15

5 2 0
                                    

—¡Cuenta! ¡Cuenta! —gritaba entusiasmada desde el otro lado de la línea.

—Pero ¿Qué quieres que te cuente?

—¡Todo! —gritó Mara haciéndome bajar el volumen de los cascos.

Había salido a correr un rato para cansar lo máximo posible a mi cuerpo. Con suerte, así, podría dormir toda la noche sin sobresaltos.

—Pues aparte de trabajos, estudiar y la protectora nada especial.

—Algo tiene que haber seguro, tu tono de voz lo delata.

—Odio que seas así —gruñí intentando parecer enfadada.

No la estaba viendo, pero di por hecho que había curvado su boca hacia arriba.

—¡Sí!

—Me vas a romper el tímpano, Mara —me quejé —. ¿Recuerdas la protectora a la que estoy yendo?

—¿La que te buscó tu madre, no?

—Sí, esa.

—Uhm —afirmó mientras las patatas crujían en su boca.

—Pues nada, hay un chico que vino a superar una fobia perruna. —Decidí empezar a sincerarme. Total, Mara era cómo si fuese yo. Me conocía mejor que nadie.

Aún así, preferí no contarle la vuelta de las pesadillas. Me las tomé cómo algo normal. Estaba claro que mudarme sola a una ciudad en la que no conocía a nadie no iba a ser de color de rosa.

—Vale, me esperaba de todo menos eso —admitió perpleja.

—Muy común no es. —Le di la razón. —Será como una terapia de choque o algo así.

—Seguramente. Bueno ¿Y...? —curioseó mi mejor amiga.

Un estruendo se coló por los cascos haciendo que me encogiese.

—Joder, perdón. Se me han caído las patatas al suelo. Sigue.

—Desde que empezó a venir hemos creado como una rutina.

—¿Una rutina? —inquirió sin comprenderme del todo.

—Llega, charlamos mientras terminamos lo que hay que hacer, me lleva a casa y en el coche escuchamos música mientras cantamos —admití con la voz suave. Quizás por miedo, a pesar de que estaba hablando con Mara, a sentirme juzgada.

—¿De qué habláis?

—Compartimos canciones, series... y hasta libros —suspiré cansada —. No se, me resulta fácil estar y charlar con él. Es sencillo.

—Vera... —susurró con tono de advertencia.

—¿Qué?

—Ten cuidado.

—¿Por qué? ¿Qué hay de malo en eso? —bramé molesta —¿Que hay de malo en que por fin esté a gusto con alguien?

Precisamente por ese motivo había tardado tanto en contárselo. Me daba miedo que sacase las cosas de contexto y complicase aún más todo. No le estaba contando la historia de amor con mi príncipe azul si no, más bien, el inicio de la etapa de mi vida con la que tanto tiempo llevaba soñando.

—Nada. No hay nada de malo.

—¿Entonces?

—Lo único que quiero es que no te hagan daño. Otra vez.

Guardé silencio.

—No me va a hacer daño, solo hablamos de lo que vemos hacia fuera.

—Hasta que uno de los dos acabe mirando hacia dentro...

—Eso no va a pasar. No es mi príncipe azul, ni mucho menos. Eso no existe.

—Vera... —su voz se antojaba cautelosa —No hace falta que lleve capa o que vaya de azul para que alguien capte tu atención.

—No. No va a pasar.

—Esta bien, lo que tu digas —suspiró dándose por vencida —. Solo... piensa en lo que estas haciendo. Plantéate primero lo que quieres y, luego, actúa.

—Eso hago. Es solo un amigo con el que pasar el rato. Como cuando te encuentras a un vecino comprando el pan, charláis, compartís opiniones de cómo está el día y cada uno para su casa. —Me tomé unos segundos antes de continuar. —Yo no... quiero nada. Ya lo sabes.

—Lo se, por eso te lo digo.

—Pues eso. ¿Y Julia? —arrastré cada vocal intentando cambiar de tema. Me daba miedo pensar en que hubiese la más mínima posibilidad de que algo de lo que Mara estaba intuyendo pasase.

—No quiero nada, Ve —aseguró rápidamente. Estaba mintiendo, pero lo dejé pasar. —Y lo digo de verdad de la buena.

Seguí escuchándola.

—No quiero ser el segundo plato de nadie y muchísimo menos tener algo con alguien que ha estado con un amigo mío. ¿Sabes? A mí no me gustaría que si fuese al revés, Alexis se fuese con ella... —admitió apenada.

—Ya.

—Además, ni si quiera le gustan las mujeres.

—Eso es una putada.

—A mí me lo vas a decir...

***

Subí las escaleras de casa cómo buenamente pude. Las piernas me estaban matando y los pulmones casi ni me proporcionaban oxígeno.

Llamé al timbre. No acostumbraba a llevar llaves cuando iba a correr, el ruidito que hacían con mis movimientos me agobiaba muchísimo. Me sorprendí cuando vi a Lena sujetando la puerta.

—Oh —me quité los auriculares —, hace bastantes días que no te veo por aquí —saludé con una sonrisa.

—Cierto —afirmó parpadeando un par de veces cómo si tuviese algo en los ojos que le molestaba —. He tenido una semana... complicada —sonrió, aunque la arruga de su boca no invadió sus ojos.

—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —Dejé el móvil enrollado en los cascos sobre la mesita de la entrada y me agaché para quitarme las deportivas. —Si quieres te puedo pasar los apuntes de estos días —propuse mirándola desde abajo.

—¿Eh? —Lena pareció un poco aturdida. —Sí, sí. No te preocupes —sonrío nuevamente, ahora sí, mostrando unos ojos menos tristes. —Ya está todo un poco mejor. —Mantuvo el silencio por lo que fueron unos segundos. —Te agradecería millones los apuntes la verdad.

—No es nada —sonreí.

—¿Te quedas a cenar?

—No puedo, lo siento... Tengo en casa muchas cosas que hacer, y aún no he podido empezar el trabajo —imitó la voz de nuestro profesor.

—Bueno —afirmé mirando el reloj de pared—, te quedan cuarenta y ocho horas para poder entregarlo. Está bien —ironicé.

—Dios, lo sé. —Se llevó las manos a la cara. —Que mal.

—Venga —le animé —, te pones esta noche, mañana a full y lo tienes fijo.

—Mucha estima en mí tienes. —Me señaló con su dedo índice.

—Ya verás.

Lena se giró para mirar al pelirrubio que estaba dejándose caer sobre la pared.

—Podríamos hacer un día de estos otra noche Candy, ¿No? —Propuso mirándonos a ambos. —Necesito desconectar de todo un poco.

—¡Siii! —gritó eufórico —No hacemos una desde hace más de un mes.

Era cierto, la última que se hizo fue cuando llegué a Madrid. Parecía que llevaba allí por lo menos un año y solamente llevaba mes y medio.

No supe si eso jugaba a mi contra o a mi favor.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora