cubiertas por una sudadera blanca, suave y cómoda. "¿Dónde estoy?", se pregunta mirando su alrededor con lentitud, estirando su cuerpo posteriormente.

Parpadea varias veces, aún aturdido. "¿Dónde están los niños? ¿Teresita?", frota sus ojos suavemente. La luz que se filtra por las ventanas es cálida, causando que sus mejillas frias se calienten con suavidad. El sonido de una melodía familiar, Aline por Christophe, su favorita, flota en el aire, sacandole una sonrisa somnoliento. "Todo fue una pesadilla", piensa. Y entonces, el aroma llega a él, un olor que le resulta reconfortante: pan integral recién horneado, con mantequilla de queso derretida, por lo que inmediatamente se sienta en la cama.

—Te... —trata de vocalizar y se detona el pánico. Acaricia su garganta, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas, intentando gritar una y otra vez. Observa nuevamente su alrededor. "¡No, esta no es mi casa, no".

Su respiración se vuelve errática, y deseperado se lanza de la cama, cayendo dolorosamente al piso antes de siquiera llegar a la puerta. Mira hacia abajo y descubre la fuente de su nueva prisión, peor que aquella pesadilla. La realidad: una cadena gruesa y pesada, que se aferra a su tobillo derecho como un ancla de hierro. Sigue la cadena con la mirada hasta que se encuentra con el punto en el que está firmemente anclada al suelo de madera de la cabaña. Solloza en silencio, mirando a todos lados desesperado.

Se arrastra hacia la ventana, tirando de la cadena que suena con fuerza. Al asomarse, ve que está en una cabaña aislada, quizás detrás de la montaña que cubre la cabaña de Alexander, lejos, muy lejos. "No, por favor, por favor", solloza nuevamente acariciando sus cabellos dorados. Toca la cadena por doquier, buscando la manera de romperla y salir de ahí.

—Ángelo. —canturrea aquella voz. "Cillian", piensa aterroizado el de cabello rubio, alejandose hasta llegar a la pared tras él. —Amor te tengo tu desayuno favorito. A no ser que estés dormido. —dice dulcemente, rebolviendo el estomago de Ángelo.

Al abrir la puerta, Cillian, aquel asesino sanguinolento conocido como , observa el desorden que ha formado Ángelo. "Quieres escapar", piensa y sonrie suavemente, tratando de ignorar todo aquello. Deja la bandeja sobre la cama y atrapa nuevamente aquel par de ojos preciosos. "Esos ojos son solo mios, como cada parte de tu cuerpo", piensa, deseando poder embalsamarlo.

—Ángelo —murmura Cillian suave como la seda. —¿Por qué estás tan asustado? Te tengo tu desayuno favorito. Deberías estar feliz. —suspira. —¿Qué ocurre, amor? —se acerca con suavidad a Ángelo, tomando su rostro entre sus manos con gentileza. —¿No estás feliz de verme?

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora