Capítulo nueve: El corsario rojo de Vizcaya - Parte 1

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En nuestros tiempos, es fácil volverse loco, ¿verdad?

—Atlantis por Serguéi Mintslov

El motor del auto ruge con intensidad mientras Rebeca con el ceño fruncido mira la carretera, algo desolada debido a la hora en que además fue a recoger al de cabello blanco a una biblioteca con 24 horas de servicio donde tuvo una cita con un amigo o, mejor dicho, un miembro del equipo de coordinación y planificación de ataques que había conocido desde hace una semana, llamada Alessia Romano, alfa femenina, una buena chica y con intereses casi iguales que los de Enzo. "Me alejo un par de días y hablas con esa ñoña", piensa encolerizada y tensa la mandíbula en respuesta. Enzo, incómodo en el asiento del copiloto, siente la tensión que emana de ella, frotando sus manos suavemente, nervioso. "¿Pasó algo estos días? Ni siquiera hemos sacado la reliquia y volvimos a Italia desde que nos informaron sobre lo del señor Ángelo. No he hecho nada malo", suspira pensativo.

—¿Son las 11 de la noche? La cita con tu amiga... —acentúa la última palabra. —...fue bastante larga, ¿no? —relame sus labios.

—Estábamos hablando de un libro que ya habíamos leído muchas veces. Fue toda una sorpresa. —sonríe recordando la conversación. Atrapa la mirada de la azabache segundos después, atragantándose y causando que aquella sonrisa desaparezca lentamente. —Eso... Eso fue todo. No volveré a salir tarde si eso es lo que te molesta. —frunce el ceño ligeramente irritado. —No salía hace un tiempo a hablar con alguien así, solo estaba divirtiéndome.

—Puedes hacerlo conmigo. —gruñe ligeramente.

—¿Qué? —confundido y sonrojado ante aquella idea, la observa. —¿Acaso solo pueda hablar contigo? También tengo derecho a hacer amigos y salir con otras personas. —cierra sus ojos por un par de segundos. —Además, solo estábamos hablando y tomando café.

—¿Solo hablando? —Rebeca suelta una risa amarga mientras sus ojos se desvían momentáneamente hacia él, llenos de rabia y algo más profundo, algo que Enzo no logra descifrar al verla por un par de segundos a los ojos. — ¿Crees que no me doy cuenta de cómo te mira? Por Dios, date cuenta. —señala irritada.

—¿Pero cuál es tu jodido problema? Nosotros solo estábamos pasando un buen rato. ¿Crees que si dos personas hablan así es porque se gustan de la manera en que piensas? —contraataca, estupefacto, ante las afirmaciones de la susodicha.

—No es lo que quiero decir. Solo que tengo más experticia que tú, sé qué clase de miradas son esas. Te quita la ropa con la puta mirada, ¿de verdad piensas que es tu amiga? Qué ingenuo. —masculla, enojada.

—¿Estás diciendo que soy un idiota como para no darme cuenta? Eres estúpida. Yo no tengo que andar cogiéndome a medio mundo para saber de qué manera te puede o no mirar una persona.

—¡Por Dios, ¿de verdad no lo ves?!

—No me grites. —dice con voz temblorosa. —¡En ningún momento lo he hecho, ¿y qué si le gusto y qué si quiere follarme, y qué si quiere que tengamos algo más que una amistad? ¡No te incumbe! ¡Puedo estar con quien yo quiera!

—¡Porque no puedo soportar verte con otras personas, me vuelves loca, Enzo! —vocifera harta de la situación, harta de tener que contener todo aquello para no arruinarlo.

Detiene el auto bruscamente frente a la casa de Enzo, causando que este se tambalee al interior del auto, anonadado y ligeramente agitado. Rebeca apaga el motor, pero no hace ningún movimiento para salir, gritar o lo que hace de costumbre cuando se enoja. El de cabellos blancos, con el rostro fuertemente sonrojado ante aquella confesión que solo imaginó en sus estúpidos sueños, la mira de reojo nervioso, sin saber qué decir. De repente, Rebeca rompe literalmente el cinturón de seguridad y sale de su asiento hacia la parte trasera donde se encuentra el pequeño pez blanco, causando que este se estremezca ante el toque de sus brazos fuertes, rodeando su cintura, hasta acercar su rostro en segundos.

Aquel contacto firme, casi posesivo, causa en su estómago un cosquilleo, uno lleno de éxtasis, miedo y deseo, mientras Rebeca lo atrae más hacia sus labios, sin dejar sus ojos ahora embelesados y anhelantes.

—Por Dios. —musita cerca de los labios del joven jadeante. —Deberías ver tu rostro ahora, carajo. —masculla apretando deliciosamente la cintura del chico que en respuesta respinga. —No quiero que nadie más que yo pueda ver esta expresión.

Y lo hace; toma aquellos dulces labios vírgenes con suavidad, profundidad, dejando que sus lenguas se toquen por primera vez al interior, caliente y húmedo. El beso toma por sorpresa al de ojos dorados, pero pronto se encuentra respondiendo con igual intensidad. Es un beso lleno de todo lo que ambos han intentado ignorar durante tanto tiempo, entre peleas, señalamientos y distancia. Por Dios, aquella mujer, aquella diosa guerrera, estaba besándolo como si no hubiese un mañana, tan dulce y posesiva, estremeciendo su débil cuerpo entre sus brazos, entre aquellos brazos que lo protegen sin dudar.

—¡Ah, espera! —gime Enzo al sentir sus pulmones necesitados de un poco de aire. —Para... —musita, jadeante sobre los labios de Rebeca.

—¿Seguro? Creo que este es el mejor primer beso del mundo, porque... mierda... —jadea sin dejar de ver aquel par de ojos soñadores. —...quiero arrancarte la ropa y hacer el amor contigo.

—Yo...

Rebeca no le da tiempo a Enzo para responder. Su cuerpo reacciona antes de que su mente pueda procesarlo y captura los labios de Enzo de nuevo entre gruñidos, jadeos y gemidos, esta vez con más urgencia, más hambre. Cada movimiento es un choque de querer poseer y ser poseído dulcemente. Las manos de Rebeca se deslizan por la espalda de Enzo, explorando cada curva, cada línea, hasta llegar a su cintura, donde lo atrae con fuerza, apretándolo contra su cuerpo y su prominente erección.

—Rebeca... —Enzo gime suavemente contra sus labios.

Gime sintiendo cómo cada centímetro de su piel arde bajo el toque de aquella depredadora, una que solo lo quiere a él entre sus brazos, poseerlo, darle todo el amor que desborda y la enloquece. Sus manos temblorosas buscan apoyo en los hombros de la mujer, intentando alejarse, fracasando en el intento. Cada beso y cada caricia de aquella mujer en su sensible cuerpo vuelve a tomarlo placenteramente.

Rebeca se inclina sobre Enzo y tomando su mentón suavemente, alza este para hundirse en su cuello. Sus labios dejan un rastro de besos cálidos y húmedos, desesperados por su cuello blanquecino y sensible, haciendo que el Omega tiemble bajo su toque y se remueva abrumado. Lentamente, saca su lengua y la desliza jadeante sobre la piel sensible, saboreando el sabor salado de su sudor mezclado con el aroma de las feromonas de Enzo.

—Shhh... respira, respira. —jadea y vuelve a sus labios con suavidad. —Respira. —acaricia el rostro de aquel precioso ángel.

Sin resistirse, vuelve al cuello del chico y muerde suavemente la carne tierna, provocando que Enzo gima y arquee su espalda, aferrándose a los hombros de la mujer. La azabache sonríe satisfecha con la reacción que ha provocado, chupando con más fuerza la marca enrojecida que ha dejado para posteriormente volver a los labios hinchados del joven.

A medida que los besos se vuelven más profundos, sus sexos se frotan suavemente y sin control. "No, no, ¿qué estoy haciendo?", gime al sentir el toque de las manos de la contraria en su trasero, apartándose con brusquedad.

—Enzo... —musita atontada sobre sus labios.

—Dios... —chilla apenas audible, terriblemente sonrojado al ver aquellos ojos embelesados, ¿por él? No puede creerlo. —Adiós. —chilla rápidamente.

Deprisa se aparta completamente de ella y abre la puerta del auto. Salta fuera del vehículo con movimientos torpes, causando que la azabache sonríe jadeante y triunfante.

—¡¿Por qué huyes, dulzura?! —grita entre suaves carcajadas.

Enzo corre hacia la puerta de su casa, con las manos temblorosas mientras busca las llaves, estremeciéndose al escuchar aquello. "Dulzura...", piensa terriblemente abochornado. Finalmente, consigue abrir la puerta y se apresura a entrar, cerrándola con un golpe seco detrás de él. Se desliza lentamente hasta caer al piso, mordiendo su labio inferior abrumado. "Me besé con Rebeca... ¡Rebeca, me beso!", piensa y chilla tembloroso.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora