—¡Alexander!
—¡Teresa! —saluda con la mano a la mujer que afuera espera. —Madre superiora, ¿cómo amaneces hoy? —la abraza suavemente y esta recibe el abrazo.
—Las hermanas ya están haciendo sus tareas, así que es mejor aprovechar para ir al mercado antes de que empiece a llover a cántaros, porque se note que se viene gota gorda.
—Así es. —suspira y acaricia su cuello.
—¿Pasa algo? —pregunta con su voz maternal y dulce como de costumbre mientras acaricia el cabello largo y suave de Alexander.
—Ando con... No sé cómo explicarlo, sensaciones algo extrañas desde la semana pasada. A veces me levanto muy cansado y por eso es que no vengo para acá, y mejor me quedo en la cabaña. —suspira y cierra sus ojos mientras camina al lado de la monja. —Quizás voy a enfermarme o el ciclo de celo está por llegar de manera irregular... de nuevo.
—Mejor no nos adelantemos, hasta ahora tu ciclo de celo ha llegado en las fechas de siempre, el doctor nos lo dijo todo. —toma el brazo del joven y abraza el mismo. —Quizás sea algo de estrés, ha habido mucho ajetreo estos días y cómo no si ya en unos días vamos a dar la bienvenida a los niños nuevos que estarán en la iglesia. Hace al menos 10 años que no se veían niños huérfanos por acá, y el estado ha estado regulando eso bastante bien en comparación de décadas anteriores.
—En eso tienes razón. —suspira. —Quizás sea eso... por cierto, ¿cuántos niños serán?
—Creo que cuatro o cinco. Son niños muy pequeños, no pasan de los seis años. —dice llena de nostalgia.
—Por Dios. —dice ligeramente entristecido. —Me trae tantos recuerdos. —sonríe con nostalgia. —Pero bueno, alejemos esas ideas tan feas y vayamos a comprar de todo, para que los niños se revienten la pansa de mucha comida en la bienvenida. —palmea suavemente la mano de la señora Teresa.
—Así. —canturrea y llegan finalmente a la parada del bus. —Rápido, vamos, vamos, antes de que se vaya mijo.
Ambos suben al bus con la ruta 45, hacia la plaza de Dante o mercadería de Dante, una de las más grandes en Roma en realidad y bastante concurrida, especialmente los fines de semana.
—Señor, Alberto, ¿cómo me la va esta mañana? —pregunta con ánimo y cordialidad el joven pelirrojo. —Ojo que ayer su esposo me dijo que anduvo enfermo, me lo encontré cerca del campo de olivas trabajando.
—¡Ay, no se preocupe! —hace un ademán. —Lo que pasa es que tuve un ciclo de celo muy corto ayer; a los Omegas comunes nos pasa mucho esto, fue irregular. —dice sin darle mucha importancia. —Mi esposo me llevó por urgencias y me dijeron eso, y la verdad se tardó en llegar. —asiente, convencido de ello. —Ya tengo 40 años, la verdad lo que menos me esperé fue una cosa de esas en la vida. —ríe por un par de segundos. —Hasta mis hijos se alarmaron. Son alfas los gemelos, usted sabe y pues sintieron mi malestar, se vinieron tardísimo ayer por la noche de Roma para verme. Eso también me lo explicó el doctor, que algunos hijos con sus padres son así. Recuerdo que cuando eran niños, mi esposo se accidentó con ese bendito carro y los niños se pusieron a llorar diciéndome que debía ir a buscar al papá.
—Ah, ya veo. —dice pensativo. —¿Pero ya te sientes bien? —pregunta, inquisidor.
—Le juro por Dios que me siento lo más de bien, sí, señor. No se preocupe demasiado.
—Bueno, voy a confirmar en sus palabras. —bosteza ligeramente.
—Oiga, ¿no durmió o qué? La verdad es que sí le veo la cara un poquito cansada. —dice sin dejar de ver al frente en la carretera. —Cuando entró fue lo primero que noté.
—Al parecer es el celo o el estrés o las dos cosas, ya ni sé. —ríe ligeramente.
—Yo digo que es el estrés. —señala la madre superiora, Teresa. —A veces no duerme por andar leyendo hasta tarde, preocupado por esto y por aquello.
—Por favor, denme mimos, no me regañen. —ríe al sentir el pellizco en el hombro de la madre superiora. —Es más, si nos da tiempo, pasemos al hospital, ¿si?
—Me parece una excelente idea. —señala Alberto.
—Bueno, me voy a echar una siesta. Todavía faltan unos cuarenta minutos para llegar. —se acomoda en el asiento, pegando el costado de su cabeza en la ventana. —Ya empezó a llover. —musita.
Durante el viaje, las canciones de Peppino Gagliardi acarician suavemente los oídos del fatigado hombre que descansa y que junto a la lluvia lo hace lentamente, sin acelerar su respiración y movimientos al dormir. Tan delicado y al mismo tiempo tan inalcanzable por su dureza y complejidad. Pero, ¿es acaso cierto que las rosas llenas de espinas son peligrosas o esas espinas solo representan la fortaleza con la cual evitan ser lastimadas? Ciertamente, el ser humano en su totalidad es un ser complejo en sí, no solo de cosas tan simples como la evolución del mismo, sino desde aquello que les da identidad a cada uno, forman su templanza y alimentan su carácter, y es que son los eventos más importantes y significativos en nuestras vidas los que nos hacen cambiar, ¿a qué punto? Bien, solo lo sabrá quién conoce sus propias cargas, aunque en ocasiones no quiera verlas y recordarlas. Alexander no está exento de la verdad misma, porque nada podemos contra la verdad, sino por la verdad.
—Alexander. —una voz suave le llama con cuidado, agitando su hombro suavemente. —Ya llegamos, despierta.
—¿Mmm? —suelta un suave quejido mientras abre sus ojos lentamente para no lastimarse con la luz del sol. —Dios, parece que dormí por cuatro horas. —bosteza tapando su boca al hacerlo.
—Muy chistosito, bajémonos, que ahorita llega a la gente para seguir con la ruta. —toma el brazo del joven.
—Señor Alberto, muchas gracias. Que tenga un buen viaje, vaya con Dios. —toca el hombro del hombre que sonríe en respuesta.
—Amén. Cuídese, muchacho, porque si no ese cabello rojizo va a perder su brillo.
—Lo haré. —baja finalmente tras la madre Teresa sonriendo con suavidad. —Finalmente, estamos aquí. ¿Quieres que vayamos juntos o por separado? —pregunta en voz alta por el griterío en la zona.
—Vayamos separados, iré a la carnicería. Ve a los puestos de verduras y demás.
—De acuerdo, nos vemos dentro de una hora.
—Vale.
Teresa aprieta la mano de Alexander y se aleja con cuidado por una acera de roca gris.
—¿Por dónde empezar? —musita mirando su alrededor. —Antes de que se acabe el cebollino verde, lo compro ya.
Acaricia sus manos y camina finalmente, atrapando la atención de hombres y mujeres en la plaza. Y cómo no hacer un hombre tan delicado, pero tan preciosamente parecido y aquel cabello largo y rojizo solo hace resaltar la belleza de la cual dispone y que le hace avergonzar al recibir tantos halagos.
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Vizcaíno © (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024
RomanceSinopsis En la majestuosa ciudad de Roma, el grupo de la mafia llamado Los corsarios negros, dominan el territorio con mano de hierro en su totalidad, convirtiéndose en la organización más peligrosa y silenciosa del continente europeo. El Alfa domin...