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La alarma no había sonado. O, más bien... había pasado olímpicamente de ella. Me incorporé desperezándome y, con la visibilidad de la poca luz que entraba por los agujeros de la persiana, busqué el móvil en la mesita de noche. Pegué un salto de la cama y tropecé al enredarme con las sábanas. Tenía media hora para desayunar y prepararme si quería llegar a las once al aeropuerto a por mis maletas. Salí de la habitación mientras que, con cuidado de no destrozar mis rizos castaños, alzaba mi pelo para recogerlo con una pinza.

Tendría que hablar con Helena y Dani para ponernos de acuerdo respecto a la comida. Un bote era la mejor opción o, al menos, era lo que se solía hacer en los pisos de estudiantes. Hasta entonces, me aseguraron que podía coger lo que quisiese. Tampoco quise abusar de algo que no era mío, así que acabé preparándome un café solo con una tostada de aceite.

Puro desayuno Andaluz.

Puse las cosas sobre una bandeja marrón que había en la encimera y salí a la terraza del salón. Helena estaba sentada en uno de los sillones con la misma camiseta con la que la vi la noche anterior al entrar en la casa y con un portátil sobre las piernas. Se la veía muy concentrada.

Dejé la bandeja en la mesa y respeté el silencio del que parecía disfrutar. Ella ni si quiera pareció percatarse de mi presencia hasta que el sonido de mi móvil le hizo levantar la vista del teclado.

—Oh, buenos días. No te había visto llegar.

—No te preocupes, intenté no hacer ruido para no desconcentrarte. —Le di una mordida a la tostada y un sorbo al café.— ¿Qué haces?

Helena se puso roja al instante y cerró la tapa del portátil. Me arrepentí de haberle hecho esa pregunta.

—¿Sabes alguna forma para desplazarme con facilidad por aquí? —cambié de tema.

—El bus es lo más rápido y barato que puedes coger, los taxistas suelen aprovecharse y hacen creer que se han equivocado de calles para que cueste más caro. Aunque, quizá...

***

—Eres una plasta —resopló antes de lanzarle un peluche —. Déjame dormir. —Volvió a tumbarse y escondió su cabeza debajo de la almohada.

—Aquí está —vociferó Helena tras sacar lo que estaba buscando —. Es la antigua bicicleta plegable de mi hermano.

—Os quiero mucho pero, cómo no me dejéis dormir, lo próximo que os lance a la cabeza no será algo blandito y achuchable.

Ambas salimos de la habitación entre risas. Era raro albergar esa confianza y tanta naturalidad con esas personas cuando ni si quiera llevaba veinticuatro horas allí.

***

Helena me acompañó a buscar las maletas para que, a la vuelta, pudiese coger un autobús. Cuando llegamos al piso las dejé en mi cuarto y la acompañé.

—¡Hermanitooo!

—Ohh, no —suspiró con aire dramatizado desde su habitación —. ¿Que quieres ahora? —Salió de la habitación hasta encontrarse con nosotras.

—Tu coche —fue al grano —. Tenemos que ir a hacer la compra. Los tres —enfatizó en la cifra.

—Nouu —replicó haciendo pucheros.

—¡Siiii!

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora