Capítulo tres: Eros carnal -Parte 1

15 3 3
                                    


Cuando tus besos degusto

Cuando tus besos degusto

siento palpitar tu sexo.

Hay lluvia luego en tu pubis,

como si el Monte de Venus

mojara la primavera

y en mi verano tus aguas

llenaran con tu rocío

las ánforas de mis penas.

En la estación del otoño

renacerá tu alborada

y entre las cuatro estaciones

resplandece tu mirada,

porque tu efluvio de amor

se desmadra como un río

de orgásmicos aluviones.

—Poemas Eróticos... y de los otros por Ramiro Quiroga Ariza, poeta colombiano.

—Tengo miedo, de verdad, Vizcaíno. —musita el de ojos marrones con los empañados de lágrimas, llenas de felicidad y al mismo tiempo temor.

—Sé que la mayoría del tiempo me comporto como un idiota, pero juro que no te haré daño. —dice suavemente.

Sus respiraciones se golpean una a otra nuevamente al estar tan cerca de sus bocas, y en un instante que parece durar una eternidad, sus labios se encuentran nuevamente, en cámara lenta, tan lenta como el caer de la lluvia a las afueras de la cabaña. El beso ardiente, lleno de pasión y anhelo, sofocan el cuerpo del pelirrojo, deseando deshacerse de las vestiduras santas. Sus cuerpos se acercan más, buscando el calor y la seguridad del otro. Los corazones laten al unísono, la electricidad del contacto recorre sus cuerpos y las gotas de sudor empiezan a deslizarse por sus pechos. Por Dios, aquellos besos tan dulces, tan profundos que quitan el aire, son besos que hablan de libertad, de encontrar el valor para ser uno mismo en un mundo que a menudo no entiende o comprende razones tan puras y limpias como es el amor.

—Alexander. —agitado, se separa con suavidad de los labios dulces, mirando directamente al sacerdote.

En esa mirada que se dan el uno al otro, hay una promesa silenciosa de amor, hay devoción y un profundo deseo el uno por el otro. El mundo alrededor puede no entender, pero en este momento, ellos tienen todo lo que necesitan. En medio del pecado y el rompimiento de las reglas y la norma, sus mentes solo ven lo hermoso e intenso que es amar, al punto de que les cuesta respirar.

Vizcaíno, con sus cabellos oscuros y rizados, ahora mojados por el sudor, acerca despacio su mano, posándose suavemente sobre la mejilla de Alexander, que cierra los ojos al sentir el contacto, entregándose por completo a las caricias.

Con movimientos lentos y cuidadosos, la mano desciende por el cuello, deteniéndose un momento para sentir el latido del corazón bajo la piel blanca, pecosa y tersa del sacerdote, que ahora se encuentra descubierta en gran parte, al igual que sus pezones rosáceos. Sus dedos grandes y expertos, rozaron la clavícula, explorando cada curva y ángulo, antes de deslizarse hacia el borde de la camisa que el otro lleva perfectamente encajada. Sin dejar de mirarlo a los ojos, el joven Vizcaíno comienza a levantar la prenda, sus dedos rozan la piel desnuda a medida que los botones van separándose del otro lado de la camisa. Y finalmente, Alexander levanta los brazos para facilitar el trabajo, cerrando sus ojos debido a la vergüenza. Una vez que la camisa está retirada, deja que el pecho desnudo, por primera vez, sea observado con tanta lujuria y deseo.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora