Capítulo tres: Quedate conmigo - Parte 1

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Celoso

Celoso de tu alcoba y de tu lecho.

Celoso de tus manos, te desnudan

y sólo yo quisiera poseerte...

desnudar tu silencio con un beso.

Celoso de la luz y de la sombra.

La luz te muestra el árbol sombreador

y te ampara del rayo ultravioleta.

¡Quien pudiera tornarse en bosque grande del amor.

...Quien fuera el bronceador de tu epidermis!

Tan sólo fuera yo quien te borrara

toda tu soledad con mi presencia.

Tan sólo yo quisiera ser tu duelo,

celoso estoy del Dios porque te ampara

con toda su inquietante omnipresencia.

Celoso estoy de ti. Si no existieras

en mí no se daría intensamente

la furia posesiva, como Otelo que estranguló

a Desdémona...

—Poemas Eróticos... y de los otros por Ramiro Quiroga Ariza, poeta colombiano.

Rebeca camina con cuidado detrás de Enzo hasta llegar a la entrada de la casa del mismo. "Por fin", piensa algo adolorida y ciertamente hambrienta, y cómo no, sintiendo los efectos del tratamiento en su hombro, pues aquel doctor había removido bastante para lograr sacar la bala, por lo que sus tejidos algo maltratados ya empiezan a cobrar factura con suaves pero tortuosas palpitaciones. Las pequeñas heridas, aunque tratadas en su cuello, pican ligeramente debido al sudor.

—Dame un momento. —musita Enzo sin voltear a verla.

—Está bien. —responde suavemente sin dejar de verlo. "Por favor, que no esté enojado. Todo va muy bien", piensa tensando su mandíbula por unos segundos. —Mmm... ¿Puedo bañarme en tu baño? Traje algo en la maleta, así que no tocaré tus cosas...

—Tranquila... puedes hacerlo. —responde ligeramente nervioso.

—De... acuerdo. —observa sonriendo ligeramente al ver las orejas sonrojadas del chico.

Enzo abre la puerta y observa a sus amadas plantas algo tristes debido a la falta de cuidados en los últimos dos días. Por inercia toca una de ellas y deja que un quejido suave se deje escuchar por aquella azabache que se enternece y carraspea su garganta. El de cabellos blancos se voltea rápidamente, avergonzado, y observa a la imponente mujer.

—Lo... siento, y-yo t-tengo estas plantas y las cuido siempre, pero en los últimos días las dejé sin cuidado alguno. —aparta su mirada. —Bueno... Mmm, pasa, por favor. —abre finalmente la segunda puerta.

—Está bien, de hecho me gusta el jardín que tienes aquí. ¿Lo hiciste tú? —pregunta mientras observa el pasillo.

—Sí. —responde con ojos brillantes, causando que la azabache se atragante.

—Genial, bueno, voy a entrar y dejaré la maleta, necesito bañarme urgentemente.

Entra algo de prisa, causando que sus pasos resuenen debido a las botas pesadas que acostumbra a usar en el suelo de madera. El aroma a hierbas frescas y café recién hecho llena el aire y hacen sonreír a la joven.

—Estar aquí es como estar en la cabaña. —señala, dejando la maleta sobre la mesa. Se gira y observa a Enzo juguetear suavemente con sus dedos. —Gracias... ya sabes, por dejar que pueda al menos cambiarme de ropa y demás. —suspira y se deja caer en una de las sillas de la cocina. —Eres bastante ordenado, si vieras mi casa saldrías huyendo. —agrega al ver que la mesa está llena de una cesta con frutas, una taza medio llena de café y un libro La joya de las siete estrellas por Bram Stoker, abierto con papelitos de colores.

—A veces me da mucha pereza limpiar. Me siento fatigado y dejo que todo se vuelva un desastre. —sonríe ligeramente.

—Alguien que lea Bram Stoker no puede ser un marrano viviendo en la porquería.

—¿Marrano? —ríe suavemente.

—Sí... —musita sonriendo suavemente al ver embelesada aquella sonrisa tan... "Brillante...", piensa y sacude su cabeza segundos después. —Bueno, iré a bañarme y luego me iré, ¿de acuerdo? —se levanta suavemente.

—De hecho... —apresurado, habla y le mira. —Son las dos de la tarde. —acaricia su cabello, una manía especial cuando está nervioso. "Estás tan nervioso...", piensa la azabache con malicia. —Si quieres descansar, puedes quedarte aquí. Creo que sería más seguro y además... —sus manos tiemblan ligeramente. —No me siento seguro estando solo ahora... —musita algo sombrío.

—Bueno... —suspira pensativa, para luego observar al chico. —Claro, pero no pienso dormir en el sofá. —advierte sonriendo con suavidad.

—¿Qué? —pregunta sonrojándose levemente. —P-Pero...

—Está bien, si no hay espacio.

—No, este. —carraspea su garganta. —Duerme en mi cama, yo de todas formas no la uso... —musita la última palabra.

—¿Entonces dónde duermes? —ríe suavemente.

—Yo... —tembloroso relame sus labios. —Duermo en el sofá. —sonríe. —Sí, en el sofá, porque me acostumbré a dormir en lugares algo estrechos cuando era niño. —asiente rápidamente. —Adelante, usa el baño, mientras tanto voy a preparar unos sandwiches rápidos para comer. No tengo jugos con azúcares, porque no como nada de eso. —se acerca a la nevera y empieza a sacar los ingredientes. —¿Cuántos comes? —se gira y observa Rebeca, que, pensativa, suspira.

—Perdón, yo me como unos cuatro.

—Ninguno de ustedes son normales. —dice asombrado.

—Comería más, pero seguramente no tienes para darme más. —sonríe con picardía.

—Ve a bañarte. —se gira sonrojado, lavando la lechuga suavemente. —

—Está bien. —frunce el ceño. —Por cierto... Si no comer azúcares, ¿los pastelillos...?

—Compré los ingredientes para hacerlos para ti. —se encoge ligeramente con el rostro acalorado.

—Soy una mierda. —suspira y masculla.

—Deja de decir tonterías y olvida eso y ya está. —deprisa, la empuja hacia el baño. —Báñate. —cierra la puerta, causando que la azabache explote a carcajadas.

Pasa una hora, Enzo espera ligeramente ansioso, parado al lado de la mesa. "¿Serán suficientes?", se pregunta observando los platos. "Por Dios, ¿cómo puedo comer tanto?", sonríe ligeramente, negando con la cabeza al ver el plato rebosando con cuatro sandwiches.

—¿Rebeca? —llama a la joven suavemente, acercándose al baño. —¿Rebeca, ya estás lis...?

—¿Sí?

Al abrir, se topa de frente con Enzo, quien parece estar esperando su turno para usar el baño. Sus ojos se encuentran y el tiempo parece detenerse. La mirada de Rebeca se suaviza al ver las mejillas ligeramente sonrosadas junto a un par de ojos amarillos, brillantes y hermosos. "No se te ocurra, Rebeca", se atraganta, sintiendo el más carnal de los decesos por besarlo, tocar aquellos labios, meter su lengua y saborear la dulzura que jura debe tener. Los ojos de Enzo se abren con sorpresa y su rostro se torna de un rojo intenso al despertar del momento.

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora