Capítulo cuatro: Extraño - Parte 1

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Pero mi alivio fue pasajero porque mi dolor era muy grande;

y arrastrado al fin por la vehemente ambición que el orgullo había despertado en mi alma...

pensé en Satanás...

—El sello maldito por Julio Calcaño, escritor venezolano.


La luz del amanecer se filtra con fuerza a través de las cortinas que se mueven juguetonas debido a la brisa, iluminando suavemente la habitación de Ángelo, quien se remueve una y otra vez con suavidad, como un pequeño gato blanco, estirándose después de una larga siesta. Los primeros rayos del sol acarician su rostro, despertándolo poco a poco, junto a un suave bostezo. Ángelo se estira perezosamente, frotando su rostro suavemente y alborotando su cabello en el proceso. Cuando gira la cabeza, frunce el ceño y espabila un par de veces para lograr ver aquella hermosura de dulce fragancia, una rosa blanca al lado de su almohada. La flor, fresca y perfectamente puesta a su lado, descansa sobre la suave tela de las sábanas.

—¿Qué...? ¿Cómo es que no se estropeó? —se cuestiona entre un suave bostezo, incorporándose lentamente.

Se frota los ojos al no soportar la picazón y toma la flor con su mano, tocándola con sus delgados dedos, con curiosidad. "No tiene espinas", piensa al ver que el tallo de la misma es suave y sin grumos. Sus pétalos son inmaculados, sin rastro de daño o imperfección. La pregunta de cómo llegó allí empieza a inquietarlo.

—No recuerdo haberla comprado o recibido en alguna parte en el mercado. —suspira pensativa. —Bueno, en el camino hay unos matorrales con estás flores, pero tiene espinas. —niega con la cabeza. —¿O no? —mira su habitación y sin darle muchas vueltas decide dejarla sobre la cama. —Alguno de los niños será que la dejó.

Se levanta de la cama y se dirige a la ventana, sosteniendo sus gafas para luego limpiarlas perezosamente con la pijama. Observa el jardín y a algunos niños explorar los pequeños arbustos mientras ríen. De repente, su sonrisa desaparece lentamente al recordar la noche anterior, la lluvia, aquel hombre tan extraño y que le ofreció el paraguas, y la sensación de haber sido perseguido camino a casa.

—Imposible. —musita. —Al final salió un conejo negro de un arbusto, qué tontería. —da un suave manotazo al aire y suspira.

Regresa a la cama, todavía aperezado. Observa aquella rosa a su lado con una suave sonrisa e inhala la fragancia de la flor que sin previo aviso le trae un extraño consuelo y melancolía. Toca con cuidado la rosa y suspira.

—Tal vez la tomé sin darme cuenta... —musita, tratando de encontrar una explicación lógica al asunto.

En ocasiones, el cansancio puede hacer cosas extrañas con la mente y los recuerdos ¿no? Después de tomar un baño caliente, se viste lentamente, distraído, absorto en su propio rompecabezas. "El desayuno es pronto", piensa aún perdido en sí mismo. "Seguramente fue un niño y ya", se estremece sin saber por qué, acariciando su nunca y atragantándose debido a la sensación de temor que repentinamente su cuerpo empezó a sentir.

—Calmate, Ángelo. —se dice a sí mismo.

Al salir de su habitación, se encuentra con la madre Teresa en el pasillo. Esta camina rápidamente y zarandea al párroco, el cual ríe en respuesta.

—Por Dios, deja de hacer eso. —suspira.

—Imposible, mijo, ya llevo más de 20 años haciéndolo, así que aguante. —palmea su hombre. —Vamos a desayunar porque la reunión es a las nueve de la mañana.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora