Capítulo tres: Ofrenda de Dios - Parte 2

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—Dios lo bendiga, no sabe cuánto se lo agradezco. —sonríe suavemente, agradecido. —Por favor, venga a visitarnos pronto, se harán algunos festejos como parte de la bienvenida de los niños.

—¡Claro! ¿Qué día?

—Tendremos uno pasado mañana. Lleve la comida que quiera, pero que sea eso y no dulces, esos niños comen muchísimo.

—Alabado sea el señor, qué bueno que aprecien tanto la comida. —sonríe. —Le diré a mi esposo que se haga unos postres, usted sabe cómo le encanta hacerlo, seguramente que no se negará.

—Muchas gracias, los niños estarán muy felices de comerlos. Bueno, debo irme ahora, el último bus pasa ahorita, habrá lluvias y no circulan más sino hasta mañana por la mañana. —apurado, se retira.

Aquel momento para el joven Lorenzo Vizcaíno, pasa lentamente a su lado, observando aquel hermoso cabello pelirrojo con tonos cobrizos alejarse y dejando a su paso aquel dulce aroma a canela. "No, espera", su mano, al igual que todo su cuerpo, se mueven tras aquel hombre, siguiéndolo entre la multitud, incapaz de gritar, como si no mereciera aquella prepotencia de un alfa de su tipo, uno que toma y hace y desase a su antojo, ¿por qué no se lo permite? ¿Qué detiene al hijo de un corsario negro a hacerlo? Camina rápidamente entre la multitud, tratando de alcanzarlo, pero es detenido por Marco, quien lo ha estado buscando desde hace un par de minutos.

—Señor. —agita los hombros del muchacho. —Señor.

—¿Qué? —mira al joven, asustando, puesto que sus ojos completamente rojos lo observan.

—L-Lo siento, señor, pero no lo encontraba, así que vine a buscarlo. —aleja sus manos algo temblorosas.

—Está bien, lo siento yo. —alborota el cabello del chico y acaricia luego su rostro lleno de frustración. —Marco.

—Señor.

—Llama al chico que estaba con la loca de hoy. —gruñe, sintiendo la erección en su entrepierna a punto de explotar. —Recoge todo antes de irnos. —acaricia su cabello frustrado. —Iré al maldito baño público. —masculla por lo bajo. —Iré al baño, lárgate. —señala al joven que se retira rápidamente en silencio.

Camina rápidamente entre la multitud hasta llegar al baño público de hombres, "¿Qué carajos te pasa, Lorenzo?", se cuestiona a sí mismo mientras se encierra en un cubículo rápidamente. El aroma a miel de sus feromonas, con un leve toque a almizcle, se dispersa en el baño, causando que algunos alfas y omegas que se encuentran dando utilidad al baño se retiren rápidamente debido a lo dulce y asfixiante que es. "El celo no puede ser, no", gruñe al ver los claros signos y síntomas del periodo de celo. A diferencia de los omegas, los alfas no logran controlar de manera adecuada el celo o también llamado Rut, y en el caso de Lorenzo, a pesar de saber que estaba en dicha etapa, no pensó descontrolarse tan de repente, nunca le había pasado esto en público. "Sus feromonas", abre sus ojos sorprendidos al recordar el dulce aroma a canela.

—Carajo. —masculla.

Rápidamente y sin pensarlo ni un minuto más debido al dolor, saca su virilidad y empieza a masturbarse, al principio suavemente hasta acostumbrarse y humedecer todo su pene. Cierra sus ojos imaginando aquella voz gemir debajo de su cuerpo, retorciéndose de placer, mirándolo a los ojos y llamándolo por su nombre. "¿Cómo te atreves a soltar tus feromonas por ahí?", se cuestiona entre jadeos mientras sigue masturbándose, sudoroso, apoyando su mano derecha en la pared, para no caerse. A punto de llegar al orgasmo, el rostro de aquel hombre se hace finalmente presente entre sus recuerdos.

—Dios. —entre un gemido ahogado, eyacula entre suaves espasmos, jadeando finalmente con fuerza, sudoroso y sonriendo posteriormente al recordar aquel rostro. —Ya te encontré.

Mientras tanto, aquel que camina entre la multitud, sintiendo su cuello arder debido al bochorno que empieza a invadir su cuello. Voltea finalmente para no encontrarse con nada. "¿Qué está pasando?", se cuestiona el pelirrojo, sintiendo su cuerpo arder. "El celo", piensa, y con prisa se encamina hacia el autobús. "Puedo jurar que alguien me estaba siguiendo", piensa irritado y ligeramente agitado.

—¡El bus sale ya! —grita el conductor.

—Debo llegar rápido a casa. —sube rápidamente.

—¡Nos vamos! —el conductor da el último aviso y tan pronto se sienta, enciende el auto y partiendo finalmente causa alivio a Alexander, que incómodo se oculta tras sus cabellos, pegado a la ventana.

El Vortex Zephyr donde se encuentra el joven Vizcaíno va a toda velocidad llevando consigo a aquel alfa con la vista nublada debido al aturdimiento y la excitación que lo ahogan. "¿Por qué carajos esas residencias quedan tan lejos?", piensa desesperado el joven Marco, divisando finalmente la entrada a aquella comunidad de típicos ricos italianos. Al llegar a la entrada, baja rápidamente, alertando al guarda de seguridad que corre desesperado para abrir el gran portón.

—Señor, ya llegamos. —conduce hacia la puerta de la mansión del corsario negro y abre la puerta trasera rápidamente para sacar al hombre tomando su brazo y colocándolo sobre su hombro. Lorenzo, moribundo, camina casi arrastrando sus pies.

—Marco. —llama sonriendo como un tonto al joven a su lado. —Marco.

—Señor. —lo mira y niega con la cabeza. —Aquí vamos de nuevo.

—Si me gustaras y fueras mi tipo, hace rato hubiéramos cogido. —ríe.

—Agradezca que mi novia no esté aquí. —pellizca la oreja del chico.

—¿Esa niñita alfa? Bah, seguro la tengo más grande que la de ella.

—Cállese y acuéstese. —empuja sobre la cama al joven. —El muchacho ese llegará en breve. —se acerca y toma de un cajón un par de pastillas. —Tómeselo para disminuir la actividad, si no causara daños sin querer. —mete las píldoras en la boca del chico y lo obliga a tomar agua.

—Debió empacar el medicamento, sabe perfectamente que su Rut es irregular, es muy irresponsable de su parte. —regaña al Lorenzo, que solo sonríe y balbucea como un tonto. —Tenga cuidado, señor. —suspira y niega con la cabeza al ver al joven gigoló en la entrada sonreír campante. —Cuidado con robar, sé exactamente qué cosas hay y no hay en esta casa. —dice con desprecio, pues aquel chico había intentado robar antes en el lugar. —Que mi jefe te folle no significa que seas dueño de esta casa.

—Qué cascarrabias. —escupe el joven omega de cabello pelirrojo y largo. —Adiós. —se despide con un manotazo, cerrando tras de sí la puerta de la habitación.

—Bastardo. —escupe irritado. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora