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Cuando escuché el ruido de una bola caer por uno de los huecos de la mesa no me lo podía creer. Había metido la blanca a la primera.

A la primera.

—Pim, pedazo de puntería. —Nico bebió un buche de su cerveza.

—Sí, no cabe duda de que puntería ha tenido.

Sabía que estaban intentando ser simpáticos y no avergonzarme, pero la realidad era que estaba teniendo el efecto contrario. Por lo menos el rol de no saber jugar lo había cumplido con creces.

Noté una mano sobre mi hombro derecho. Me giré para ver quien era y vi los claros ojos de Javi.

—La primera vez que jugué saqué la bola blanca de la tabla tirándola al suelo. —Sus palabras dibujaron en mi cara una pequeña y tímida sonrisa.

***

Ya quedaban muy pocas bolas en la mesa. Íbamos perdiendo. Era el turno de Nico. Matías se había colocado detrás de él, apoyando su codo derecho en el saliente de madera de la pared.

Nico estaba a punto de tirar cuando justamente el hoyuelos estornudó tan fuerte que pegué un bote en mi sitio. Nico se giró hacia él con cara de pocos amigos.

—No empieces —amenazó amistosamente.

—Si Mat no hace trampas, no es Mat —sentenció Javi colocando su mano por delante de su boca para evitar que su amigo le escuchase.

—¡Eh! —se quejó escondiendo una sonrisa bajo la nariz —¡Que te he escuchado, capullo!

Sonreí al ver a todo el mundo tan a gusto. Miré al moreno que quedaba detrás del que estaba a punto de tirar. Me estaba mirando con los hoyuelos marcados de la sonrisa que me estaba dedicando.

Yo se la devolví, pero no por compromiso.

Me la había contagiado.

***

Era nuestro turno. Solo nos quedaban dos bolas sobre la mesa mientras que a Nico y a Fran les quedaban aún cuatro. Le busqué con la mirada para que tirase él esa ronda, pero no conseguí divisarlo al rededor de la mesa de billar. Empezando a estar nerviosa, me bajé del taburete en el que llevaba sentada la mano del equipo contrario y traspasé mi peso de una pierna a otra. Me llevó unos segundos encontrarlo apoyado sobre la barra, junto a Javi. Así que me tocaba jugar a mí.

Con la puntita de la lengua sacada, tras unos minutos en los que busqué el ángulo perfecto, di un golpe seco a la bola blanca haciéndola rebotar con una de las únicas que nos quedaban sobre la tarima. La seguí con la mirada y, tras chocar con el borde de la mesa, la esquina de uno de los agujeros y el otro extremo a lo largo de la mesa, la bola cayó por uno de los huecos centrales.

Una sonrisa de victoria me invadió el rostro.

—¡¿Cómo?! —gritó Nico.

—¡¿Cómo has hecho eso?! —continuó Fran.

—No... —balbuceé —no sé —mentí.

Los cuatro nos miramos perplejos. Entonces Javi y Matías regresaron a dónde estábamos.

—¿Qué pasa? —preguntó Matías. Tenía los ojos rojos e hinchados, cómo si hubiese estado llorando.

—Tu chic... —rectificó Nico, aunque mis mejillas ya se había enrojecido —Vera ha hecho un triplete.

Fran tragó saliva.

—Sin querer —añadió.

Los recién llegados parecieron igual de asombrados que ellos a pesar de que no habían presenciado el tiro. 

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora