Capítulo cuatro: Pesadilla - Parte 3

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El campo se extiende ante ellos, vasto y abierto, con un horizonte que parece inalcanzable, tan inalcanzable como aquel salvaje de cabello rojizo, que, en un acto desesperado, empieza a levantar polvo para nublar nuevamente la vista del azabache que acelera y choca su auto con el del contrario que en un acto de rebeldía se coloca a la par del sacerdote, sonriendo campante y agitado. Con un movimiento rápido, Lorenzo gira el volante, empujando al Brezee rojo fuera del camino principal. El coche rojo pierde el control y, debido a la fuerza en los frenos, este termina por sofreírse y apagarse inmediatamente en un campo de trigo cercano a la cabaña a la que tanto deseaba llegar solo. Lorenzo frena bruscamente, su todoterreno, deteniéndose en una nube de polvo mientras observa el Brezee rojo que finalmente se detiene. Inmovilizado entre las espigas doradas, agitado sale del auto y observa que no hay movimiento en el interior, "No me jodas, ¿no está muerto o sí?", piensa alarmado y camina rápidamente entre la cosecha de trigo.

—Dios mío.

Con un suspiro de alivio, Alexander suelta el volante con las manos, temblando levemente por la adrenalina que aún corre por sus venas. "Ese maldito mocoso. Que Dios me perdone", piensa enfurecido. Sale del auto, dando un portazo y observando, aunque más enfurecido que nunca, las condiciones de su auto, totalmente sofreído; de eso está más que seguro.

—¡Vaya! —jadeante y sonriente se acerca al cura cruzando con cuidado, debido al suelo terroso y algo rocoso. —No sabía que un cura pudiera hac...

Antes de que él pudiera decir algo más, el pelirrojo levanta la mano con una rapidez y fuerza que termina por sorprenderlo a él mismo. La bofetada resuena en el campo abierto, espantando a uno que otro pájaro en los árboles que adornan la cabaña; aquello había volteado el mascadero del joven Vizcaíno.

—¡Imbécil desalmado! ¡Pudiste habernos matado! ¡¿En qué carajos estaba pensado?! ¡¿Por qué me sigues?! —agitado, observa al azabache que solo acaricia su mejilla lentamente, sin siquiera mirar al sacerdote enfurecido frente a él. —¡Habla!

—Por diversión. —dice suavemente y sonriendo a la par.

—¿Qué dijiste? —pregunta el de ojos marrones, sin lograr entender sus palabras.

—Por diversión, dije. —alza la voz, causando que el enojo en el contrario aumente un poco más. —Lo hice por diversión.

—Eres un enfermo, ¡¿cómo a alguien en sus cinco sentidos le parece divertido casi morir en un accidente de auto?! —acaricia sus cabellos sin saber qué hacer. —Ahora... ¿ahora qué voy a hacer? Era mi único medio de transporte hasta la iglesia. —con ojos tristes mira su auto y lo toca. —Lo he tenido toda mi vida...

—Por Dios, solo es una chatarra, puedo conseguirte algo mejor. —dice sonriendo burlón.

—¿Chatarra? —pregunta sin dejar de ver el auto. —¿Crees que es una chatarra? —mira al alfa tras su espalda y se acerca, señalándolo con su dedo, acusatoriamente. —He trabajado toda mi vida por obtener lo que tengo. ¡Yo mismo arreglé este auto cuando tenía 15 años! —grita derramando lágrimas por la impotencia, por la rabia y el odio que desearía no sentir. —Tú vienes aquí a estorbar, a dañar y destruir todo lo que no puedes tener, porque eres un maldito niño malcriado. ¡Me importa una mierda si Dios me mira ahora con ojos de desaprobación, pero no he podido dormir, estoy cansando y ahora tengo que lidiar con un alfa mimado que lo ha tenido todo y nuca le han dado un no como respuesta! —da otra bofetada al rostro de Lorenzo, que ya hacía un buen rato había dejado de sonreír. —Quizás para... usted... —escupe mirándole de arriba abajo. —Estás chatarras... —palmea el auto. —... sean algo que compraría para practicar tiro al blanco, pero para personas como yo, que por cierto, no somos sus empleados, son cosas que se ganan con esfuerzo y el sudor de la frente, cosa que no creo que conozca el hijo de un corsario negro rico, ¿verdad? —seca su rostro y sonríe amargamente. —En un día se le puede arruinar el día a cualquiera y justamente hoy me toca esa suerte. —se da media vuelta en dirección a la cabaña a la que se encuentra solo a unos 20 pasos. —Ah, por cierto. —mira al de ojos ambarinos directamente a los ojos. —¡Tome sus ofrendas, sus peluches o yo mismo los voy a tirar fuego mañana, pringao! —grita la última palabra en español de España, pensando que el joven azabache no entendería y vaya error.

El pelirrojo se aleja rápidamente, tropezando de vez en cuando, hasta llegar a la cabaña, entrar y dar un portazo, estremeciendo al señor Vizcaíno, que aún se encuentra en silencio. De repente, una ola de calor recorre su cuerpo, lo que hace que la risa, antes suave y perdida, se escuche a carcajadas al ver su virilidad erecta, "¿Desde cuándo soy tan masoquista?", se cuestiona tocando la zona viril sin poder creerlo.

—Carajo. —saca su teléfono rápidamente mientras camina hasta el auto. —Dante.

—¿Señor? —responde el susodicho apresurado. —Qué carajos, lo hemos estado buscando. ¿Dónde está?

—No te importa, estoy bien. Llama al chico de ayer.

—Pero...

—Pero nada, llámalo y dejalo en mi habitación, ya voy para allá.

—Sí, señor.

—Adiós. —cuelga rápidamente y enciende el auto. —Esto no se va a quedar así. —advierte suavemente, mirando la cabaña por el retrovisor, sonriendo enfurecido y, al mismo tiempo, victorioso.

Mientras tanto, al interior de la cabaña, un casado y fatigado Alexander se acuesta en el sofá, incapaz de llegar a la habitación debido a lo abollado que se encuentra su cuerpo debido al choque y la rápida frenada del auto al apagarse. Con pesadez, se dirige al baño para tratar de limpiar su cuerpo, porque sí, a pesar del cansancio, sus hábitos tan rígidos no le permiten irse a dormir sin haber tocado jabón y agua.

—Cálmate, cálmate ahora o seguirá haciéndote enojar. —se dice a sí mismo viéndose al espejo semidesnudo. —Sé más inteligente. —suspira, tocando las cicatrices de sus brazos y pecho suavemente. —Sé mejor que la rabia y el odio juntos. —cierra sus ojos, respirando hondamente. —Dejalo ir ahora.

Suspirando, se quita el resto de la ropa con pereza y posteriormente, entra a la tina con agua fría, pues nunca le ha gustado bañarse con agua caliente. El sentir comodidad, especialmente al bañarse, le incomoda enormemente por la creencia arraigada de que vivir en comodidad plena solo vuelve al hombre más avaro y prepotente, tan prepotente y altivo como aquel alfa maleducado y abusivo.

—Mañana iré caminando. —dice al aire suavemente. —¿Por qué tienen que traer a esta persona a mi vida? —pregunta a Dios suavemente. —¿Por qué tiene que ser ahora, cuando me siento cansando y enfermo? —ríe suavemente, nostálgico. —Dudo mucho que vaya a ayudarme, solo está perjudicando a mi familia. —enjuaga su rostro suavemente. —No voy a permitir que dañe a mi familia, no dejar que sus caprichos terminen por derrumbar esto que tengo, que lastime a las personas a mí alrededor. —cierra los ojos. —No como en aquel entonces, cuando uno de ellos solo... solo... —tensiona la mandíbula para no llorar. —No dejaré que lo haga. —al abrir sus ojos, un color naranja brillante, tan brillante como el fuego, hacen presencia, causando que aquel calor de alguna forma avive el deseo más carnal en Lorenzo, aquel corsario negro.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora