Capítulo uno: Voluptas noxius - Parte 2

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—Sí, nada raro, es decir, todos de alguna manera terminamos por hacer tratos con uno que otro, pero esto nunca lo había visto, ¿por qué ocultarlo con tanto recelo? —se pregunta. —No tiene mucho sentido si estamos en medio de una comunidad con formas de operar distintas, pero no dejamos de ser lo que somos. Todo se sabe, exentos los secretos que cada organización tiene, pero esto, esto no es normal. —deja los papeles sobre la mesa. —Planea comentarle de esto a Alexander, pero necesito que antes me deje ver ese baúl negro.

—Hijo... —suspira y acaricia su rostro indeciso.

—Sé que mi padre le hizo jurar que no lo hiciera y sé que es su deber resguardar toda confesión, pero esta vez, y usted lo sabe, es diferente y necesito, necesitamos tener esa información. —se acerca y toma los hombros de Ángelo, suavemente. —Supe que ese baúl negro no era el que realmente le había pedido al inicio, sospeché que me ocultaba algo en el momento en que me dejó disponer del baúl como si nada. Conozco a mi padre, lo terco que era y sé que siempre hacía lo imposible por protegerme, incluso si eso le costaba la vida... que así fue. —niega suavemente. —Algo de la muerte de mi padre nunca me ha dejado tranquilo, sé que mi padre no murió solo así. Dijeron que fue un infarto, pero... algo me sabe muy mal.

—Lo sé. —asiente. —La muerte de tu padre fue tan extraña. —sonríe nostálgico, con lágrimas en los ojos. —Pero ya no está, así que. —niega y vuelve a su compostura. —Recuerdo que antes de su muerte, él y tu madre habían discutido, pude verlo por la forma en que estaba interactuando ese día en la iglesia. —suspira. —Tu madre estaba muy triste por ello, tonterías de pareja supongo y de repente él muere. —niega. —Es horrible perder a un ser tan amado repentinamente.

—Sí. —asiente entristecido sin dejar de verlo. —Mi padre debió ser muy bueno con usted.

—Sí, lo fue. —palmea el brazo del muchacho. —Siempre me protegió a mí y a esta iglesia. Al principio no me caía nada bien, pero pude conocerlo más y, si bien no me recuerdas en tu infancia... te cuidé un par de veces y qué insoportable eres. —pellizca el brazo del morocho.

—Nah, ahora soy muy bueno, la verdad. —dice convencido.

—Eso te lo crees tú solo. —camina con parsimonia. —Vamos a ver a los niños antes de que te vayas y de paso saluda a Alexander, no se han visto la cara en largo tiempo.

—Diez días no es mucho. —dice y chasquea la lengua.

—Por cómo lo miraste hoy, lo dudo mucho. —ríe burlón. —Anda, llevátelo. Si bien sus feromonas se han estabilizado mucho, aún falta terminar el proceso, no es bueno que estén lejos uno del otro. Además... el que le envíes tu ropa solo lo pone de mal humor, pero tú no escuchaste eso de mí. —alza sus manos en son de paz mientras caminan por el pasto verde y húmedo. —Nos vemos. —suspira y se retira hacia la iglesia.

—Vaya, vaya. —dice suavemente al aire, observando posteriormente al pelirrojo sonriendo ante el abrazo cariñoso de un niño. —No te dignas a mirarme. —masculla. —No puede ser que esté celoso de un niño.

Refunfuña y sin más se acerca peligrosamente, asustando al niño que huye para esconderse detrás de otro niño.

—¿Qué pasa? —pregunta extrañado, sin comprender. Voltea rápidamente y observa aquel par de ojos rojos, mirándolo directamente.

—Señor Alexander, debemos hablar en privado. —dice sonriendo con sorna y tomando la muñeca del sacerdote rápidamente.

—¡¿Qué te pasa?! —trata de zafarse.

Vizcaíno prácticamente arrastra a Alexander hasta el auto, asegurándolo detrás rápidamente y sin dejar que este diga palabra alguna.

—Vizcaí... —se atraganta al ver aquellos ojos hambrientos.

—Cállate. —dice suavemente, para luego dar un portazo. —Le dije a tu padre que necesitamos hablar en privado y que necesitabas feromonas, así que me dijo de una pequeña cabaña, la cual no ha usado en mucho tiempo. —relame sus labios mirando por el retrovisor. —Vamos... a hablar.

El pelirrojo se sonroja con fuerza y se estremece ante la idea de que aquel alfa lo tomaría otra vez, después de un largo tiempo desde la primera vez. Un extraño hipo hace presencia, causando que el alfa sonríe a gusto y acelere, causando que el pelirrojo grite ligeramente debido a los movimientos bruscos del auto.

—Carajo. —masculla y se detiene al ver la pequeña cabaña entre arbustos ligeramente altos. Baja y cierra la puerta con fuerza. Se acerca a la puerta de pasajeros y abre la misma, para posteriormente tomar con propiedad al pelirrojo, arrastrándolo hacia la cabaña. Al cruzar la puerta, Vizcaíno cierra con fuerza, acorralando al pelirrojo de inmediato.

—Hola, cariño. —sonríe jadeante y deseoso.

—Ca-calmate, esto es demasiado. —dice tembloroso entre suaves jadeos.

—¿Sabes cuánto he esperado para tocarte? Ni siquiera me miraste en todo el día. —murmura Vizcaíno, acercándose a sus labios. —Estoy muy molesto. —gruñe suavemente.

—Estás loco. —señala el de ojos marrones, embelesado y excitado. —Te vi muchas veces. —musita. —Eres mi alfa.

Algo en el interior de aquel morocho se quiebra, se rompe por completo, llevándolo a la excitación, una insana y peligrosa. "Soy su alfa", piensa y se estremece, hambriento cual depredador en celo. Sin perder tiempo, toma a Alexander por la cintura, acercándolo bruscamente a su cuerpo caliente y sudoroso. Sus labios se encuentran en un profundo y desesperado beso, causando que el pelirrojo gima una y otra vez, abrumado. Mientras se besan, las manos del joven Lorenzo arrancan el ropaje del sacerdote, dejándolo completamente desnudo.

—Mi ropa. —jadea, siendo cargado rápidamente por el morocho que sonríe jadeante cerca de sus labios.

—Te compraré ropa más bonita. —palmea con fuerza el glúteo derecho del pelirrojo.

—¡Ah!

—Carajo, quiero cogerte aquí mismo, pero...

Llegan al dormitorio y lanza sobre la cama al omega que trata de cubrirse con las manos.

—Vaya, te excita tan solo imaginarlo. —señala sonriente al ver la erección. —Con todos los gustos del mundo te follaría en la sala, pero ha pasado un tiempo y no quiero lastimar a mi omega. —dice con suavidad cerca de los labios de Alexander.

—Te extrañé mucho. —dice suavemente, dejando el orgullo y la vergüenza.

—Y yo a ti —responde Vizcaíno, conmovido. —Lo siento. —susurrando contra sus labios de pelirrojo.

Se miran a los ojos, respirando pesadamente, y en un instante, están de nuevo fundidos en un profundo beso, húmedo, lleno de deseo, lujuria, todo aquello que llama al eros más carnal y romántico que pueda existir. La pequeña habitación se llena de gemidos y suspiros.

—Lo sé. —dice dulcemente, juntando su frente con la del alfa. —Pero ni siquiera me llamaste, ni una sola vez. —hace suaves pucheros, entristecido. —Y yo no lo hice porque no quería molestarte.

—¿Soy muy mal novio? —pregunta, lamentable, mientras toma los muslos del pelirrojo y los abre más con suavidad.

—Sí. —se estremece ante su toque y suspira. —Lo eres. —besa suavemente los labios del morocho.

—Voy a compensarte, lo prometo. —sonríe suavemente. —Ahora déjame hacerte el amor. —susurra contra sus labios.

—Sí. —gime suavemente.

—No saldremos de aquí el resto de la tarde. —se yergue suavemente y saca el suéter de su cuerpo, dejando a la vista un pecho tatuado y tonificado. —Toca tanto como quieras. —dice con voz ronca y suave. —Al final todo esto es tuyo y... —atrapa sus ojos, hipnotizado por aquel precioso color naranja brillante y lujurioso. —...te encanta, dulzura. 

Vizcaíno ©  (Omegaverse, romance, erotismo y mafia). #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora