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—No me mires así.

—¿Cómo quieres que te mire? —inquirió nerviosa mordiéndose las uñas.

—No se, pero así no —arrugué el entrecejo y agaché la cabeza.

—Vale. Perdona —chistó sentándose a mi lado —. Lo siento, tienes razón. Pero, Vera, es que no entiendo porque no me lo has contado hasta ahora. Creía que habían quedado atrás.

—Precisamente porque no quería que me mirases cómo lo has hecho antes. —Cogí la cucharita y empecé a mezclar la espuma con el café. Necesitaba distraerme.

—Vera... —su voz preocupada hacía que mi corazón fuese aún más deprisa.

Estábamos en la cafetería de la estación de trenes. Quedaban unas dos horas para que la hora de su viaje llegase y esa conversación iba para largo.

—...¿sólo han vuelto las pesadillas? —Su voz era una mezcla de cautela y temeridad.

Negué con la cabeza, siendo esa pregunta la gota que colmó el vaso. Las lágrimas parecieron tomar vida propia cuando, sin ni siquiera preguntar, humedecieron a su paso mis mejillas.

Debatida, saqué las manos de las mangas del jersey y las puse en la mesa con las palmas hacia arriba. Cerré los ojos avergonzada, cansada, dolida.

Cerré los ojos porque no sería capaz de seguir tras ver la decepción en su cara.

Noté sus manos sobre las mías, privándolas de la soledad que merecían.

Fueron sus palabras las que recogieron las gotas saladas:

—Llora si tienes que llorar. Ríe si tienes que reír. Siente, ama, teme, Vera. Temer no es malo. No es un enemigo. Temer nos hace sabios. Nos ayuda a saber qué sí y qué no debemos hacer. Reír nos hace disfrutar. Y llorar nos hace valientes. Nunca escondas tus emociones. Nunca te avergüences de una lágrima. Al contrario, permite, a quien te quiere, acompañarla con una caricia en la caída. Pero esta no es la forma de hacerlo, cariño.

—Tengo miedo de que nunca pare —llevé la mano hacia mi pecho, señalando la presión.

—Lo sé, cariño, lo sé —chistó mientras se levantaba de su silla para envolverme en sus brazos.

Enterré bien profunda mi cabeza en su pecho, escondiéndome de cada monstruo que se alimentaba de mi miedo.

—El dolor y el miedo son así. Van de la mano asolando todo a su paso. Pero tienes que ser fuerte. Fuerte e ingeniosa. Tienes que darte cuenta de que no por huir de ellos serás capaz de olvidarlos. El dolor aumenta con la lejanía, y el miedo te persigue hasta que te encuentra. Tienes que buscar la forma de vencerles. Tienes que tratar de convivir con ellos sin darles la importancia que reclaman. —Paró a tragar saliva y aprovechó para coger aire. —Por muy difícil que sea, Vera. Por mucho que duela. —Levantó su mano para secar la piel de mis mejillas. Sus ojos perseguían los míos allá donde fueran.

—¿Y si no soy capaz? ¿Y si no puedo volver a sentir cómo lo hacía? ¿Y si ...?

—Solo hay una forma de saberlo, Vera. El mayor fracaso es nunca haberlo intentado, y si en el camino te caes, te juro por lo que más quieras que voy a estar ahí para cogerte. Pero, hazlo, por favor. Vive, siente, teme y ama. Ama tanto cómo te aman a ti. No dejes que nada influya en eso.

***

Mientras regresaba a casa, una álgida brisa propia de invierno me azotó en la cara. El contraste de frío y mojado me hizo sentir que las lágrimas se habían hecho hueco incrustándoseme bajo la piel. La voz del pelirrojo inundó mis oídos a través de los auriculares. Cuando él empezó a cantar, yo ya había terminado hasta la última estrofa de Loving can hurt.

El recuerdo de su boca sobre la mía me hizo llevar una mano a mis labios. Los suyos surcando ansiosos por los míos, sus manos encajando perfectas en mis caderas... Recordé cómo nuestras respiraciones iban a ritmo de la canción.

Noté el corazón desbocado cuando la última melodía de la canción terminó, porque eso significaba tener que enfrentarme a la realidad, tener que enfrentarme a que el amor puede doler a veces. Saqué el móvil del bolso para ver si Matías me había contestado.

Matías🐾🩺:Nunca dejes de hacer algo, si realmente tienes ganas, por el miedo.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora