Capítulo 1: Calvario - Parte 1

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Dios ha cerrado sus oídos a cuantas plegarias se le dirigen en su presencia.

En el invierno, los lobos se reúnen en manadas junto al enebro que la protege para lanzarse sobre las reses;

los bandidos esperan a su sombra a los caminantes,

que entierran a su pie después que los asesinan,

y cuando la tempestad se desata, los rayos tuercen su camino para liarse,

silbando, al asta de esa cruz y romper los sillares de su pedestal.

—La cruz del diablo por Gustavo Adolfo Bécquer


Dos semanas, dos semanas, han pasado desde la aparición del hombre más indeseado por los corsarios negros, Alessandro Nero Scarlatti, y el joven de cabello negro no es ajeno al odio profundo que tiene hacia aquel pájaro rojo. Con suavidad relame sus labios mientras observa el jardín, a través del gran ventanal, en la oficina, que estresado se pasea de un lado a otro, acariciando su cabello ahora un poco más largo y lacio. Va de un lado a otro con el ceño fruncido y pasos casi silenciosos, que, debido al pequeño tacón de sus zapatos, tocan delicadamente, aquel sonido, en los oídos del pelirrojo que lo observa. Alexander, sentado en un sillón de cuero junto a la gran ventana, intenta leer un libro, pero no logra concentrarse. Sus ojos se desvían una y otra vez hacia el alfa de mandíbula tensa. Finalmente, cierra el libro y lo deja a un lado, lanzando un suspiro al aire para llamar la atención del azabache.

—Vizcaíno, ¿podrías calmarte un poco? —le dice Alexander, mirándolo con una media sonrisa. Sé que no tengo mucho derecho a decirte que te calmes; mi temperamento es mucho peor que el tuyo. —dice con suavidad, mientras acomoda un mechón de su cabello tras la oreja.

Vizcaíno se detiene en seco al escuchar sus palabras, sorprendido por el tono de Alexander, y una sonrisa leve asoma en su rostro inevitablemente. Su expresión se suaviza, dejando entrever una mezcla de vergüenza y ternura. Suspira y ladeando la cabeza observa al pelirrojo a los ojos. Sin decir una palabra, se acerca a él con lentitud y cuando está lo suficientemente cerca, se inclina, envolviendo a Alexander en un abrazo cálido y elevándolo del sillón. Con cuidado pasa su brazo bajo los muslos del pelirrojo para sostenerlo con mayor comodidad, lo que causa pequeñas carcajadas en el pelirrojo. Por otro lado, Alexander lo rodea con sus brazos también, dejándose llevar y acariciando lentamente su espalda, dándole un suave beso en el cabello oscuro de Vizcaíno.

—Lo siento. —musita el de ojos ambarinos, pegando su mejilla al cuello del contrario.

—Está bien... —señala mientras da un suave beso en la frente del azabache. —Te hacía falta esto. —murmura Alexander con dulzura, esbozando una sonrisa. —Yo... Sé lo que está pasando... —musita. —Así, no sirve de nada que cierres la puerta de la oficina; cuanto tienes reuniones, me doy cuenta de todo.

—Cuándo no, cuándo no. —dice suavemente sonriendo, y sin más se sienta en el sillón con Alex en su regazo. —En cualquier momento va a pedir ver mi cara y no sé si puedo contenerme. —gruñe suavemente y suspira.

—No tienes que hacerlo. —señala el pelirrojo. —Y no me refiero a desaparecer, solo ten paciencia hasta que tengas la reliquia y esto podrá terminar sin sangre por todas partes. —dice aquello ligeramente entristecido. —Aunque supongo que es inevitable teniendo en cuenta cómo son todos... —suspira y atrapa aquel par de ojos ambarinos. —No tengo mucho que aportar, pero... al menos un concejo sirve, ¿no?

—Haces más que eso. —señala el azabache. —Un precioso ángel caminando entre demonios, vaya historia la que tenemos. —sonríe suavemente.

—Sí.

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Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora