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Devuélveme a mi chica - Hombres G

Matías se agachó delante de mí dejando caer su peso sobre las rodillas y metió detrás de mis orejas los rizos que me nublaban la visión más allá de las lágrimas.

Parpadeé un par de veces para despejar los ojos y me fijé en su cara. Parecía cansado. Sus ojos lucían diferentes a cómo los había visto por última vez hacía unos días.

—¿Qué pasa? —vocalizó a la perfección, aunque yo casi ni le entendí. Me atrajo hacia él escondiéndome la cabeza en su pecho. —Estoy aquí, rizos. —Acarició mi cabeza por encima del pelo. Yo me estremecía cada vez menos, pero los llantos se volvían más prominentes. —Estoy aquí.

Me quedé cobijada en su pecho lo que pudieron ser horas, días, meses. Escondida entre sus brazos, creí ver el mundo desaparecer. El pasado parecía haberse borrado y mi cuerpo encajaba perfecto y sin rechazo ante el suyo.

Cuando no me quedaban más lágrimas por derramar levanté un poco la cabeza, obligándome a mirarle a la cara a pesar de la vergüenza que mis mejillas derrochaban.

Sus ojos se desviaron a las heridas que mis uñas habían provocado sobre las palmas de mis manos y me mantuvo la mirada sin si quiera pestañear.

Las aparté e intenté esconderlas detrás de la espalda pero él fue más rápido. Agarró mis muñecas y, escondiendo mis manos en las suyas, hizo algo que hizo que me deshiciera en la gélida brisa de octubre.

No me juzgó.

La mirada que hacía unos minutos había llegado vacía, desprendió una fugaz ráfaga de luz, levantando a su paso unas hormiguitas en mi estómago.

No fui capaz de retirar mi mirada de la suya.

Sentí miedo de no poder hacerlo.

Miedo porque, a pesar de todo, estaba sintiendo.

Terror de pensar que quizás Mara no estaba tan equivocada.

Sentí un escalofrío al pensar en que pudiera llegar a verme por dentro. De que viera el más vacío ser que me llenaba, o, mejor dicho, que me vaciaba.

Estaba empapada de miedo.

Miedo de sentir.

***

—¿Qué te apetece escuchar? —preguntó con el brazo alargado para sintonizar la radio.

Elevé los hombros.

—Está bien... —farfulló antes de mal estacionar el coche sobre un anden que quedaba a la derecha de la carretera.

—¿Qué haces? Ten cuidado que te pueden multar.

—No pasa nada, solo será —sacó la puntita de la lengua entre los labios y se inclinó hacia mí. De pronto, un golpe de una fragancia varonil invadió mis fosas nasales, más que perfume, parecía que era su propio olor corporal.

Matías se acercó aún más y sentí cómo mi cuerpo temblaba ante su roce.

Me revolví incómoda en el asiento.

Tras unos segundos, se reincorporó con un estuche negro en las manos y, de golpe, la fragancia se esfumó. Solté el aire que hasta ese momento no me había dado cuenta de que había estado reteniendo.

—Voy a ponerte... —me miró de reojo y sonrió haciendo que mis pulmones dejasen de funcionar por unos segundos —uno de mis grupos de música favoritos. —Pasó láminas con CDs hasta que pareció encontrar el que quería. —Este.

Le dio a uno de los botones de la vetusta radio, introdujo el disco de Hombres G y volvió a incorporarse en la carretera.

Rápidamente empezaron a sonar unos acordes muy conocidos.

—Estoy llorando en mi habitación... —Su cabeza se movía al ritmo de la música invitándome a que cantara con él.

Negué con la cabeza.

—En un... —Le aparecieron unas arrugas en la frente mientras cantaba la estrofa.

Sonreí al verlas y él lo hizo al verme.

—¡Y un jersey amarillo! —desistí aceptando cantar con él.

Empezamos a compartir las estrofas mientras él apartaba de vez en cuando la mirada de la carretera hacia mí, aunque esos momentos no duraban nunca más de dos segundos.

Yo miraba todo el rato hacia él.

Canté los últimos segundos de la canción con más intensidad de la que pensaba que podía llegar a hacerlo.

Minuto 2:45 - Devuélveme a mi chica

Al terminar los últimos acordes, nos miramos y sonreímos. 

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora