Provocación
Te provoco y me degustas.
Dos miradas se desnudan
en las playas de los sueños.
Somos carne soasada
en las brasas de tus piernas
extendidas como un largo atardecer.
Soy hambriento y tu apetito
se desnuda con el mío...
Palpo y toco, veo y huelo y nada más.
Si mi hambre te devora
nos da igual...
—Poemas Eróticos... y de los otros por Ramiro Quiroga Ariza, poeta colombiano.
Han pasado dos meses desde que el señor Vizcaíno y el joven sacerdote se separaron. Alexander evitó a toda costa al de ojos ambarinos, que, además, dejó de ir a la cabaña desde aquella mañana. La dinámica ahora consta de tomar la ropa de Lorenzo llena de feromonas y entregarla a Alexander, y el encargado de ello es Valentino, que cada vez que le ve, observa cómo este busca con la mirada al señor Vizcaíno, trata de disimular, pero le es imposible no hacer evidente la manera en que lo extraña de una manera tan confusa, sintiendo culpa al final de día, por extrañar, no desde el simple amor al prójimo, sino desde aquel amor que no pensó sentir jamás, desde el deseo de tenerlo cerca, sentir su calor, aquello que considera una traición hacia su ejercicio como sacerdote, hacia Dios, aquel que le ha dado tanto después de haberle hecho pasar momentos difíciles, inimaginables. ¿Acaso este amor tan consumador no es más que una muestra más de amor de Dios?
—Señor Alexander. —llama a la puerta Valentino, mientras toca suavemente. —Señor.
—Un momento. —apresurado, se acerca, secando sus manos en el suéter holgado que lleva puesto. —Lo siento, estaba lavando ropa. —dice apenado.
—Está bien, tranquilo. —asiente enternecido al verlo. —Le traigo la ropa del... señor Vizcaíno.
—Gracias... —mira levemente detrás del de cabellos rubios que lo observa y niega con la cabeza suavemente.
—Señor, ¿podemos hablar un rato? —pregunta amablemente.
—Está bien. —asiente, bajando la mirada como si fuese un niño regañado.
—Gracias. —sonríe suavemente.
Al ingresar, el rico aroma de una tarta de manzana lo atrapan, suspirando en respuesta.
—¿Quisiera un trozo? —pregunta, animado. —Hace media hora lo hice, le agregué algo de nata fresca. —frota sus manos. —Por favor, siéntese.
—Gracias, es muy amable de su parte y, claro, me encantaría probar esa tarta. —ríe suavemente, relajando el semblante del pelirrojo que sonríe dulcemente en respuesta.
—Vuelvo en un momento, lo hice en la cocina de atrás. —apresurado corre, toma un trozo de tarta y un vaso de té de limón con miel. Regresa con cuidado y coloca todo sobre la mesa. —Aquí está.
—Gracias, se ve delicioso. —toma la cuchara y prueba un bocado. —Dios, esto está increíble, benditas sean sus manos.
—Amén. —ríe levemente y el contrario le acompaña.
—Alexander. —toma la mano izquierda del pelirrojo, que hace ya un buen tiempo ha estado temblando. —Calma.
—Yo... lo siento... —aparta su mirada, sintiendo que estas se llenan de lágrimas. —Lo siento...
—Tranquilo. —suspira. —Dígame honestamente, sin omitir ningún detalle. ¿Qué fue lo que sucedió ese día?
—No. —niega, dejando que las lágrimas salgan junto a unos suaves sollozos.
—Mateo 7, versículos del 1 al 2... —aprieta la mano con suavidad y cariño del sacerdote, que le mira finalmente entre lágrimas. —No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os volverán a medir. —hace una leve pausa. —Lo que sea que haya sucedido, no fue lo suficientemente grave como para que se sienta de esta manera, por Dios. —toma ambas manos del pelirrojo. —Ha estado confinado hace dos meses en esta cabaña. La iglesia lo extraña, los niños, y su padre solo viene cuando usted lo permite. —suspira suavemente. —Escuche, Dios no dejará de amarlo, ¿sabe por qué? —toma la barbilla del que llora. —Porque no le ha hecho daño nadie, solo ha dado amor y eso lo ha llevado a tener a tantas personas a su alrededor que lo respetan y admiran. Pero ahora se está causando daño a usted mismo, señor Alexander. —suelta suavemente la barbilla del joven que deja salir un par de lágrimas más. —Dígame, ¿qué sucedió?
—El señor Vizcaíno y yo... —traga suavemente. —...nos besamos. —cubre su boca, dejando que un par de lágrimas rueden sobre la misma.
—Ese mocoso. —dice enojado, negando con la cabeza. —Hablaré con él para que le pida disculpas.
—¿No me escuchó? —pregunta suavemente. —Nos besamos. —sus labios tiemblan levemente.
—Entonces... —sorprendido le mira y al mismo tiempo comprensivo. —¿Usted siente...?
—No lo sé. —se levanta, negando una y otra vez con su cabeza. —No lo sé... no lo sé. —solloza cubriendo su rostro. —Le dije que fue un error...
—¿A Vizcaíno? —pregunta para posteriormente acercarse y abrazarlo con amor paternal. —¿Por eso dejó de venir?
—Sí, fue mi culpa, estoy seguro de eso. —limpia sus lágrimas entre suaves sollozos. —No sé qué hacer. Esto es demasiado.
—Alexander. —acomoda los cabellos del joven omega detrás de sus orejas. —Usted no es ni será el último sacerdote en esta tierra que se enamore, creyendo traicionar el amor y la devoción a Dios.
—Usted no lo entiende... —se aleja, secando sus lágrimas.
—Lo entiendo, no por haberlo vivido, pero... —suspira. —El padre del señor Lorenzo. —niega sonriendo. —El propio muchacho no sabe de esta parte de la historia.
—¿Qué pasa? —pregunta, confundido.
—El padre del señor Vizcaíno iba a ser sacerdote. —confiesa finalmente. —Pero se retiró. —suspira. —No digo que tenga que ser lo mismo para usted. Es decir, usted decide si enterrar esto o decidir tomar esto como otra parte del amor que Dios da a sus hijos.
—Yo... —aturdido, niega con la cabeza. —Necesito tiempo, necesito saber cómo decírselo a mi padre, a toda mi familia, yo... —solloza nuevamente. —No sé qué hacer.
—Ay, estos muchachos. —acaricia la cabeza del pelirrojo. —Tómese el tiempo que sea necesario, pero recuerde que... —camina con parsimonia hacia la salida. —...Dios nos ama sobre todas las cosas, señor Alexander. —sale finalmente, mirando el hermoso campo de arroz.
—Espere. —sale rápidamente tras él. —¿Entonces...?
—Vuelva a la iglesia, lo están esperando allá. —toca su reloj de mano. —Se le está haciendo tarde. —canturrea suavemente.
—Está... bien. —ve cómo aquel alfa se aleja sin más. —Dios. —cierra sus ojos y cubre su frente con ambas manos. —Dame paciencia. —entra nuevamente a la casa. —Tengo que colocarme la vestimenta litúrgica. —cubre su rostro sonrojado. —Después de tanto tiempo. —musita y respira hondo.
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Vizcaíno © (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024
RomantizmSinopsis En la majestuosa ciudad de Roma, el grupo de la mafia llamado Los corsarios negros, dominan el territorio con mano de hierro en su totalidad, convirtiéndose en la organización más peligrosa y silenciosa del continente europeo. El Alfa domin...