—Enzo... —murmura la de ojos negros, dando un paso hacia él.
—Perdón. —retrocede torpemente, tartamudeando. —Yo, yo... p-perdón, R-Rebeca. Necesito... e-el baño. No me... no me i-interrumpas, p-por favor —dice, caminando rápidamente al interior, casi tropezando con sus propios pies. —Voy a... p-poner seguro. E-es una costumbre. Lo siento.
La puerta se cierra con fuerza tras aquella mujer que se queda en el pasillo, sintiendo cómo su cuerpo, ahora caliente, empieza a asentir cosquilleos y frustración. "¡Carajo!", grita internamente, agarra su cabello y tira de este, dando puños al aire en silencio. Sus manos tiemblan ligeramente mientras reprime las ganas de correr tras él y besarlo hasta dejarlo sin aire. "Jesús sacramentado", se deja caer en la silla y apoya la frente en la mesa, respirando profundamente.
—Me voy a volver loca. —musita y suelta un suspiro largo.
Al caer la noche, la lluvia llega de repente, y si bien es una bendición para algunos, para otros es una maldición, especialmente cuando quieres llegar a casa. El párroco Ángelo regresa de Roma, sintiéndose cansado, pero espiritualmente renovado tras sus reuniones en la ciudad con algunos amigos con los cuales se graduó del colegio. El viaje en autobús transcurre sin problemas hasta que una fuerte lluvia comienza a caer, haciendo el camino intransitable y peligroso. El conductor se ve obligado a detenerse, anunciando que el resto del trayecto deberá hacerse a pie.
—Mil disculpas, de verdad, pero no podemos seguir. Es muy peligroso. —explica el conductor, apenado.
—Tranquilo.
—No se preocupe.
Los pasajeros, aunque descontentos, comprenden la situación y comienzan a descender del autobús. La lluvia, serena al principio, se vuelve más pesada y de gota gorda, dejando así las calles resbaladizas y peligrosas, y al ser de tierra, es más peligroso. Todos se cubren como pueden y se disponen a correr hacia sus casas.
—Solo estoy a diez minutos, no es tanto. —musita, observando con dificultad por medio de sus gafas empañadas. —Con Dios. —suspira.
Ángelo, con su sotana empapada, observa a su alrededor y decide ofrecer una bendición a los demás pasajeros antes de irse.
—Que Dios los proteja y los guíe sanos y salvos a sus hogares. —dice, levantando una mano. —Por favor, directo a la casa.
—Sí, señor.
—Usted también, ¡cuídese!
Los pasajeros agradecen uno tras otro antes de caminar apresurados bajo la lluvia. Ángelo, tras asegurarse de que todos se han marchado, se dispone a caminar hacia la iglesia, sacudiendo su cabello al sentirlo demasiado lleno de agua.
—Yo que no quería caminar. —musita y ríe suavemente. —Ya toca... Perdone.
Apenas ha dado unos pasos cuando un hombre alto, de piel blanca y lo que puede identificar como tatuajes, se le acerca en silencio. Ángelo, con las gafas empañadas por la lluvia, apenas puede distinguir su rostro y frunce el ceño extrañado. El hombre toma su mano de repente con suavidad y le entrega un paraguas sin decir una palabra.
—Gracias, hijo mío, se ve que no hablas mucho. —dice Ángelo, sonriendo agradecido. —Bueno, yo ya me voy, no te preocupes, llegaré bien a casa, ve, ve, a casa. —Con una mano temblorosa debido al frío, toca suavemente la mejilla del hombre, acunando esta por un par de segundos, antes de abrir el paraguas y empezar su camino a casa.
La lluvia golpea el paraguas suavemente, mientras camina y pisa los pequeños charcos que se le atraviesan. "¿Quién será ese muchacho?", piensa, tocando su pecho, al sentir la extraña sensación de conocerlo, una sensación desagradable como si quisiera evitarlo. "No, no, ni lo conozco, será el susto y ya", sacude su cabeza y suspira.
El camino hacia la iglesia se alarga perezosamente, solitario y silencioso, solo acompañado por el suave sonido de la lluvia golpeando el paraguas y el sonido de algunas aves nocturnas que buscan refugio en los huecos de los árboles. "La próxima vez le pediré a uno de los guardaespaldas que vaya a recogerme", piensa abrazándose a sí mismo debido al frío. Las farolas iluminan levemente la calle y debido a ello las zonas más oscurecidas en las orillas no logran divisarse, sino sombras largas debido a los árboles. A medida que avanza, el sonido constante de algo que no logra identificar empieza a presentarse, uno muy leve.
—Debe ser un conejo.
Musita al aire mientras sigue caminando. Sus manos tiemblan ligeramente debido al nerviosismo, uno que no había vuelto a sentir en años, pues aquel camino no es la primera vez que lo ha transitado a tan altas horas de la noche. El aire es espeso y extrañamente frío, o al menos eso es lo que el miedo le hace sentir. Mira por encima del hombro, pero solo ve la calle desierta y algunas libélulas revoloteando a los lejos. De repente escucha, sin duda alguna, un paso, la ruptura de una pequeña rama de árbol que ha sido pisada. Acelera el paso sin saber ya en qué creer, sus zapatos chapotean en los charcos formados por la lluvia y sus ojos se empañan inevitablemente. "No llores", piensa y se atraganta suavemente. El sonido de sus propios pasos se amplifica, resonando al caminar, y es que eso es solo parte de lo que realmente le persigue. Además del miedo, un par de ojos azules, oscuros y profundos, lo observan enfermizamente anhelantes, obsesivos por atraparlo a pesar de la suavidad que se ve a simple vista.
—Padre nuestro, que estás en los cielos... —murmura suavemente sin detenerse.
Ángelo gira bruscamente al escuchar el movimiento entre los árboles tras él, encontrándose con un pequeño conejo negro cruzando la calle. Sus ojos recorren la calle una vez más, encontrando este vacío y sombras danzantes.
—Por Dios. —musita y respira aliviado al volver la mirada al frente y distinguir la casa cural iluminada. —Por fin. —apresura aún más el paso, casi corriendo. El paraguas, apenas cubriéndolo, pues el agua no es más que una tontería que se dobla debido al miedo que se sobrepone.
Al llegar a la puerta de la casa cural, toma un momento para observar a su alrededor nuevamente, relamiendo sus labios, nervioso, junto a aquella mirada que, a ojos del lobo que lo acecha, no es más que la más hermosa y angelical de todas. Sin más, Ángelo abre la puerta y entra rápidamente, cerrándola con un portazo detrás de él, agitado y tembloroso. "¿Qué me pasa?", se pregunta, al sentir aquello tan familiar.
—Gracias, Señor, por traerme a salvo a casa con mi familia. —murmura, cerrando los ojos por unos segundos y respirando hondo. —Tampoco debería salir solo después de todo... —musita al aire. —Por Cristo, necesito dormir.
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Vizcaíno © (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024
RomanceSinopsis En la majestuosa ciudad de Roma, el grupo de la mafia llamado Los corsarios negros, dominan el territorio con mano de hierro en su totalidad, convirtiéndose en la organización más peligrosa y silenciosa del continente europeo. El Alfa domin...