Epílogo

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Quince años más tarde.

Noté cómo unas manos me toman por la cadera haciéndome girar hasta quedar de cara a él. Sus manos empezaron a acariciar mi espalda de arriba a abajo.

—¿Quería usted algo? —pregunté burlona tras cruzar los brazos por detrás de su cuello.

—La verdad que ahora que lo dices... —sonrió dejando a la vista esos hoyuelos que tanto me habían llamado la atención desde el principio —Un beso no estaría nada mal...

—¿Uno? —me aparté.

—¿Me acabas de hacer una cobra? —murmuró divertido.

—Puede... —sonreí dejando a la vista todos los dientes.

—A sí que esas tenemos... —sus ojos me advirtieron de lo que estaba a punto de hacer pero, aún así, me deshice en carcajadas al sentir sus dedos viajar por todo mi costado.

—¡No! ¡Cosquillas no! —grité entre carcajada y carcajada. Alargué el brazo intentando devolvérsela pero alguien lo hizo por mí.

—¡Al ataque! —chilló el moreno, de no más de un metro de altura, levantando los bracitos para llegar a las costillas de su padre. Éste comenzó a reírse cómo si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo y empezó a hacerle cosquillas haciéndole estallar en carcajadas.

No sabría describir qué fue lo que sentí. Les miraba riéndome al verles tan despreocupados mientras las risas llenaban la cocina. Entonces, noté cómo alguien empezaba a hacer lo mismo conmigo haciéndome estallar en risas.

—¡Marta! ¡Marta, a mí no! —supliqué tratando de mantenerme en pie. Nunca había soportado las cosquillas, y menos en el cuello.

Ella rió divertida.

—¡Te vas a enterar! ¡Ven aquí! —las risas de Matías y Ben aún hacían eco en la cocina.

—¡No, mamá! —suplicó Marta intentando escaparse de las cosquillas, pero yo la había cogido desprevenida.

—¡Ahí, mamá, dale! —me animaba Ben desde los brazos de su padre.

—¡Serás traidor! —protestaba su hermana con una sonrisa en la boca.

Y, entonces, en mitad del mar de risas que nosotros mismos habíamos desencadenado, sus ojos y los míos se buscaron tranquilos, anhelantes y orgullosos.

Tranquilos porque habíamos conseguido que la rosa mantuviera hasta el último pétalo.

Anhelantes porque deseábamos seguir toda la vida juntos.

Y orgullosos porque, a pesar de todo, lo habíamos conseguido desde cero.

—¡Papá, papá! —chilló entusiasmado haciendo que todos parásemos —¡Abre tu regalo!

Sonreí mientras, por petición de Ben, iba a la habitación para coger el regalo de cumpleaños de Matías, nacer el cinco de enero tampoco podía dejarte sin regalos.

—No me lo puedo creer —murmuró incrédulo con una sonrisa en los labios antes de mirarme tras abrir la caja.

—¿Un pijama de Los Pitufos? —arrugó el entrecejo —Creía que el que tenía cinco años era Ben, no tú, papá.

—Tu madre, que es una graciosa —dijo mirándome a los ojos, dejándome ver esa parte de él que tanto me había cautivado desde el principio. Pude leer perfectamente el "te quiero" en sus labios.

***

Subí las escaleras cuando, después de media hora, Ben consiguió dormirse a pesar de estar nervioso por la noche de reyes. Sonreí al verle de espaldas, con los antebrazos apoyados en el muro de la misma forma en que lo había estado años atrás. Me coloqué junto a él, enlazando mi brazo junto al suyo, y miré hacia el cielo. Ya había oscurecido, así que las estrellas ya habían salido de sus escondites, dejándonos verlas danzar las unas con las otras.

—¿Sabes? Creo que tiene que estar en alguna de esas —murmuró señalando con el dedo índice hacia las estrellas que más luz tenían del cielo. Sonreí comprendiendo lo que quería decir sin necesidad de que se explicase.

—Le echo de menos —suspiré con una mezcla de tristeza y añoranza en la boca del estómago —todos los días.

—Sí, yo también —apoyó su cabeza en la mía, dejándola ladeada.

—¿Crees que estaría orgullosa? ¿De cómo lo estamos haciendo? —solté la pregunta que llevaba años rondando por mi cabeza. Eran muchas las veces que me giraba para consultar algo con ella pero su voz no me respondía.

—No lo creo —dejó un dulce beso sobre mi sien —, estoy seguro.

—A veces creo que no soy lo suficiente buena cómo ella para sacar esto adelante —me sinceré señalando al lugar donde descansaban todos los animales de la protectora.

—Eres todo lo que está bien, rizos —su sonrisa me volvió a dejar anonadada. Años a su lado, con hijos incluidos, y aún no me había acostumbrado a la calidez que desprendía —. Marta lo sabía, por eso te dejó al mando.

Sus palabras levantaron una sensación agradable en mi pecho. Cruzó sus brazos por detrás de mi cintura, invitándome a que yo hiciese lo mismo detrás de su cuello. Su frente descansó sobre la mía y sus ojos buscaron los míos. Ambos sonreímos con nuestras bocas apenas a milímetros que no tardamos en recortar fundiéndonos en un beso.

Y, bajo la luz de las estrellas; esas que hacía tanto tiempo habíamos bajado para escribir en ellas nuestros deseos, para dejar por escrito que nuestro destino era estar juntos; hicimos eso que conllevaba implícito aquello que nosotros considerábamos un privilegio.

Querernos.

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora