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—Le vi con ella, riendo, siendo feliz. No voy a arrebatarle eso. Otra vez no —negué con la cabeza y me di media vuelta dispuesta a marcharme si no hubiese sido porque me detuvo.

—Vera, si hay algo de lo que estoy seguro es de que Matías te quiere —alzó la voz para que pudiese escucharle, ya había subido otra pareja al escenario. Sus ojos parecían sinceros —Sea lo que sea que viste tuvo que ser una equivocación.

Podría haber excusado las ganas repentinas que tenía de vomitar en el alcohol pero, gracias a que aún no me habían servido la primera copa, por mi sangre no corría ni una gota. De repente, sus palabras habían hecho reducir el espacio en el que las mariposas alzaban el vuelo. Noté una corriente ascender por mi cuerpo cuando añadió:

—Te quiere. Y tú le quieres a él —afirmó con duda.

Asentí con la cabeza sin ni si quiera pensarlo.

Claro que le quería. Matías, en solo unos meses, había logrado sacar ese lado de mí que tanto tiempo llevaba tratando de recuperar. Matías hizo que un camino lleno de piedras se convirtiese en la mayor explanada, consiguió que Van Gogh bajase para pintar el más bonito cielo, se había ofrecido a embarcar conmigo un viaje al País de Nunca Jamás y, por si fuera poco, me había enseñado a bajar las estrellas.

Claro que le quería.

—Entonces —cogió mis muñecas entre sus manos —, ve tras él y díselo.

Me hubiese gustado decir que salí corriendo sin pensarlo pero no lo hice. La imagen de esa chica en su coche hizo eco en mi mente. ¿Y si Javier se equivocaba? ¿Y si yo tenía razón?

Me quedé inmóvil, planteándome si de verdad merecía la pena salir tras él sin si quiera saber lo que me iba a encontrar.

Fueron los primeros acordes de la canción que empezaba a sonar por los altavoces los que me dieron la respuesta.

A la mierda, si en el destino no estaba escrita. Yo misma, bajando estrellas, me encargaría de escribir nuestra historia.

***

Salí del local en cuanto los chicos le dijeron a Javi que Matías lo había hecho minutos antes. No me hizo falta más que cruzar la mirada con Jonas, el dueño del local, para saber que estaba fuera.

Llené mis pulmones de aire antes de salir por si al verle perdía la capacidad de controlar algo tan sencillo cómo era el respirar. Empujé la puerta quedándome expuesta ante el frío de las noches de Madrid, cruzando mis brazos para intentar hacerme entrar en calor o, quizá, para tratar de tranquilizarme.

Ahí estaba. De espaldas a las puertas del local cómo si hubiese salido cinco pasos por delante de mí.

Era curioso. Siempre habían sido cinco los pasos que se interponían entre nosotros, con la diferencia de que, entonces, ninguno de los dos los recorrió.

—No lo entiendo... —su voz rota me dijo que sabía que estaba allí, detrás suya.

Creí que el mundo iba a desaparecerle bajo los pies. Quise sostenerle. Quería coger su corazón entre mis manos y arreglar cada maldita grieta que yo misma había provocado. Quería que volviese a sonreír.

—Matías... —ni si quiera recuerdo que hubiese dicho nada más.

Noté el corazón desbocado cuando su torso, vestido con una camisa negra, se giró hacia mí.

—Vera, no... —apartó la mirada hacia el suelo cómo si mis ojos fueran los de Medusa. Tenía miedo —no lo entiendo. No logro comprenderlo —inhaló profundo, creo que para prepararse para lo que estaba por decir —. Llevo todos los malditos días tratando de comprenderlo, necesito... —apretó la mandíbula.

Cerré los ojos sin ser capaz de soportar ver en sus ojos la tristeza que tanto tiempo había estado percibiendo en los míos. Dolía ver cómo, aún habiendo hecho todo lo posible por evitarlo, había acabado arrastrándolo a esa calle sin salida.

—Necesito saber por qué —suplicó devolviendo su mirada a la mía. Temblé —, por favor.

—Matías... —la presión del centro de mi pecho iba aumentando conforme él iba recortando la distancia entre ambos.

Un grupo de amigos salieron del local dejando la puerta entreabierta, haciendo que la letra de Photograph llenara el espacio que quedaba entre nosotros.

Y, entonces, al escuchar a los falsos autores robándonos los recuerdos de la canción; al ser el recuerdo de su voz el que terminaba de cantarla a centímetros de mi oído; al notar su mano, cálida, tocar la mía, gélida, con la certeza de que ninguno iba a apartarse; lo supe.

Supe que nada de lo que había hecho hasta entonces tenía sentido.

Supe que no ganaba quien más batallas vencía, si no quién más derrotas aguantaba pasar de pie.

Comprendí que el remedio no era que alguien como Bella llegase a amar a alguien como Bestia, alejándolo de la maldición del ala Oeste del castillo, si no que era él quien debía cambiar su percepción acerca del amor. Debía aprender a querer, al igual que debía aprender a ser amado. Debía dejar de lamentar por los pétalos que ya habían caído y aprender a cuidar los que aún realzaban el color.

La pregunta era: ¿Conseguiría llegar a aprender a amar antes que cayesen todos los pétalos de la rosa? ¿O viviría para siempre con el alma paralizada en la maldición de quien no sabe ser amado?

Bajando EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora