Mientras llueve
No me deja
salir el aguacero
pertinaz. Y en la tísica calleja,
debajo del alero,
se queja un organillo. Dulcemente
me arrulla con su queja
mimosa el organillo plañidero,
mientras yo mentalmente
musito dormitando: No me deja
salir el aguacero
pertinaz. No me deja
salir el aguacero.
—Cuadernillos de poesía por Luis Carlos López Escauriaza, poeta colombiano.
Un 24 de abril, lluvioso y húmedo, día del aniversario, en la iglesia Santa Maria Della Serenità, ubicada en Collerossa, un pequeño pueblo situado en las colinas de Lazio. Un tumulto de nubes grises empezaba a asentarse sobre las cabezas de los residentes, pero algo, algo distinto y oscuro, estaba por suceder.
Aquello causó que el joven Omega dominante, Alexander D'Angelo , se levantara más temprano que de costumbre, desperdiciando horas en el jardín, pensativo y con los ojos irritados debido a la falta de sueño y las preocupaciones que le embargaron durante la noche.
—Parece que dos gotas de limón cayeron en esos hermosos ojos cafés, hijo mío... ¿Estás bien? Ayer... —El párroco Ángelo D'Angelo abraza el brazo derecho del joven que camina silenciosamente por el pequeño camino del jardín central de la iglesia, suspirando de tanto en tanto hasta sonreír al ver al párroco. —Lamento interrumpir tus pensamientos filosóficos de hoy, ¿pasó algo? —pregunta con evidente preocupación.
—No quiero hablar de eso... Es solo que... tuve una pesadilla, es como si hoy fuera a pasar...
—¡Señor, señor! —corre rápidamente Matteo, el padre de la iglesia y que en ausencia del párroco se encarga de dirigir la misa. —Están aquí, nunca dijeron que vendría. Por Dios, veinte años, veinte benditos años. —agitado toma la mano de Alexander. —Deberías irte, solo por un rato, no salgas de la habitación.
—No. —se niega, mirando al párroco. —No lo haré. ¿Qué está pasando?
—Supongo que ya es momento de que lo sepas. —se voltea suavemente, atrapando aquella sonrisa suave y arrogante de aquel hombre en la entrada.
—¿Papá? —se gira levante y mira en su dirección, atrapando un par de ojos color ámbar. Al igual que aquel alfa, su cuerpo se estremece levemente al ver aquellos ojos cambiar a un color rojo ligeramente brillante por un par de segundos lentamente.
—Prometieron venir el día en que la ruina empezará a caer sobre sus cabezas. —dice el párroco con dureza. —¿Ahora qué quieren?
—No estaría aquí si estuviéramos bellamente. —suspira el azabache con una suave sonrisa, atrapando aquel par de ojos marrones que lo miran con profundo desprecio. —Los documentos del corsario negro. Mi padre dijo que si los pájaros rojos de Vizcaya nos declaraban la guerra...
—¿Toman sus archivos y se largan de aquí? —Alexander, dice con hostilidad, alarmando al párroco y al padre, que tratan de tomar su brazo para alejarlo.
—Primero termino de hablar y...
—Tómelo todo. —corta de inmediato al hombre que sonríe, sintiendo la cólera crecer. —Tome todo de la bodega y llévese todo si quiere, pero no vuelva. —aquellas palabras hacen estremecer al par que lo sostiene. —¿Acaso estás sordo? —pregunta sin más, causando que el personal de seguridad abra sus ojos de par en par, sorprendidos por la forma tan osca en que este le habla a uno de los hombres más jóvenes pero peligrosos de Italia. "¿Acaso no lo conoce?", se cuestionan los agentes.
—Qué osado. —musita el azabache sin dejar de ver aquellos ojos llameantes de repudio. —Dios dice que hay que amar al prójimo.
—¿Y desde cuándo permitir que un alfa malcriado, arrogante y con la muerte abrazada a sus tobillos por creerse un Dios sobre la tierra, lo tenga que apreciar solo porque utiliza la palabra de Dios a su manera? —escupe sin más, tan imponente y delicado al mismo tiempo.
—Vaya... —camina suavemente hasta llegar frente al sacerdote, que no se mueve ni una pizca a pesar de sentir su estómago retorcerse. —Un gusto conocerlo, Alexander.
—No puedo decir lo mismo y no me llame por mi nombre, para usted soy el señor D'Angelo. —dice sin más, borrando la sonrisa arrogante lentamente del rostro del azabache. Se da la media vuelta con fuerza y elegancia, golpeando así levemente el rostro del contrario con su cabello largo.
—Y para ti soy Vizcaíno. —se da media vuelta enfurecido y saliendo finalmente del recinto.
¿Han vivido el sentimiento profundo de impotencia? ¿Han sentido cuando el poder se va de sus manos, cuando el ego es herido levemente, pero con tan solo un pinchazo es suficiente para ahogar tu pecho? Pues eso, eso es lo que Lorenzo Vizcaíno, uno de los hombres más respetados y temidos de Italia, siente ahora. Acostumbrado a que todos a su alrededor bajen la cabeza y obedezcan, acostumbrado a tener la razón y ganar con motivos que en ocasiones no son justificables de ninguna manera.
—¿Quién es ese tipo? —pregunta Alexander, cerrando la puerta de su pequeña oficina tras su espalda. —Tengo mis sospechas, nada más verlos, tengo una idea muy clara y que Dios me perdone si he juzgado ahora mismo, pero no puedo estar en un error. —irritado y agitado, mira a su padre que solo calla, apenado. —¿Son mafiosos? ¿Mafiosos o las dos cosas?
—Alexander... No solo son mafiosos. —El párroco toma asiento, acariciando su frente. —¿Recuerdas las historias que te contaba cuando eras niño para que no salieras por las noches a buscar problemas? —ríe levemente, nostálgico.
—¿El de los piratas... esos corsarios negros? —pregunta confundido. —¿Qué tiene que ver esto con eso...? —calla al darse cuenta, sin poder creerlo. —Eso es imposible, es un cuento de terror para niños. —se levanta ansioso caminando de un lado al otro.
—Sí, es un cuento, pero gran parte de la historia es cierta. Los corsarios negros existen, ahora, como una organización criminal más formal, con empresas, influencias, no como esos salvajes piratas que alguna vez existieron. —mira a los ojos al joven pelirrojo que niega una y otra vez con la cabeza.
—¿Entonces ese tipo de allá afuera...?
—Sí, es el líder de Los corsarios negros. —aparta su mirada. —Desde hace siglos vienen aquí, por un trato que hizo un sacerdote hace mucho tiempo. Por protección. Nos vimos obligados a hacerlo hace más de 300 años, desde entonces... desde entonces solo se decidió guardar sus objetos más preciados y prometieron venir solo cuando se encontraran en verdaderos problemas. —se levanta y se acerca al joven que se encuentra anonadado por la confesión de su padre. —Algún día lo tendrías que saber, pero no pensé que fuera ahora, no pensé que volvieran nunca.
—¡¿Y cómo no van a hacerlo si ya nos habían condenado desde antes?! —exaltado, acaricia sus cabellos. —Lo siento, lo siento. —toma asiento y trata de calmarse.
—Está bien. —el párroco se sienta a su lado y lo abraza. —Cálmate, no pasaste la mejor de las noches y luego... esto... —niega con la cabeza. —Estoy avergonzado por esto, perdóname, hijo, perdóname por no habértelo dicho. —toma el rostro de su hijo. —Eres mi hijo, debí habértelo dicho.
—Soy tu hijo y eso lo sé, pero dudo mucho que ese tipo, que ese mocoso arrogante que está allá afuera lo crea. —cierra sus ojos enrojecidos debido a la irritabilidad.
—Puede creer lo que quiera, no tiene derecho a nada, ni a tocarte un cabello.
—Y tampoco lo voy a permitir. —se levanta y acomoda su ropa. —Si pretende hacer lo que se le da la gana a mi casa, está muy equivocado... siempre quieren hacer lo que quieren, esos desgraciados siempre quieren hacer lo que quieren. —cierra sus ojos, recordando aquellos años oscuros durante su infancia, aquel umbral, aquel infierno. —No me detengas. —dice suavemente, mirando fijamente al señor Ángelo.
—No puedo hacerlo, es imposible. —ríe ligeramente, entristecido. —Por favor, no te metas en problemas, solo mantente lejos de ellos.
—Y ellos que se mantengan lejos de mi hogar y mi familia.
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Vizcaíno © (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024
RomanceSinopsis En la majestuosa ciudad de Roma, el grupo de la mafia llamado Los corsarios negros, dominan el territorio con mano de hierro en su totalidad, convirtiéndose en la organización más peligrosa y silenciosa del continente europeo. El Alfa domin...