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La última semana había pasado volando. Matías se pasaba por la protectora un rato antes de que yo me marchara, me ayudaba a terminar y me acompañaba a casa. Ya ni si quiera me preguntaba si me acercaba, directamente me habría la puerta del copiloto.

Empezaban a caer los últimos rayos de sol cuando Matías se acercó a mí tras echar pienso en el último comedero que quedaba.

¿Crees que haya vida más allá de la Tierra? —cuestionó con el ceño fruncido.

—Pues no se. —Dejé caer todo el peso de mi cuerpo sobre una rodilla. —No creo.

—¿Por qué?

Sonreí disfrutando de ese momento. Era como cuando alguien se sienta en un banco de la calle a mirar la vida y ve que a su lado hay alguien que está sentado a tres palmos haciendo lo mismo. Alguien que está viendo la vida de la misma manera en que la ve ella, pero sin conocer el motivo que le ha llevado a sentarse en ese banco y no en el siguiente.

—Me cuesta creer en aquello que no se puede demostrar —acabé respondiéndole tras buscar una respuesta elaborada.

—Pero al igual que no puedes demostrar que existen, no puedes demostrar que no existen —murmuró mientras acariciaba con sumo cuidado a Storm.

El pequeñajo ladró al escuchar un coche pasar por fuera de la valla haciendo que Matías pegase un bote hacia atrás asustado.

—No te rías. —Levantó el dedo índice en mi dirección. Intentó reprimir la sonrisa, pero no tardamos en romper en carcajadas los dos juntos.

—Pero no los has visto —retomé la conversación inicial.

—Ya —su voz se silenció durante unos segundos —, pero que algo no sea visible o que prescinda de forma no significa que no exista.

Hice morritos y arrugué el entrecejo pensando en lo que acababa de decir.

—Es como el amor. No podemos verlo fisicamente pero goza de existencia en todas y cada una de nuestras vidas. No es algo físico, pero hay indicios de ello.

Cómo el miedo.

Me permití dudar en silencio de sus palabras. No estaba tan segura de que eso fuera cierto, pero preferí no negarlo.

—Solo hay que aceptar que está ahí para tener el privilegio de atisbarlo.

—¿El amor es un privilegio? —pregunté dirigiendo hacia él mi mirada.

Asintió antes de que sus ojos cayeran en picado sobre los míos.

—Uno de los grandes. 

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora