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Estaba terminando de recoger los apuntes de encima de la mesa cuando la puerta que daba al porche se abrió. Su mirada chocó con la mía y miles de hormiguitas recorrieron nerviosas mi estómago. Se tomó unos segundos, en los que me miró de arriba a abajo, y se acercó hacia mí.

Sabía que aún nos quedaban muchas cosas por aclarar pero, aún así, mis piernas empezaron a mecerse nerviosas y mi garganta parecía haber firmado un contrato con la malvada de La Sirenita.

—Hola. —Por la vibración en su voz, yo no era la única nerviosa en la sala.

—¿Qué tal?

—Creo que ahora mejor.

Sentí como mis mejillas se enrojecían y como mi labio inferior empezaba a temblar. Me lo mordí por dentro para evitar parecer nerviosa aunque, seguramente, eso me hacía parecer estarlo aún más.

—Oh —no supe qué decir.

Él hizo una pequeña mueca ante mi seca respuesta y sus hoyuelos empezaron a desaparecer. Sentí cómo la sangre de mi corazón se derramaba.

—Emm —murmuré —, yo también. Mejor... —arrugué el entrecejo — digo... Yo también estoy mejor. —Sonreí esperando encontrarme de vuelta con la suya.

Y así fue. Su cara parecía sacada de un catálogo de juguetes de navidad. Las arruguitas de debajo de la nariz le hacían juego con los hoyuelos, y sus ojos combinaban con la sudadera que traía puesta.

—Hay... —se tocó la nuca con la mano —Hay una fiesta en el campus. Es dentro de unos días.

Y, exactamente, eso era lo último que esperaba que saliera de su boca.

—Sí, algo me ha llegado —admití.

—¿Vas? —preguntó elevando tan de golpe las cejas que no me quedó otra que soltar una carcajada.

—Claro que va —sentenció la voz de mi medio ancianita preferida a mi espalda. A veces se me olvidaba que casi era omnipresente.

—No lo he decidido aún. —Me giré para enfatizarlo mirando a Marta.

—Va a ir —repitió mirando a Matías, sin importarle lo que yo acababa de decir.

A juzgar por sus hoyuelos, él parecía estar a punto de soltar una risa, y no era para menos. Parecíamos las protagonistas de una cómica pelea de película estadounidense entre la adolescente rebelde y la madre pija sobre ir o no al PROM.

Abrí la boca para rebatir, otra vez, pero entonces el tono del teléfono fijo inundó el salón. Queso se despertó y, tras sacudir su cabeza, bajó del sofá y se fue al exterior de la casa. Marta se acercó a la mesa del televisor y descolgó el teléfono antes de llevárselo a la oreja.

Matías aprovechó que estaba despistada observando a Marta y posó su mirada en mi perfil. Lo supe por cómo por mi cuello empezaron a corretear miles de hormiguitas.

Le enfrenté la mirada, pero no le importó lo más mínimo que supiese donde había estado deparada su atención.

Aprovechamos el silencio para observarnos.

Aprovechamos el silencio para calmarnos.

Aprovechamos el silencio para hablar de todo aquello de lo que no teníamos valor de hacer con palabras.

Porque, si lo sabes interpretar, el silencio puede resultar ser más significativo que cualquier palabra. Cómo cuando te hace sentir más cualquiera de los silencios que las estrofas de la canción. Porque los silencios traen consigo algo especial, algo delicado.

Traen intimidad, miedo, amor o exasperación.

El nuestro trajo el desencadenante de aquello que llevábamos meses evitando.

Fue nuestro silencio, pero supo a "nuestro momento".

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora