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Había tanta gente que para ir a la barra desde donde fuera que estuvieses tenías que pedir permiso más de diez veces.

—Disculpa. —Toqué a un chico bastante alto en la espalda para abrirme paso.—Perdón —repetí al dar tres pasos.

Al cabo de unos minutos conseguí llegar a la barra, donde se habían quedado Matías y Javier preparando la comida y la bebida que la gente pedía. Javi se ofreció a ayudarnos cuando Matías le contó lo que estábamos planeando, igual que Helena y Dani.

—No esperaba que esto fuese a estar así —grité para que lograsen escucharme por encima de la música.

—Has triunfado, rizos. —Leí en sus labios, pero apenas le escuché.

Sonreí tras divisar los hoyuelos en sus cachetes.

—¿Cómo van por ahí? —dijo inclinándose sobre la barra para que pudiera escucharle mejor.

—Genial. —Miré hacia Dani y Helena, ellos estaban en el pequeño mercadillo. Eran cosas de segunda mano que ya no queríamos pero a la gente les estaba gustando. —O tus camisas viejas marcan tendencia o a la gente le conmueve mucho la causa —bromeé, deseando recibir una respuesta por su parte.

—Tus calcetines navideños tampoco están tan mal —contraatacó arrebatándome una sonrisa.

—Te encantan y lo sabes. —Le apunté con el dedo.

—Me has pillado. —Levantó los brazos al techo en señal de rendición. —Ya los he comprado.

Rompimos a carcajadas que quedaron disociadas por la música de los altavoces.

Javi se acercó aprovechando que la gente estaba empezando a estar a su bola y estuvimos charlando unos minutos hasta que mi teléfono empezó a vibrar.

Lo saqué del bolsillo trasero y, cuando vi la foto de Lena, me disculpé ante los chicos. Salí de la sala y, tras saludar a Jorge en la entrada, me dirigí al cuarto de baño. Tras cerrar la puerta la música ya se escuchaba mas tenue así que podríamos tener una conversación sin tener que pegar voces.

—¡Hola!

—¿Que tal va todo por ahí? —preguntó nada más saludar.

—Genial, no sabes cómo está esto, Lena —dije mirando hacia la puerta del baño como si tuviese rayos x en los ojos y pudiera ver a toda la gente a través de las paredes —. Está a rebosar.

—¡Olee! —gritó ahogadamente, como si no quisiera hacer mucho ruido —. Me alegro muchísimo, Vera. Oye...

—Cómo digas de nuevo que sientes no haber podido venir me planto en tu casa y te tiro de los pelos —bromeé, pero iba enserio. Había perdido la cuenta de cuantas veces se había disculpado.

—No sabes dónde vivo, lista.

—Pues la próxima vez que te vea.

—Es que... —Chistó con la lengua. —Me hubiese gustado poder ir.

—Y lo se, Lena. De verdad. —Cambié el tono a uno más serio para que comprendiese que de verdad no importaba. —¿Por ahí? ¿Cómo va todo?

—Bueno —su voz sonó apagada, al igual que todas las veces que le preguntaba, pero como de costumbre no dio más información que la que ya sabía —, ha habido días mejores.

Nos quedamos hablando unos minutos más hasta que Marta me llamó por la otra línea para decirme que ya estaba en la puerta. Salí del baño tras despedirme de Lena y aprovechar la ocasión para acomodar algún que otro rizo que se hubiese revelado tras toda la tarde allí metida.

—¡Mirad a quién traigo! —saludé de nuevo a Matías y a los demás. Les había mandando un mensaje para que se juntasen.

Me moría de ganas de que Helena y Dani conociesen a Marta.

Esa misma tarde, antes de que llegase nadie, les había presentado a Matías. Me quedé muerta de vergüenza cuando Dani se acercó a mi oido para susurrarme que estaba para comérselo.

—Está para juntar con pan y mantequilla —me susurró al oído mientras Helena charlaba con Matías —. No sabía que tuvieses tan buen gusto, niña.

Me enrojecí y, antes de rebatirle que no éramos nada, eché una mirada de soslayo hacia él.

Mi corazón se aceleró cuando vi que su mirada volaba de Dani a mí, cómo si fuera un partido de tenis y nosotros los jugadores que se lanzan la pelota. Fue una de las únicas veces, que recuerde, en la que apartó la mirada al pillarme mirándole. Siguió charlando con Helena y Javier.

—Está celoso —volvió a susurrarme al oído —, de mí. —Sonrió señalándose con el dedo índice a su pecho.

—Que va —murmuré quitándole importancia.

—Está celosín —repitió —, y a no ser que al chaval le molen de esta casta —se señaló de arriba a abajo —, cosa que entendería —se me escapó una risita —, está celoso por ti. Bueno, por mi. O sea... —Pensó en cómo que explicarse. —Que te quiere comer entera, más fácil.

—¡Dani! —me quejé dándole con la mano en el hombro.

—¿¡Qué!? —Alzó las manos ofendido. —Es la verdad. Mira, verás.

Acortó un poco más la distancia entre ambos y me dio un abrazo.

—Ríete.

—¿Qué? ¿Para qué me voy a...? —inquirí confusa. Dani me dejó con las palabras en la boca, arrancándome carcajadas.

—¡Eh! —reí —¡Cosquillas no valen!

Entonces, cómo si Dani fuese el hombre del tiempo que prevé la mayor tormenta del mundo, la mirada de Matías volvió a caer sobre nosotros.

—Ves —murmuró Dani, alegre, al separarse.

—Pero si a ti te gustan menos las tías que a mí las clases de microbiología. — Dani arrugó el entrecejo al escucharme.

—Ya, pero eso él no lo sabe. Ahora mismo se está pensando que soy un heterito más en el mundo y que duermo por las noches abrazadito a ti.

—Ni se te ocurra volver a meter seguido el sufijo "-ito". —Hice una mueca. — Que escalofriante. 

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora