Capítulo uno: Libídine - Parte 3

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—¿Falta mucho para llegar? —pregunta suavemente Alexander a la madre teresa.

—Tranquilo, no vamos a llegar tarde. La fiesta empieza a las tres y apenas son las 2 de la tarde. —sonríe con cariño. —¿Estás emocionado por ver a los niños de nuevo?

—La verdad es que sí, no los veo hace tanto. —dice nostálgico y sonriendo a la vez. —Y no tengo nada para darles a los niños, ni siquiera a la cumpleañera.

—El que estés ahí ya es el mayor de los regalos, ya verás. —suspira.

Finalmente, llegan a la iglesia y los ojos de aquel pelirrojo se iluminan por completo, sonriendo íntimamente al ver aquel que es su hogar y refugio. Como un niño pequeño, toca la ventana del auto y suspira tiernamente al ver a los niños jugar a las afueras. Fernando, uno de los pequeños, grita emocionado que el sacerdote ha llegado, dejando la pelota a un lado y corriendo hacia el auto parqueado cerca del gran árbol frente a la casa cural.

—¡Aleeeex! —grita emocionado el pequeño niño, lanzándose sobre el pelirrojo que ríe y da vueltas con el niño en sus brazos.

—Oh, Dios, cuanto los extrañe. —abraza como puede a los niños que se reúnen a su alrededor. —Los extrañé mucho, mucho, muchoooo. —ríe junto a los niños y se agacha finalmente para recibir abrazos y besos. —Alejandra. —abraza finalmente a la cumpleañera. —Feliz no cumpleaños a ti.

—¡El de Alicia en el país de las Maravillas, cantémoslo! —brinca emocionada la niña.

Al unísono empiezan a cantar.

—¡Feliz, feliz no cumpleaños a mí! ¿A quién? ¡A mí! ¿A tú? ¡Feliz, feliz no cumpleaños te doy! ¿A mí? ¡A tú! ¿A mí? Brindemos por el día con dos tazas de té. ¡Feliz, feliz no cumpleaños a los dos! Bien sabido es que tienes tú un cumpleaños. Imaginate, uno solamente al año. Ah, pero te quedan 364 días de no cumpleaños. Precisamente son los que celebramos aquí. ¡Feliz, feliz no cumpleaños! ¿A mí? ¡A tú! ¡Feliz, feliz no cumpleaños! ¿Para mí? ¡Para tú! Que los pases muy felices y ahora sóplale a la luz. ¡Feliz, feliz no cumpleaños a tú!

Al terminar, ríen alegres mientras Alexander abraza con mucho amor a Alejandra, dando vueltas en el aire. No muy lejos, asomado en la ventana del patio de la casa cural, dos ojos ambarinos mira embelesado, a pesar de la dureza en su rostro, aquel rostro pecoso, sonriente, feliz y despreocupado. Aquella sonrisa que debe ser protegida a toda costa, aquella sonrisa que no desea sino ver brillar cada vez más, "Si para ser feliz... debo estar lejos, ¿qué más da?", piensa y suspira suavemente. "No estoy con tu madre por haber sido cobarde, hijo", recuerda las palabras de su padre.

—No soy cobarde, padre... —musita al aire sin dejar de ver al pecoso. —Solo míralo, padre, y mírame a mí. —relame sus labios suavemente y se aleja de la ventana.

—¿Y dónde se ven las diferencias cuando hay tanto anhelo? —pregunta Valentino desde una esquina.

—¿Desde hace cuánto estás ahí? —resta importancia a la pregunta del susodicho. —Vamos, ahora. Solo estaré un rato.

—¿Acaso hay algo que le incomode? —pregunta mientras camina detrás.

—No, nada. —suspira.

Al llegar al jardín, espera paciente o al menos eso es lo que deja ver. Valentino observa aquella manía, casi imperceptible, que tiene el joven cuando está nervioso, sus dedos se mueven levemente, como si estuviese tocando un piano invisible. El de lentes niega con la cabeza y sonríe levemente.

—Señor Alexander. —saluda alegremente al sacerdote que entra rodeado de niños a la casa cural. —¿Cómo sigue?

—Estoy mejor, gracias por preguntar. —sonríe suavemente al verlo frente a el.

—Adelante, no está nada mal saludar. —da paso caballerosamente.

—Sí. —asiente y musita.

La distancia entre ambos, Vizcaíno y el joven sacerdote, parece cortarse al encontrar la mirada el uno del otro. El jardín, lleno de flores en plena floración, y el aroma de las rosas y jazmines, impregna el aire lentamente mientras el sol de la tarde filtra sus rayos a través de los árboles que rodean el jardín de la iglesia a las afueras, creando un juego de luces y sombras en el suelo, causando, además, que el brillo en los ojos de Lorenzo se intensifique, estremeciendo así al pelirrojo que inmediatamente se atraganta.

El señor Vizcaíno está de pie junto a la fuente de agua antigua, con el agua cristalina cayendo suavemente. El otro está parado cerca de la entrada al jardín, rodeado de enredaderas verdes que trepan por una pérgola cercana. Los ojos profundos e inevitablemente dulces de Lorenzo hacen presencia, calentando el pecho del pelirrojo, llenos de un anhelo que refleja la pureza de aquello que su terquedad y orgullo no le permiten decir. Y Alexander tiene esa mirada suave, pero intensa, que desde un primer momento cautivó al joven Alfa dominante, con un destello de esperanza y deseo. "Tengo que irme, ahora", piensa el pelirrojo alarmado repentinamente, desapareciendo así aquellos segundos eternos entre ellos.

—Buenas tardes a todos. —se inclina levemente. —Yo iré a la cocina a buscar algo para que tomemos. —dice ligeramente nervioso.

—Lo acompaño. —aquella voz varonil y suave al mismo tiempo resuena en sus oídos, como si se metiera en lo más profundo de su ser.

—No es necesario, lo haré por mi cuenta. —rápidamente, camina en dirección opuesta, para salir del jardín e ir a la casa cural de al lado, tratando de disimular las ganas de huir.

—Tranquilo, no es molestia. —se apresura, mientras habla a voz alta, sonriendo campante, en tanto la irritabilidad hace hervir su sangre. "No huyas... zorrito", piensa, sintiendo aquella emoción llena de adrenalina que solo aquel pelirrojo le hace sentir. —Seguramente traerá muchos vasos, ¿ya vio la cantidad de gente que hay ahí? —pregunta caminando rápidamente tras él.

—Sí, pero puedo con una bandeja, se lo aseguro, así que, no tiene que venir conmigo. —entra cerrando detrás la puerta que posteriormente es abierta y cerrada, esta vez con seguro por el joven Vizcaíno.

—¿Qué está haciendo? —se detiene en seco al escuchar la puerta asegurarse. Voltea rápidamente, encontrando al de ojos ambarinos, ligeramente agitado. —Abra... la puerta...

—No, me importa una mierda lo que vayan a pensar. Seguramente creerán que estamos hablando.

—¿Creerán? —pregunta alarmado, sintiendo su corazón a mil por hora. —A-Abra la puerta, y-yo...

—No, hablaremos, pero primero quiero demostrarle lo mucho que extrañé1q al cascarrabias de Alexander. —sonríe socarrón y brillante, tan brillante que causa un fuerte sonrojo en el joven omega dominante que da media vuelta para escapar y encerrarse en la cocina. —¿Adónde crees que vas? —corre para abrazarlo por la espalda al interior de la cocina y cerrando detrás. —Dime que me detenga, dímelo y no volveré a poner un dedo sobre ti. —dice suavemente al oído del pelirrojo, que se retuerce suavemente, tembloroso. —Dímelo... —súplica, sintiendo su cuerpo arder.

—Vizcaíno... —jadea, débilmente, perdiendo las fuerzas de su cuerpo al sentir aquel cuerpo cálido abrazar el suyo.

—Carajo, eres peligroso, Alexander. —gruñe suavemente al oído de su dulce presa, que gime en respuesta suavemente al sentir el toque de sus grandes manos en la cintura. Sin tener suficiente, toma con brusquedad la barbilla del pelirrojo para ver aquellos hermosos ojos marrones. —Eres malditamente hermoso y peligroso. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora