76

2 0 0
                                    

Dibujas - Dani Martín

—Dibujas —comenzó a cantar la canción con la mirada aún clavada en mí.

Noté cómo mi estómago se iba haciendo más y más pequeño. Tomó el relevo el otro chico, uno de los que me presentó hacía unos meses, señalando a una de las chicas que estaba sentada con el resto de sus amigos.

Seguramente sería su novia.

De nuevo, era turno de Matías. Supe que si volvía a oírle cantar mientras sus ojos no distaban de los míos no tendría fuerza para volver a levantarme de la caída. Me di media vuelta, sin si quiera saber si me estaba mirando o no, mientras él cantaba la siguiente estrofa.

Deseé no haber ido, no haber hecho caso al maldito de Dani, no haber huido a Madrid para darme de bruces con algo peor.

Cuando el estribillo empezó a acarrear con todo el poder de la canción, cuando su voz rota me echaba en cara todas y cada una de las cosas que Dani Martín había sabido plasmar en la canción tuve que apartar la mirada, abandonando aquellos ojos que en algún momento me habían sonreído al cantar.

No podía soportarlo.

La culpa me destrozaba por dentro.

Me di media vuelta y busqué el lugar más alejado del escenario posible.

No quería escucharle.

No podía hacerlo.

Claro que el local estaba lleno de altavoces por todas partes y su voz me perseguía.

¿Había elegido esa canción a propósito? ¿Para qué? ¿No se suponía que él ya estaba con otra?

Me acerqué a la barra haciendo un gran esfuerzo por no volver a mirar hacia atrás y me llevé los dedos a los oídos en un vago intento de no escuchar más su voz. Cada palabra que brotaba de sus cuerdas vocales me desgarraba por dentro.

Esperé a que fuese mi turno. Necesitaba desconectar, y si el alcohol era lo único que en ese momento podía ofrecérmelo no quedaba otra.

—Hola —saludó una voz a mi lado. Tenía los antebrazos apoyados sobre la barra, seguramente estaba intentando hacer lo mismo que yo.

—Hola, Javi —noté cierta amargura en la boca. ¿Debía haberle llamado Javier? —¿Que... qué tal? —intenté romper el hielo.

—Bastante bien. Ya sabes, ahora que hemos acabado los exámenes podemos disfrutar de la verdadera vida universitaria.

Asentí dándole la razón. Aunque, realmente, no lo compartía.

—Esto... —por el tono que usó supe que lo que iba a decir no iba a gustarme —Sé que no debería meterme pero... Vera, no puedo ver a mi amigo así y no hacer nada.

—¿Así? —soné, quizás, muy poco receptiva. Me arrepentí de inmediato.

—Venga, ¿me vas a decir que ese que está ahí está de puta madre? —señaló al escenario, donde aún estaban cantando. —Está roto, por si no lo estaba lo suficiente.

La maldita canción era larga.

—Yo lo veo bien —mentí tras notar otra punzada de culpa en el pecho.

—Sabes que no —aseguró —. No lees perfectamente a una persona y al día siguiente dejas de hacerlo cómo si fuera una elección. Las cosas no son así.

Sabía que no era su culpa, de hecho, era mía; ni tan si quiera pensé que estuviese echándome cosas en cara, pero que tuviese tanta razón en lo que estaba diciendo me estaba cabreando.

—Solo quiero decirte que si de verdad no quieres nada con él, ya sea porque te hayas dado cuenta, porque has empezado a sentir por otra persona o, bien, por cualquier otro motivo, el cual no me interesa lo más mínimo, está bien. Tú ganas.

Fui a rebatirle, no sabía el qué, pero iba hacerlo, solo que él siguió hablando.

—Pero, si, por el contrario, sigues sintiendo algo. Si sigues teniendo ese mismo brillo en los ojos que aquella vez que te enseñaba a jugar al billar; si sigues notando cómo tus pulsaciones aumentan por segundo cada vez que le ves; si, cómo yo creo, sigues queriéndole; corre y díselo.

—Pero...

—Corre y díselo —pisó mi voz —, porque, si no, ya no habrá vuelta atrás —volvió a interrumpirme —. Y creo que —su voz se resquebrajó —que no os lo merecéis.

—Ya no la hay, Javier —sus ojos me dejaron claro que no se les pasó el detalle de que le había llamado por su nombre y no el diminutivo —. Él ha seguido con su vida, no soy nadie para volver a arrebatarle la calma.

El nudo de la garganta amenazaba con romperse en cualquier momento, dejándome expuesta, vulnerable, rota ante él.

—¿Por qué dices eso? —pareció confundido.

—Porque le vi —susurré con las lágrimas acumulándoseme tras los ojos, amenazando con salir en cualquier momento. —Le vi con ella, riendo, siendo feliz. No voy a arrebatarle eso. Otra vez no.

Negué con la cabeza antes de marcharme sin ni si quiera esperar a la copa que había pedido no sabía hacía cuanto. Lo único que sabía era que su voz ya se había callado.

Había sido la última vez que podía escucharle cantar y la había desperdiciado.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora