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Dejé el bolso en la mesita de la entrada y me quité las botas embarradas para no manchar el suelo de casa.

—No sé, Lena... —resopló la vocecita de Helena en la lejanía.

—A mí me parece un planazo, yo me apunto —aseguró su hermano.

Crucé el marco de la puerta antes de divisarlos junto al tercer mosquetero sentados en el sofá.

—Hola —saludé con la poca voz que me quedaba por haberme pasado la tarde llorando.

—Ho... Oh, nena. ¿Estás bien? —preguntó Dani al verme derrotada.

Yo simplemente elevé en los hombros e hice una mueca con la boca que respondía perfectamente a su pregunta.

Se levantó y me llevó con él al sofá.

—¿Cómo ha ido? —se interesó Lena.

—Mal, cómo va a ir —respondió Dani por mí. Cosa que, quizás, en otro momento me habría molestado, pero tenía tan poca fuerza que agradecí no tener que hacer el esfuerzo.

—Prefiero no pensar en ello. ¿De qué hablabais? —pregunté tratando de dejar a un segundo plano todos los pensamientos que me rondaban por la cabeza.

—Les estaba diciendo que nos han invitado a... —empezó a decir Lena tras darme un breve abrazo pero Helena le interrumpió.

—No. Nos, no. Te —aclaró —. Te han invitado.

—Bueno, te, me, nos. ¿Qué mas da?

—Hombre, da. Da —murmuró Dani bajito.

—El caso —hizo un gesto con la mano restándole importancia —es que me —enfatizó el pronombre —han invitado a una fiesta en la facultad. Y... he pensado que podríamos ir todos.

Abrí los ojos tanto cómo si acabase de ver a un unicornio volando por el cielo.

—Es genial —comentó Dani, aunque su hermana no parecía tener la misma opinión —, ¿a que sí?

—Buf —resopló.

—Venga, porfa. Así conocéis a Jonas —insistió sumando motivos.

—Yo ya le conozco —elevé los brazos.

—Shh —chistó llevándose el dedo índice a la boca —. Porfis —volvió a insistir dándole a Dani un suave toque con el codo para que nos convenciese.

—Porfis. —Ambos hicieron pucheritos.

—Venga —arrastró la "e".

—¡Bien! —Lena se giró hacia mí. —¿Y tú?

***

—¿Se puede saber qué te pasa? —musitó Marta en la silla de enfrente. Por lo visto llevaba más de un minuto dándome golpecitos con su pie en mi espinilla y ni si quiera me había dado cuenta.

—¿Eh? —Arrugué el entrecejo empezando a darle vueltas al capuchino con la cucharita de porcelana. El color marrón del café y el blanco de la leche espumosa empezaron a mezclarse creando un beige apagado. Me distraje observando cómo desaparecía el marfil entre tanto color. —¿Qué pasa?

—Eso me gustaría saber a mí, qué te pasa.

—¿A mí?

—Soy perra vieja; —pensó dos veces lo que acababa de decir y reculó —medio vieja; pero perra tonta no.

—¿Cómo has dicho que se llamaba este nuevo color? —pregunté alargando la mano para tocar su pelo, en ese entonces violáceo. Marta visitaba la peluquería cada cuantos meses para probar colores estrafalarios de pelo.

—No me quieras dar coba, insultas mi inteligencia.

—¿Tú tenías de eso? —bromeé dándole un toquecito con el codo en su hombro al levantarme para coger el aceite.

—Maldita juventud. —Suspiró llevándose la taza a los labios. Atiné a ver como bajo su nariz se formaba una pequeña sonrisa. Era demasiado orgullosa cómo para admitirlo. —¿Y bien?

Sus ojos serios me miraban cómo si estuviesen reprendiéndome de algo, a saber de qué. Me escabullí de su mirada fijándome en los árboles que nos rodeaban. Habíamos salido al jardín para desayunar.

—Vaaale —desistí alargando la "a" —, ayer me invitaron a una fiesta y no sé...

—Nunca has ido a una —sacó conclusiones por ella misma.

Negué con la cabeza.

—No, alguna vez sí que he ido. —Tragué saliva. —Siempre he sido más de quedarme en casa los viernes y película en el sofá los domingos. Nunca el prototipo de chica que va a una fiesta y arrasa con todo a su paso.

—¿Tienes miedo de no encajar si sales de tu zona de confort?

No era eso, pero no lo desmentí.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora