Capítulo ocho: Dulce aroma - Parte 2

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—Pensé que todos los sacerdotes eran locos, devotos con las casas llenas de crucifijos. —dice para sí mismo. —¿Dos cocinas? —descubre una habitación a su izquierda, cerca del patio trasero. Esta consta de una pequeña estufa de leña en el centro de la habitación, lo que probablemente proporciona calor al sacerdote durante los meses fríos, y sobre ella cuelga una olla, lista para preparar estofados o sopas. —Vaya, que eres minimalista. —dice algo asombrado y a gusto. Aunque sea extraño de reconocer para él, es bastante acogedora la cabaña, por muy estéticamente simple y aburrida que le parezca.

—Claro, leí el libro un montón de veces. El castillo de Otranto es un libro que de verdad no sé cómo no colgaron al escritor en la época, ya sabe.

—Totalmente de acuerdo con usted. —un sonriente Alexander baja las escaleras junto a Valentino, que sonríe afable. —Hace tiempo que no hablo de literatura con alguien.

—Bueno, aquí estoy yo, no dude en llamarme, especialmente si ese mocoso... —señala al joven azabache que disimula estar viendo al hámster. —...lo molesta.

—Está bien, gracias, es usted muy amable. —se sonroja levemente, causando que el de ojos ambarinos aleje la mirada, receloso.

—Bueno, ¿ya terminaron? —pregunta con hostilidad. —Necesito salir hoy a comprar. —El pelirrojo lo mira con desagrado.

—Yo no pienso salir de aquí, vete solo. —se da media vuelta, hace una pequeña reverencia al señor Valentino y sube las escaleras sin dar mirada alguna.

Valentino se acerca lentamente a Lorenzo, que se cruza de brazos al ver los ojos llenos de sospecha de alfa frente a él. Sus ojos, agudos y penetrantes, analizan cada movimiento y expresión del rostro del joven Vizcaíno. Lo conoce bien y de eso no cabe duda, prácticamente le cambiaba los pañales al chico, pero algo nuevo en su conducta se mostró solo hace un par de segundos: Una chispa de celos.

—Esto es nuevo. —dice ciertamente sorprendido, aunque su expresión no lo denota.

—¿Ahora con qué moraleja vas a salir?

—Con que estás celoso, señor Vizcaíno. —sus ojos sonríen burlones. —Te pusiste celoso hace un momento. ¿No que te cae mal el sacerdote?

—Estás mal de la cabeza. —lanza un bufido y rápidamente sale de la casa. Dando un portazo. —Maldito viejo. —masculla con rabia, esa rabia de: Tiene razón el bastardo.

Llegó la tarde y después de la huida de Lorenzo en el auto, llegó a la plaza de mercado del pueblo y tras él, el señor Valentino, que lo seguía en silencio. Tomaba verduras, frutas y otros productos y le lanzaba las bolsas después de pagar al de cabello rubio que solo reía suavemente y negaba con la cabeza. "Nunca ha dejado de hacer pataletas de esta forma. Un tipo de Veinticuatro años comportándose como crío", piensa y suspira, acostumbrado a estas escenas.

—Pensé que te quedarías con tu amigo Alexander. —dice el joven Lorenzo, altivo. —Puedes irte si quieres.

—Yo trabajo para usted, señor. —dice con parsimonia. —Pero si desea que me vaya...

—No, las bolsas están muy pesadas. —responde rápidamente. —Además, vamos a comer algo, tengo hambre y seguramente tú estás que te mueres de sed.

—Sí, seguro.

—Bien. —asiente. —¿Tomaste tu medicamento para la gastritis?

—Sí, señor, lo hice. ¿Está preocupado por mí? —pregunta sonriendo levemente.

—Para nada, solo que no voy a cargar contigo hasta el hospital si te da algo. —contundente, dice aquello y se adelanta para tomar dos bolsas de mandarinas de un pequeño puesto local.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora